Nos enviaban de una patada a las duras calles, los pequeños grilletes en los tobillos no me permitieron caer de pie. Vimos alejarse la carreta, más ligera después de descargar 20 niños esclavos.
Teníamos hambre, sed, miedo y el caliente hierro de las argollas nos quemaba la piel de el cuello. Pero nadie lloraba, habíamos aprendido, que no servía para nada.
Bajo los duros pies, dura tierra, que nos hacían recorrer para mostrar a los blancos la mercancía.
Imploré suerte a mis antepasados para que me comprara un amo que no creyera que a los niños negros no hacia falta vestirlos, pues era una humillación constante y silenciosa.
El chasquido del látigo detiene el tintineo de las cadenas.
-!Que empiece la subasta!
Que drama, la esclavitud y todo lo que conlleva para los esclavos. Generaciones perdidas en mareas de dolor y alas cortadas a la libertad, que nunca podrán ser repuestas.