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Reencuentro

Nunca había sentido tanta tranquilidad. Nunca en la vida. En vano trató de recordar uno instante mejor que ese. No, no había nada que pudiera comparársele. Por un momento se sintió río, en otro instante, creyó ser árbol… fluyendo, creciendo, sintiendo la vida dentro de sí, siendo por la sola y simplemente exquisita alegría de ser y vivir. ¡Ah, sentir como el mismo aire que se respira se encontraba en ese flujo misterioso y dulce! Todo parecía tomar sentido ahora, incluso las cosas que nunca antes había aspirado a comprender, aún aquellos problemas, esas penas que parecían no tener solución. ¿Para qué tantas amarguras? Se preguntaba ahora. Esa era la única duda que permanecía en su mente.
Ahora cada respiración tenía un nuevo perfume, cada latido una vida, cada movimiento un acto de libertad… suspiró con saciedad. Era demasiado para poder creerlo.
Entonces se dio cuenta que había estado todo ese tiempo de éxtasis con los ojos completamente cerrados. Lentamente, casi con temor de quebrantar esa especie de niebla de plenitud, comenzó a observar a su alrededor. Instantáneamente no pudo evitar que la acometiera un acceso de desilusión: era imposible, ahora que veía lo que la rodeaba, que aquello fuera real. Sin embargo, sentimientos como aquellos no podían tener lugar en ella por mucho tiempo. No en ese lugar.
Contrario de lo que pensaba, se encontró con que se encontraba recostada. Pero aquella no era la habitación- tan oscuro y lúgubre le resultaba el recuerdo ahora, frente a toda esa magnificencia y beatitud- que recordaba como la última imagen que viera antes de verse sumergida en esta nueva nube de bienestar. El escenario que ahora se desplegaba ante sus ojos era por completo diferente.
Se trataba de un bosque, un inconmensurable bosque que se extendía a su alrededor, abarcándolo todo. Los enormes árboles de troncos gruesos se unían en un solo abrazo, en un segundo cielo sobre la tierra. Fuertes rayos de un sol brillante se filtraban por entre las hojas, provocando verdes destellos en la tierra. Cerca de las raíces, pequeñas flores blancas brotaban como una cascada de lágrimas.
Ella se agachó frente a una de aquellas flores, tan diminutas, frágiles y hermosas. A pesar de tenerlas a escasos centímetros de distancia, se veían tan bellas y lejanas. Como las mismas estrellas, se dijo ella. Y supo las estrellas no se perderían en aquel lugar, a pesar de su techo de hojas. Continuó observando aquella flor, y su mirada se fundió en su belleza.
Fue entonces cuando, abstraída en esa conversación silenciosa con la naturaleza de aquella, su propia y reinante inmensidad, se escucharon pasos, el único sonido que quebrantaba un armonioso silencio. Pero ella no lo escuchó, hundida en su asombro. Sin embargo, su cuerpo se estremeció con una sensación, esta más conocida que la felicidad simple y sincera que sentía ahora. De alguna manera, era un sentimiento más real, completamente conocido, nunca olvidado junto con las penas del pasado, aunque constituían una de sus causas. Ah, no necesitaba ver o escuchar nada para poder saberlo.
Se giró incluso antes de que el contacto de esa mano se posara sobre su hombro. Ante sus ojos se encontraba aquel por el que durante tiempo había suspirado, anhelante. Aquel, el causante de todas sus alegrías y tristezas. El médico de sus lágrimas, fabricante de sus sonrisas, corazón de sus pasiones. Él, el culpable de la existencia de su alma…
No pudo evitar que las lágrimas brotaran como gotas de rocío. Él, con una sonrisa desbordante de dulzura, se las secó con el pulgar. Ese ya no iba a ser llanto de dolor, de tristeza. No ya no más. Porque, a pesar de lo perdido, ahora era otra vez. Una con él. Finalmente, luego de tanto tiempo, volvía a estar completa. Lo miró a los ojos, y, como antes, se dejó llevar simplemente, abandonando su ser para formar parte de un todo nuevamente. Ahora podía hacerlo, porque, desde el mismo momento en que sintió su alma cerca de la suya, supo la causa de todo lo que estaba pasándole.
Sólo entonces comprendió que había muerto.
Kili01 de mayo de 2010

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