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Capítulo Iv: El Misterio de la Princesa Índigo.

Un Jinete del Apocalipsis había muerto, más que eso un compañero, nunca me había sentido de esa forma desde que me encontré en el accidente de mis padres, tal ves sus almas sí se salvaron o tal ves siguen rondando por el purgatorio, no lo sé, lo cierto es que tengo asuntos pendientes que hacer y el quedarme lamentando por una gran pérdida no me ayudará en nada, entonces dejé de apretarme el ojo con las manos y lentamente los abrí, me acerqué a un espejo que se encontraba al lado del armario y me miré, ya me contemplaba mi nueva cara, un ojo humano y otro demoniaco, a diferencia del humano, toda la iris y la pupila eran unicolores, uniformes y era de una tonalidad azul celeste, inhalé y exhalé ya que era difícil verme así.
Dejé de contemplarme para abrir paso al armario viejo, tenían los olores típicos que tienen los muebles antiguos y estaba cubierto en algunas partes con polvo del cemento de cuando se destruyeron las paredes, ahí donde Guerra me había dicho que conseguiría algo para mi, así que me acerqué y abrí la primera puerta había un traje, era al estilo medieval, era una camisa beige de la época y venía con una armadura gris que cubría desde la rodilla hasta los hombros y al lado había una capucha con bufanda de un color rojo oscuro y unos detalles en las orillas en dorado, en el piso del armario habían unos botines de cuero negro, todo eso me lo coloqué al instante, luego abrí la otra parte del armario, había una espada de hierro forjado, y en el filo tenían unas inscripciones grabadas en latín que decían «In viam bellator vitae, amicitia tantum salvet te a perditionis.», que significaba “en el camino de la vida del guerrero, sólo la amistad te salva de la perdición”, este mensaje lo había grabado guerra la primera vez que nos encontramos cuando nos enfrentamos a los ángeles y demonios que nos atacaron cuando nos encontrábamos en el purgatorio mientras recolectábamos los sellos del apocalipsis, la batalla fue dura, puesto que entre ellos se dispusieron una tregua en contra de nosotros, pero al final con las habilidades de los dos pudimos salir victoriosos. La espada también tenía un mango de madera sólida con detalles de plata, la cogí y al tacto sentía su fuerza en mi interior, como si en ese momento nos hubiésemos conectado, sentía todas esas emociones que se sienten en plena batalla: ira, resentimiento, honor, entre otras. Se acumularon en mi mente como si quisiera que me preparara para lo que estaba por venir.
Dirigí de nuevo la mirada a Guerra.
-Guerra tu muerte no será en vano, prometo que te vengaré y no descansaré hasta cumplirlo.
Levanté la espada en frente mio viendo mi propio reflejo, me veía decidido a cumplir mi promesa, entonces la guardo en la funda la cual me la había colocado en la espalda de forma cruzada. De pronto empezó a temblar el suelo, eran las grietas que se estaban formando, el castillo se iba a caer, así que rápidamente me dirigí a Guerra y me lo coloqué en el hombro y empecé a correr para poder llegar a la entrada, no podía dejar que se hundiera, cada paso que daba me hacía recordar todas las cosas que tuvimos que pasar, desde la vez que acabamos con as quimeras que tapaban la entrada a uno de los templos, hasta cuando acabamos con Lucifer, que fue cuando surgieron los siete reyes del apocalipsis, y asombrados por nuestro poder nos hicieron una oferta, de otorgarnos poderes inimaginables; yo acepté su oferta, pero Guerra se negó, fue cuando tomaron el control de lo que hacía, y me ordenaron destruir los otros dos reinos.
Cuando llegué a la entrada usé el hechizo para abrir un portal que nos llevaría a donde se encontraba el portal que unía al purgatorio y el inframundo, entonces resoplé las mismas palabras que dije en la arena.
-« Ethgri garzjla eitha gánga fram »
Y caminé para atravesarlo, por última vez vi el castillo de Guerra y como caía en la lava, entonces pasé dentro de el portal, cuando llegamos al portal me encontré con lo inesperado.
-Así que el comité de bienvenida ya saben mis planes.
Una horda de orcos estaban esperándome en la entrada, su olor repugnante inundaban las narices de quien estuviera cerca, tenían unas armadura de cuero, y cada uno tenía una hacha, también habían un par de minotauros tapaban el portal; ahí fue cuando uno de los orcos dio un paso y me señala con su mugrienta mano y su uña sobresaliente.
-Tú no vas a lograr salir de aquí vivo- Lo dijo en forma maliciosa y con una sonrisa maligna en la cara.
-Hm te recuerdo que todos aquí somos almas imbécil- Bajé con cuidado a guerra al suelo y pronuncié unas palabras para hacer un escudo alrededor de él -«Sköliro»
Fue cuando se desplegó una batalla, el orco se alteró y azotó rápidamente su hacha contra mí, pero pude reaccionar antes de tiempo y había desenfundado la espada y chocaron, luego empecé a luchar contra él con unos movimientos rápidos y ya no podía moverse, luego le inserté la espada en el ojo y lo forcé contra el piso rompiéndole el cráneo.
-Ahora… ¿Quién se atreve?
Todos los presentes me miraron y empezaron a atacarme, parecía que la espada conocía todos sus movimientos puesto que me ayudaba con los enemigos que me atacaban a mi espalda y también el ojo de Guerra, con él veía cada una de sus puntos débiles y los usaba en su contra para destruirlos, a los pocos minutos ya había destruido a todos los minotauros, orcos, arpías que se me habían aparecido.
Seguí mi ruta al portal, cuando lo paso, me encuentro en el mismo bosque en el que había llegado, busqué una zona donde podría enterrar a Guerra, caminé por un largo tiempo hasta que conseguí el sitio ideal, había una piedra de gran tamaño que sería el suficiente como para taparlo y que nadie pudiese encontrarlo, lancé un encantamiento para elevarla -«¡Stenr reisa!» esta se empezó a levantar dándome espacio suficiente para hacer el hueco, empecé a cavar lo suficiente y luego puse su cuerpo dentro y lo coloqué con las dos manos sosteniendo el mango de su espada y con una postura noble, luego coloqué de nuevo la piedra para que lo tapase y luego hice que la cubriera ramas y flores para que nunca la pudieran abrir -«Ethgri delois»- por último me quedé en frente de su tumba pensando, tratando de aceptar lo que había ocurrido y me despedí diciendo -«Atra gülai un ilian tauthr ono un atra ono waisé skölir frá rauthr du Sé mor'ranr ono finna»- seguí caminando y pude observar el ocaso en el horizonte, así que decidí quedarme acampando en una pequeña cueva subterránea que me había encontrado en el trayecto, usé algunas hojas secas y ramas para poder encenderla en una magnífica fogata, pronto la luna se encontraba por encima de las montañas se escuchaban los sinfónicos cantos de los grillos y sapos que habitaban aquí, mientras que el frio se mantenía en pie durante esas horas, pronto mis cansados parpados empezaron a hacer señas somnolientas, así que me quité la espada de mi espalda y la dejé a mi lado, en caso de que me encontrasen, me recosté de las hojas que había colocado cómodamente en el suelo, en los siguientes minutos todo permaneció tranquilo, hasta que empecé a escuchar unas pisadas en las hojas secas que abundaban en esta época del año ya que nos encontrábamos en otoño, se acercaban cada vez más, en el acto cogí mi espada y la desenfundé, me levanté y me dirigí a la fogata para retirar de él un trozo de madera que me funcionaría como una antorcha y me puse en marcha con pasos cuidadosos para saber quien era el que me seguía.
-¿Quién anda por ahí?- pregunté y de golpe se detuvieron los pasos, recordé que Guerra me había dicho que con el ojo podría ver incluso por entre los obstáculos, con la mano me cubrí el ojo humano y empecé a utilizar el otro. Todo se veía más claro, pero la luz de la antorcha me molestaba así que la tiré, todo lo veía como un campo nada más, no habían árboles ni colinas todo era plano, eso fue lo que me permitió ver a lo que se estaba acercando, era una mujer, de mediana estatura que llevaba un traje que le tapaba todo el cuerpo y una capucha que le cubría el rostro.
Guardé mi espada y seguí caminando para encontrarme con ella, se quedó inmóvil por unos minutos, y luego se desvaneció por completo cuando ya estaba cerca de ella, pero aún la podía ver sólo se había trasportado unos cuantos árboles atrás, así que hice lo mismo que ella para aparecerle por detrás, me crucé de brazos al llegar y ella asustada calló al piso cubierto de nieve.
-¡Por favor Damien déjame en paz, no te he hecho ningún daño!
-No pienso hacerte daño, sólo te iba a preguntar que hacías siguiéndome.
-Es complicado- bajándose la capucha que la cubría, sus ojos eran de un color azul radiante, que lucían muchísimo mejor en ese momento porque la luz de la luna brillaba sobre ella haciendo un destello amigable en su mirada, los labios los tenía color carmesí, ella suspiró y bajó la mirada apenada –soy la hija de uno de los reyes del inframundo, me llamo Índigo y te he seguido hasta acá es porque me prometí ayudarte cuando lo necesitaras, sé que las cosas que te hicieron estaban muy mal, pero yo no podía hacer nada para evitarlo.
Ldamien13 de julio de 2012

2 Comentarios

  • Indigo

    Desbordas creatividad y amplia fantasía en tus relatos.
    Saludos.

    13/07/12 07:07

  • Ldamien

    Gracias por tu comentario, ya se aproxima la hora para publicar el siguiente capítulo.

    13/07/12 02:07

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