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Erase una Vez...

ERASE UNA VEZ…


Érase una vez…,como decían los cuentos de antes, una princesa, un anillo, una pequeña mesa y un inmenso castillo. Una bruja mala, una rana enfadada, un precioso cielo azul y un príncipe guapo que es del color que ya sabes tú.
Pero este cuento es distinto y quiero que lo leas contento porque ya verás que no te miento.
La historia empieza con carcajadas y me preguntarás:
-¿En esta historia no existen las hadas?
-Pues te diré que no -para que quieren a las hadas unos personajes que aquí no utilizan espadas, ni hay brujas malvadas, ni princesas envenenadas porque no comen manzanas.
Érase una vez, te digo de nuevo, una hermosa princesa que estaba en su castillo jugando con una rana. Mil carcajadas y un solo juego.
La rana abre la boca y mirando al sol amarillo espera a que la princesa le enceste en su garganta un anillo. Un anillo dorado que no es un anillo cualquiera, tiene dos alas para poder volar y engañar la tirada. Se mea de risa y queda rodando sobre la mesa mientras se enfada tanto la rana como la princesa.
El príncipe azul no apareció en un caballo blanco.
Ella lo invitó, un poco atrevida y soltando la melena, a una majestuosa cena. Él, llegó muy temprano deseoso de conocer a la doncella y se quedó de piedra cuando vio que era exageradamente bella.
Y no es una expresión, lo cierto es que en piedra se convirtió a dos metros de la mesa. ¿Cómo seguirá la historia si el príncipe no la besa?
Pasaron los días. La princesa comía sola, lo miraba y a veces le decía hola pero la piedra no contesta pues no es una caracola.
Le preguntó a la rana ¿qué hacer? y muy nerviosa jugaba con el anillo, le daba vueltas en el dedo mientras buscaba alguna solución que no le diera miedo.
-Érase que se era- le dijo la rana -que podría yo darle un beso para ver si deja de ser piedra-
-Inténtalo- le dijo ella mientras con un empujón la animaba.
La rana, de un salto, llegó a la mejilla del muchacho y después de darle un beso, ni dejó de ser piedra ni nada de eso.
-Pero alguna solución habrá- dijo algo desde el dedo de la princesa y que tenía un dorado brillo.
-Es cierto- dijo ella, -¿para que tenemos en esta historia un hermoso anillo?-
Lo sacó de su dedo y poniéndolo en la palma de la mano lo elevó al cielo.
El anillo comenzó a agitar sus alas y se acercó al príncipe. Buscó su mano y entre puedo y no puedo se colocó al fin en un dedo.
El príncipe despertó y un poco confuso se quedó. Se presentaron todos los personajes y para cenar se vistieron con elegantes trajes.
Ella nunca le contó lo que había pasado. La rana se sentó con ellos como si no hubiera pasado nada. El anillo siguió volando, de un dedo a otro y a veces escapando. El príncipe, como todos sabemos, ya no se alejó de la princesa.
Y, aunque con los años, ya ancianos, a los dos les salieron varices, debemos terminar esta historia con …fueron felices y comieron perdices.
Kikeelduende24 de febrero de 2011

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