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El Modelo


EL MODELO

La desaparición del joven Pedro Cando en Sevilla, en noviembre de 2.012, fue un suceso que conmocionó a toda la ciudad, y que estuvo envuelto en el misterio desde el primer momento. Pedro tenía unos 20 años cuando ocurrió la tragedia, y estudiaba Bellas Artes en la Universidad Hispalense. Para pagarse los estudios, ya que no provenía de familia adinerada, trabajaba como camarero los fines de semana y, con frecuencia, posaba como modelo para fotógrafos, pintores y escultores. Era un chico sano y deportista, y cuidaba mucho su físico. Era un joven metódico, íntegro, sin fisuras, con las ideas claras y una inteligencia brillante.
La policía investigó el caso de forma concienzuda, pero dos meses después, aún no tenían nada. Aunque se decretó secreto sumarial, la información que se filtraba coincidía en la total ausencia de sospechosos, testigos y de pruebas incriminatorias.
Fue en febrero de 2.013 cuando un señor que dijo llamarse Antonio Correa, amigo de la familia y que había hecho de portavoz de la misma ante los medios, me llamó por teléfono para poner el caso en mis manos. Concertamos una cita, y Antonio Correa llegó a mi despacho a la hora convenida.
Se trataba de un señor de unos cincuenta y pocos años, de singular apariencia. Era alto, delgado, de mejillas exangües y muy pálido. Tenía escaso cabello, y unas cejas muy pobladas y con señales de haber sufrido algún percance, seguramente en la niñez. Caminaba con cierta dificultad, y, visto de cerca, su rostro estaba marcado por innumerables cicatrices. Al ver que yo le observaba con atención, me dijo:
- He padecido de epilepsia grave durante muchos años. Gracias a la medicación que tomo, no he vuelto a tener ataques en los últimos siete años. Esas marcas que usted puede ver son fruto de las caídas que me provocaban los ataques.
- Comprendo  respondí.
- Ahora, si a usted le parece bien, le contestaré gustoso a las preguntas que tenga por bien hacerme, quedando a su entera disposición para esclarecer este desgraciado asunto.
Comencé preguntándole acerca del joven, de sus hábitos, de su vida, de sus amistades&
- Pedro era un buen chaval. Muy cabal y maduro para su edad. Tenía clara su vocación de pintor, y a fe mía que era muy bueno. Todos teníamos gran confianza en su talento y todos le augurábamos un buen porvenir. Yo soy amigo de la familia desde que su padre y yo nos conocimos en el colegio, allá por los años sesenta.

- En su casa, Pedro se comportaba como un chaval muy maduro. Colaboraba económicamente ya que sus padres no eran adinerados, y se pagaba él mismo los estudios trabajando como modelo y camarero. No tomaba drogas ni bebía más que lo normal en un joven de su edad. No tenía novia, y al parecer era gay, cuestión que llevaba en secreto porque pensaba que no iba a ser bien visto por sus padres.

- Hábleme de la desaparición  dije yo.

- Ocurrió un martes, ese día salió de sus clases en la Universidad y estuvo hablando con unos amigos. Les comentó algo de un trabajo que debía hacer y se marchó. Eran las siete de la tarde y esa fue la última vez que se le vio.

- ¿nada se sabe de ese trabajo?

- Nada. Se especula que iba a posar para un conocido escultor local, pero él niega que Pedro acudiera ese día a su estudio, si bien habían quedado para ello. No se alarmó cuando el joven no apareció, y pensó que tendría algún motivo para no acudir al compromiso.

- ¿ha investigado la policía a este escultor y a los últimos que le vieron, supongo?

- Sí señor. Pero nada ha podido sacar en claro.

- Necesito fotos del joven y también la dirección del escultor. También la del bar donde trabajaba los fines de semana como camarero e igualmente me gustaría hablar con los que le vieron por última vez. ¿puede usted concertar una cita con ellos?

- En efecto. Aquí tiene el nombre, teléfono y dirección del escultor y procuraré contactar con los compañeros que hablaron con él y citarlos para cuando a usted mejor le venga.

- De acuerdo. Ahora necesito pensar. Estaremos en contacto.


Nos despedimos con un apretón de manos y quedé solo en mi despacho. Me suministré mi morfina y me puse a pensar sobre el asunto. Pronto llegué a la conclusión de que, aunque el caso estaba bastante enmarañado, no podía cometer el error de teorizar sin datos de partida, así que dediqué la tarde a visitar al escultor y al pub donde hacía de camarero.
Llamé a Guillermo Téllez, escultor, y me emplazó para visitarle en su estudio una hora más tarde. Cuando llegué me abrió la puerta un señor de unos cincuenta años, alto y fornido, con las manos manchadas de productos químicos y que sostenía una brocha en su mano izquierda. Me saludo afablemente y me invitó a pasar.
Su estudio estaba plagado de obras de arte, principalmente esculturas realistas de bustos y torsos masculinos. Por sus maneras y voz deduje que el hombre en cuestión era homosexual.
- ¿en qué puedo servirle?  preguntó.
- Deseo saber cuál era su relación con Pedro Cando, y todos los detalles que pueda aportarme sobre el particular.
- Solía posar como modelo, porque tenía un cuerpo precioso y yo le pagaba por ello. Trabajaba conmigo desde hacía dos años, pero también posaba para otro pintor de Sevilla y para algunos fotógrafos publicitarios.

- ¿Tiene usted alguna obra en la que Pedro fuera el modelo?  pregunté.

- Sí; aquí tiene la última. Desapareció cuando estaba trabajando en ella.

Me mostró una escultura de torso y cabeza, modelada en barro, y a medio acabar. La escudriñé de cerca y me llamó la atención que, pese a llevar dos meses sin tocar, había evidencias recientes de haber sido retocada en algunos sitios, en concreto en la cabeza y en mitad del torso. El secado del barro así lo demostraba. Nada le dije al respecto y seguí con mi observación de la obra.
- Tiene otras obras ya acabadas? - pregunté.
- Aquí no, por desgracia. La última fue vendida hace unos seis meses a un coleccionista de Jaén y hay otra más que se rompió en el proceso de cocción, por lo que hube de desecharla.
- ¿tiene fotos de la obra que le compró el cliente de Jaén?
- Alguna debo tener. Si me da diez minutos se la mostraré.

Me enseñó otro torso con cabeza, y la estuve mirando con detenimiento. Pensé que era una foto ajena a un posado para escultura. No obstante no le deje nada tampoco sobre el detalle, el cual no dejó de llamarme la atención.
- Supongo que no sabe la dirección del pintor que también usaba a Pedro como modelo?
- Siento no poder ayudarle en ese aspecto. Lo ignoro completamente  dijo.
Me despedí de él, y marché con la cabeza llena de ideas. Ahora sí tenía algo para empezar. Y, antes de ir a mi casa, visité el Pub donde Pedro trabajaba los fines de semana.
Se llamaba el local  El Yagel y tenía un marcado carácter de antro homosexual. Lo regentaba un tipo amanerado que se presentó como Isidro. Me entrevisté con él y le hice algunas preguntas. En un momento determinado de la entrevista, el tal Isidro me reveló un detalle que me aclaró bastante las ideas: Pedro hacía de dandy con homosexuales por dinero, y estaba enamorado de un joven que era cliente del bar. Era conocido como Kelly y tenía una relación complicada con el desaparecido. Al parecer había un tercero en discordia que motivaba fuertes discusiones entre ellos. Isidro me sugirió que, en el fondo de la historia, podrían existir infidelidades y que esas podrían ser la causa de la muerte de Pedro.
- ¿de la muerte?  pregunté yo.
- Bueno, quise decir, de la desaparición. Pero si quiere que le diga lo que pienso, se lo diré: Pedro ha sido asesinado y el tiempo me dará la razón.
No observé rubor alguno en la cara de Isidro, y concluí que podría ser que nada tuviera que ver con el caso, simplemente se le había escapado esa afirmación. No le di más importancia.
Logré el teléfono del tal Kelly, y al día siguiente concerté una entrevista con él. Me habló de Pedro y de sus infidelidades, y de su afán por el dinero, adjetivándolo como un puto capaz de cualquier cosa por dinero. Dejó claro su amor por el mismo, pero también que su forma de actuar le había hecho odiarlo y que ya no sentía nada por él. Le pregunté sobre el escultor y el fotógrafo, y entonces observé en su rostro una expresión que me llamó la atención. Se puso furioso, y trató de disimularlo, y habló pestes sobre el escultor, acusándolo de haber contribuido a que su relación se deteriorara. Lo calificó como un viejo guarro y excéntrico, con el alma retorcida y capaz de cualquier cosa.

- Kelly, necesito fotos de Pedro desnudo. Son cruciales para resolver el caso. ¿me las puede facilitar?
Pensó unos instantes y me enseño una colección de fotos del desaparecido, algunas de las cuales me las envió por e-mail. Terminé la entrevista con una euforia contenida, sabedor de que el autor del suceso estaba a punto de caer en mis redes.
En mi casa comparé las fotos de Pedro con la de la escultura inacabada y existía un gran parecido entre ellas. Estaba claro que el modelo había sido Pedro, pero hubo algo más que me llamó la atención, y era el que la foto y la obra inacabada eran un copia exacta.
Pero lo que me puso sobre la pista definitiva fueron los retoques que el escultor había hecho sobre la escultura inacabada. Fueron realizados pocas horas antes de que yo le visitara y una teoría comenzó a imponerse sobre todas las demás.
Al día siguiente, fui a visitar al inspector jefe del caso. Ya nos conocíamos y teníamos cierta amistad. Me mostró bastante material fruto de sus investigaciones y allí encontré la pieza que faltaba para completar mi puzle.
Le relaté mi hipótesis, documentándola adecuadamente, y al cabo me dio la razón con la advertencia de que no había prueba de cargo como para solicitar al juez una orden de registro. Urdimos, pues un plan para esquivar este inconveniente legal, y contactamos con el cliente de Jaén que había comprado la pieza que supuestamente fue hecha con Pedro como modelo. Concertamos una cita con él para el día siguiente, nos dijo que estaba de viaje y que no llegaría hasta cinco días después, y finalmente tuvimos que aceptar esa fecha para la entrevista, aunque el tipo se mostró muy poco dispuesto a colaborar. La insistencia del inspector Poncela terminó por hacer efecto, y Anselmo, el cliente, terminó por aceptar que ambos fuéramos allí para ver in situ la escultura.
- ¿te confieso una cosa?  dije yo al inspector.
- Dime  replicó.
- Que yo ya sabía que nos iba a emplazar para días más tarde, y esa suposición, al verse confirmada, confirma también mi teoría. Lo tengo, Poncela, lo tenemos.
- Sácame de la intriga  me dijo el inspector muy serio.
- Ya me conoces, quiero estar seguro y no quiero prescindir de cierto toque de espectacularidad al resolver mis casos. Ten paciencia y piensa que estamos en el camino correcto.
- ¿quieres que ponga vigilancia en la puerta del taller del escultor?  preguntó el inspector.

- No será necesario. Sin embargo, aseguraté de que Anselmo está en Jaén y no de viaje como dice, pero hazlo con total discreción y sin contactar con él. Manda a algún agente de paisano y verás como no está de viaje. Una vez comprobado esto, no mantengas la vigilancia y déjalo tranquilo, es fundamental que no se huela nada.
A los cinco días, Poncela y yo nos desplazamos a Jaén. El inspector me dijo que, efectivamente, ese señor había estado en Jaén y no de viaje. Llegamos y Anselmo nos recibió.
- No he hecho más que llegar del viaje  dijo señalando unas maletas que había en el salón de la casa. No me ha dado tiempo ni a deshacerlas siquiera. ¿en qué puedo serles útil?
- Queríamos ver la escultura que le vendió el escultor sevillano.
- ¿cuál de ellas?  preguntó.
- La última, una de torso y cabeza  dije yo.
- Ah! Sí& pasen por favor.
Nos llevó a una sala donde había numerosas obras de arte escultóricas y nos señaló una. Me acerqué a observarla y pude percibir el olor del esmalte recién cocido. También pude observar las marcas en el centro del torso y en la nuca que tenía la escultura inacabada que me mostró el escultor en su estudio.
- Le gusta?- preguntó el tal Anselmo.
- Mucho, pero no por la calidad de la obra, sino porque con ella la desaparición de Pedro está solucionada. Ahora, debo hacerle una última pregunta:
- ¿dónde está el cadáver del joven?
Anselmo se puso lívido y se desplomó en el sillón. Nos miró a ambos y comenzó a sollozar en un tono muy agudo. El sentimiento de culpabilidad de ese señor era abrumador. Un silencio sepulcral presidió la sala. El inspector y yo esperamos a que se recuperara y entonces le hice esta pregunta:
- ¿dónde está el cadáver?
- Está enterrado en una tierra de olivos que poseo cerca de Úbeda. Yo no lo maté, pero sí que he encubierto al asesino y he sido su cómplice en todo momento. No negaré mi culpabilidad.

- Pedro mantenía relaciones con Guillermo Téllez, el escultor, por dinero ¿no?  dije yo.

- Sí, pero el otro se enamoró del joven y al no ser correspondido, lo mató. Luego me pidió que colaborase con él, chantajeándome con asuntos personales míos, de índole muy íntima y que por nada del mundo quiero que salgan a la luz. Me tenía en sus manos. Ahora debe estar camino de Marruecos, según su plan.

- No  dijo el inspector Poncela  ahora está engrilletado y detenido, cosa que hicimos en cuanto Lucas Juan, aquí presente, me hizo la señal convenida. Lo detuvimos al salir de casa con intención de tomar un vuelo a Rabat. Hace menos de una hora.

Detuvimos al tal Anselmo y fue puesto a disposición judicial. Luego regresamos a Sevilla. En el trayecto, conté al inspector la cadena de razonamientos que me habían llevado a descubrir al culpable.

- Lo primero que me llamó la atención fue que ninguna de las obras del escultor evidenciara que Pedro fue tomado como modelo para su realización. Eso me sugirió que la relación entre ellos podría ser de tipo sexual y no artística. Es obvio que, al matar al joven, el escultor quiso hacer un busto parecido a él, para lo cual tomó una foto, y por casualidad, encontré la foto que le había servido de modelo. La pose era la misma y deduje que la escultura había sido realizada post mortem.
- Observé también unas imperfecciones en dos lugares de la escultura, que habían sido reparadas con motivo de mi visita, y lo deduje porque el barro estaba más fresco que el resto de la escultura. Fueron esas imperfecciones las que me indicaron con total seguridad que la obra que supuestamente compró Anselmo meses antes era la misma que yo vi en el taller del escultor. El ardid de esperar cinco días argumentando que estaba de viaje era el tiempo que el escultor necesitaría para finalizar la escultura. Sin embargo, esas imperfecciones y el olor a esmalte cocido indicaban sin lugar a dudas que había sido hecha pocas horas antes y a la carrera.
- Kelly, el amante de Pedro sabía que el joven se vendía por dinero y eso deterioró la relación entre los dos. Así que lo descarté por dos motivos: principalmente porque Pedro no fue muerto en un arrebato de ira, sino que su desaparición fue planeada y ejecutada con frialdad, y en segundo lugar porque el tal Kelly estaba tranquilo, indignado y no expresaba síntoma alguno de nerviosismo ni de ocultar nada.

- Ese razonamiento es brillante  dijo Poncela  pero no me negará que la suerte ha estado de su parte. La foto que usted logró y el parecido con la escultura le indicaron que fue hecha post mortem&eso es un golpe de suerte.

- No lo negaré, pero lo más importante es que ese hallazgo fue interpretado por mí de forma que logré desprenderme de toda la paja del asunto y poder ir directamente al grano.

- De todas formas, lo felicito de veras  dijo Poncela, y usted ha vuelto a demostrarme que su presencia en el cuerpo hubiera sido de gran ayuda para todos los que nos dedicamos a esta profesión de la ciencia criminal que, usted, está elevando a la categoría de arte.

Cuando llegué a casa, miré la ampolla de cloruro mórfico y no pude más que bendecir a ese iluminado que logró extraer esa sustancia de las cabecitas inmaduras de la amapola. Dediqué el chute a Sertürner y, reconfortado por el éxito, me fui a la cama.









Laureanoramirez02 de mayo de 2017

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