Dicen que los escritores somos nostálgicos, es verdad que es así.
Hubo un tiempo que odié mi nostalgia, porque pensé, me anclaba a lugares de los que debía salir. Y aún hoy, a veces, me ancla a esos lugares.
Sin embargo, el tiempo te hace mirar las cosas de manera diferente. Te hace quererlas, aceptarlas e incluso a veces, vuelves a acariciarlas.
Sigo echando de menos, mi otra ciudad, la que me vio crecer emocionalmente, la que me acogió con su frío y humedad y me echó el pulso más grande.
Tan mágica, tan dura y tan especial.
Marcados en mi memoria están los tiempos en Belvedere House, en esa entrada, en Mario detrás del teléfono. Nunca pensamos que los momentos cotidianos, se transformarán en grandes momentos en nuestra memoria.
Carmen, Alvaro, Melanie,los cigarros en la escalera y un día a día que en mi memoria iba a ser especial.
Las mañanas, mientras Carmen y Beatrice dormían y yo salía de nuestro cuarto y caminaba hacia Kensington Gardens, cuando la ciudad despertaba y entraba en Hyde Park.
Tan bonita la calle, hasta que llegaba allí, tan bonitos sus árboles, y el parque, ese parque que casi siempre húmedo me veía crecer cada mañana, llegando hasta él, sin pensar en todo y en nada, desbordada en energía, canalizándola con sus colores, me envolvía de magia que iba a marchar, y se incrustaría en mis recuerdos.
Es una brecha. Una brecha de visión. Ya nada sería igual, ya muchos no entenderían.
Aprendí a mirar, y a sentirme sola rodeada de gente, y a sentirme con familia, sin familia.
El amor, me mostró una cara dulce amarga, que aún hoy me echa de menos, y me recuerda que nada fue un sueño, que todo estaba ahí.
Hoy puedo mirar a atrás y saber que viví. Viví intensamente un cielo gris, con gotas de lluvias desordenadas.
Viví cada vez que te pisé de nuevo.
A pesar del miedo, de la distancia, siempre fuiste mía. Sin entender un porqué.
Fue mío porque lo sentía. No hace falta explicar lo que sale de dentro.
Recuerdo tiempos desordenados con el orden más absoluto, el de la vida, que se deja llevar sin más.
Entraba en la academia, y al fondo de la cafetería me sentaba yo.
Sin saber del todo cuanto vivía, más auténtica de lo que nunca fui.