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El Enemigo Del Viento.

Kraus volvía de su trabajo cuando lo vio. Notaba como se le formaba un nudo en la garganta y su estómago, de repente, parecía lleno de plomo. Kraus era un joven de 23 años, moreno y con una estatura media. Su problema era el trabajo, demasiado trabajo. Se podría decir que estaba casado con él. Se dedicaba al contrabando de tabaco desde Gibraltar. Trabajo raro, pero bien remunerado dado que la situación económica en su hogar no es ideal. Aunque tiene para llevar una vida tranquila junto a su familia. Pero todo se vino abajo cuando lo vio. No lo podía creer. Después de todos sus sacrificios por su familia se sintió humillado al verlo. Notó como el nudo de su garganta bajaba por su esófago lentamente para situarse junto al plomo de su estómago. De repente tuvo miedo. Miedo a perderlo todo en ese minúsculo instante. Miedo a ser el enemigo de lo que él consideró suyo desde hacía algunos años. Kraus buscó a tientas un banco para sentarse. Se sentía mareado, como si aquello fuera un mal sueño del que tendría que despertar tarde o temprano. De repente, sin darse cuenta, se le humedecieron los ojos. Volvió a mirar y se dio cuenta de que aquello que veía era real. Tan real como la angustia que recorría todo su ser y se cebaba con sus entrañas. Sintiéndose ridículo, se puso en pie y se fue. No quería verlo. Su todo ya no era nada. Su nada ya era todo. Melissa. Su amor. Su vida. La razón por la que luchaba ahora era viento libre cabalgando en brazos de otro hombre. Sólo una cosa quedaba por hacer. No podría vivir sin ella. Melissa… Llegó a casa. Buscó papel y un bolígrafo y se puso a escribir lo que sería su despedida. Ni siquiera pidió explicaciones. Simplemente no las quería. Kraus no quería un mundo sin ella. Mejor dicho, el mundo no existía sin ella. Terminó su carta, la metió en un sobre y fue a la farmacia cercana a su casa. Compró un par de cajas de Orfidal. Volvió a casa, Melissa aún no había vuelto, seguía en manos del viento, del cual Kraus ya era enemigo. Llenó la bañera, busco su cuchilla de afeitar, llenó un vaso con güisqui y dejó a un lado el Orfidal. Dejó su carta, su adiós, encima de la mesa. A continuación se metió en la bañera con ropa, tomo un trago de güisqui y tomó Orfidal. Antes de consumir todas las pastillas cogió su cuchilla de afeitar y volvió a beber. Observaba la cuchilla mientras seguía ingiriendo Orfidal. Era como un ritual. Orfidal, trago y observar. Observar la fina lámina de acero que pronto acariciaría su piel. Terminó el vaso, terminó también el Orfidal y deslizo la cuchilla por su antebrazo izquierdo. Sentía dolor, pero al mismo tiempo lo liberó. Con más fuerza de voluntad siguió rasgando su piel. Sólo quería ser olvidado, como un enemigo vencido. Sólo pudo ser el enemigo del viento.
Kraus01 de febrero de 2014

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