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El Crimen Perfecto


Las agujas marcaron las 19:12 cuando me dí cuenta que mi idea no tenía fallas. Apoyé el cigarrillo en el cenicero y me puse el mismo jean que minutos antes me había sacado. Tomé la billetera de la mesa de luz y salí de casa mientras me ponía las zapatillas. La ansiedad, me hizo encender un cigarrillo 15 segundos después de tirar un filtro quemado en la acequia.

Con el sol escondiéndose, caminé dos cuadras hasta el supermercado. Aunque vivo hace tres años en la misma casa, me sigo comportando como alguien "nuevo" en el barrio; algo que me libra de saludar a vecinos entrometidos. De todas maneras mis ojos sólo se despegaron del suelo para mirar antes de cruzar las calles. Sentía el peso de la culpa por algo que todavía no hacía.

El supermercado, como cualquier martes, gozaba de poca actividad. Me relajé un poco pensando en que iba a demorar poco tiempo ahí dentro. Traté de comportarme normalmente, pero fué en vano. Traicionado por mis nervios, le dediqué un cordial saludo a un changarín que jamás había visto. No fué lo más incómodo mi fingido "Que hacés vieja" fingido, sino el silencio que mantuvo el joven mientras me miraba serio intentando recordar quien era yo. Me reí por dentro mientras caminaba hasta la góndola de bebidas. Tomarlo a risas fué útil para abandonar la postura tensionada por la culpa que cargaba. Mientras veía botellas, analizando las virtudes de cada una, una morocha de tez clara se acercó a elegir un vino. La observé leyendo la etiqueta del Malbec que sostenía entre sus manos. Me sonrió dulcemente y alejó su mirada. Abandoné mi plan por unos instantes, imaginando sus manos entre las mías. El mundo no me pareció tan oscuro a la luz de su sonrisa. Hasta pensé que lo que iba a hacer era una locura, que no se justificaba, que había otras formas de resolverlo. La morocha habló: "¿Cual llevamos amor?" dijo. Detrás mío apareció un tipo. Un tipo que no merece más descripción que la de un tipo. Ella, lo aventajaba de todas las maneras posibles. Hasta podría asegurar que ella era más fuerte físicamente, y se desarrollaba favorablemente en una mejor carrera. Sus posibles hijos la amaban más, y su labrador elegía siempre pasear con ella. Un tipo. Ella estaba con un tipo, y yo solo, buscando una botella. El mundo volvió a ser oscuro. Aún más oscuro, cuando el tipo eligió una botella de champagne sin ni siquiera considerar sus deseos; y la arrastró hasta la caja, sin mirarla, envolviendo su cintura. Ella se dejó ir, dedicándome una sonrisa, igual que la anterior. Simple cordialidad.

Si, estaba en lo correcto; no había otra opción, sólo se podía hacer una cosa, y nada más que eso. Volví a las botellas. Un jugo para preparar, litro y medio, botella descartable de cuello largo. Perfecta. Pero rinde 15 litros, y no me los puedo tomar en menos de una hora. Opté por un vino. Botella de plástico, como era necesario. No importaba si el vino tendría gusto a vino o no. Sólo importaba la botella y el grado alcohólico. A veces el coraje viene en botella. La tomé sin vacilar por su cuello largo. Se adaptó perfectamente a mi mano derecha, y sin dudarlo caminé hasta la caja. Si existe, no se; pero Dios me brindó una caja vacía y una cajera rápida. Me acerqué. Le dí la botella. La máquina dijo "¡tick!". La cajera dijo "$4,19". Yo dije "Ya te pago", y saqué la billetera del bolsillo derecho. Sin abrirla, saqué con la puntas de los dedos un billete de cinco pesos. Si hubiera sido el 17 de Agosto, estuviera en el departamento de San Martín y el supermercado en la Avenida Libertador Gral. San Martín, podría haber comentado algo. No fue el caso. Volvió la ansiedad a mis venas. Tomé la botella y una bolsa de nylon, y me arrojé a la salida, sin pensar en mi vuelto o en el ticket o en lo raro que se vería un pobre diablo como yo simulando dejar propina en un supermercado.

A casa, nervioso. Con ganas de llegar y concluir con ese plan perfecto. Cigarrillo encendido. Y la botella de vino blanco caliente, embolsada en mi mano izquierda. Me dije "¿Por qué no?"... no tuve respuesta, así que abrí la botella, guardé la tapa rosca en el bolsillo derecho, junto al celular y caminé tomando del pico. Tal vez no haya un vino más feo, pero el momento le brindaba un sabor casi tan jugoso y dulce como la venganza. No importó que dos viejitos tomando aire fresco, me vieran tomando vino por la calle y comentaran lo mal que está la juventud en estos tiempos. Está mal, pero su juventud también estuvo mal; y si a ellos no les importaba, porqué habría de importarme a mí. El vino no duró lo que esperaba, y en la puerta de mi casa bebí el último trago, antes de meter la llave en la cerradura. Tiré el cigarrillo a medio fumar, y entré.

Adentro estaba todo tan oscuro y silencioso como lo había dejado. Fuí hasta la cocina con la botella embolsada en la mano izquierda. Abrí la canilla y llené la botella, procurando que quedara suficiente aire en la botella, para que no se desbordara. La tapé con fuerza y la guardé en el congelador. El reloj marcó las 19:43 y me tranquilizó el hecho de que mi hermano no volvería hasta el otro día. Con mi padre en otra provincia, la víctima dormía indefensa. Sólo restaba esperar. Fuí a mi pieza, me recosté en la cama y encendí el televisor. Apagué el cigarrillo en el cenicero y tuve dos zapping de tres vueltas de ochenta canales, codificados incluidos, para terminar viendo un recuento de goles de los partidos entre la selección y la selección de Venezuela. El tiempo avanzó sólo quince minutos, y bajé a revisar la botella en el congelador. Sin noción del tiempo, esperé encontrarla congelada, pero el reloj en el microhondas me hizo saber las horas que faltaban. La escalera me resultó un trabajo forzoso, y decidí quedarme en la computadora, esperando. Lo primero que hice fue averiguar con Google cuanto demora en congelarse una botella de 750 centímetros cúbicos, pero me distraje unos minutos leyendo lo que malgasta un "retrete" perdiendo agua en seis meses, y pensé las atrocidades que podría cometer con 17.000 litros de agua congelada. Se cortó la luz, y me quedé sentado frente al monitor apagado, esperando que la luz volviera. Encendí un cigarrillo. Otro. Otro. Al cabo de 5 cigarrillos y un te me quedé dormido. El sonido del fax encendiéndose me despertó cuando la luz volvió. La computadora no se encendió y simplemente me quedé en la misma posición, en la oscuridad, esperando. Conté 21757 movimientos del segundero, esperando a que la botella estuviera congelada, y la madrugada fuera tranquila. Casi siete horas con la misma idea en la cabeza, y no perdí la razón, o sí. Me levanté de la silla, me estiré para despavilarme y caminé hasta la heladera, abrí el congelador para corroborar que estuviera congelada, aún cuando era seguro. Ahí estaba, congelada.

Busqué un cuchillo "tramontina" y saqué la botella del congelador. Corté apurado el plástico de la botella, para sacar el hielo antes de que se derritiera. Con el arma de hielo liberada, me sentí más cerca. La guardé nuevamente, para que no perdiera firmeza, tomé los restos de la botella, y fuí hasta la calle embolsándolos.

Parado en la puerta, con miedo de alejarme a esa hora, miré hacia todos lados, asegurandome que no fuera a correr riesgos. Toqué las llaves en el bolsillo, cerré la puerta y caminé una cuadra hasta el zanjón de Los Ciruelos. Traté de pensar en lo curioso del nombre para no paranoiquearme con la idea de francotiradores apuntándome. Me paré en el puente y tiré la bolsa con la botella cortada. Entre tanta basura era imposible verla. Volví a casa apurado, casi corriendo. Miré hacia atrás cuatro veces en el trayecto, y abrí la puerta sin quitar la mirada de mis espaldas.

Dentro de casa, cerré con llave y subí a mi habitación. Me quité toda la ropa, para evitar manchas de sangre, y en silencio, bajé hasta la cocina. Tomé la botella del congelador y el hielo se pegó en mi piel. Pensé que podrían quedarme marcas de la quemadura del hielo, y temí de los investigadores, pero tuve la certeza de que en la Argentina un crímen no se investiga televisivamente. Subí en silencio, apoyando la mano izquierda en el suelo, para evitar cualquier tipo de sonido. Abrí la puerta de la mujer. Ahí estaba, durmiendo, en la misma posición en la que había quedado inmóvil ocho horas atrás. Me paré un instante al lado de la cama, sin preocuparme por mi cuerpo desnudo. Ella me había dado a luz, y mi cuerpo desnudo no era ninguna novedad. Tomé con firmeza el arma que comenzaba a derretirse en mi mano. Levanté el brazo derecho, empuñando el arma que habría de desaparecer en unos minutos. Lo bajé con fuerza, sin pensar. El hielo impactó en la frente de la mujer, rompiendo. Un golpe en seco.

Un golpe seco. Un solo grito ahogado, producto del aire alojado en los pulmones, fue su último lamento. La ira provocó la repetición de el movimiento, innecesaria. El cadaver fue golpeado repetidas veces. La sangre se estrellaba en mi cuerpo, mi monstruosa expresión se salpicaba con sangre. Mis ojos desprovistos de toda humanidad se fueron empañando. El pico de la botella se quebró, el trozo de hielo rodó sobre la cama. Me detuve. Lloré. Lloré arrepentido, sabiendo que no había vuelta atrás. Lloré, y cerré los ojos, intentando borrar de mi mente el inmundo animal en que me había convertido. Tomé el trozo de hielo ensangrentado y corrí hasta el baño sin preocuparme de las huellas digitales en la habitación. Tiré el hielo en la ducha y abrí el agua caliente. Evité mi reflejo en todo momento, escapando a la asquerosa realidad. Me metí bajo el agua, y sentí el calor recorrer todo mi cuerpo. Me quemé, pero no tuve fuerzas para abrir el agua fria. Me senté en el suelo a llorar, desconsoladamente, mientras el hielo se iba derritiendo y la sangre, lentamente, se escurría por el desagüe. Lloré. Intenté retroceder el tiempo, rogué despertar de la pesadilla.

Desde mi habitacion la alarma de el celular dictó las seis. Volví a la realidad. El tiempo avanzó lentamente mientras me secaba. Fuí hasta mi habitación, evitando mirar lo que había "sucedido". Me puse un boxer. Bajé y dejé la puerta abierta, esperando que la culpa recayera en algún psicópata extraño. Volví a mi cama. Me acosté y, sin mirar, busqué en el cajón de la mesa de luz los Alplax que algunas vez escondí. Me tomé los cinco. Los mastiqué, ignorando la diferencia entre ingerirlos enteros y molidos. Encendí el televisor. La repetición del recuento de goles me dió la sensación de que nada había sucedido, y simplemente, me relajé. Miré el ventilador, quieto, sin pensar en nada más que el ventilador.

¿Qué sucede cuando algo no cumple su función? ¿qué sucede cuando algo, que fue creado para realizar una tarea específica, no la realiza? ¿sigue siendo lo que es? ¿mantiene su identidad? El ventilador, quieto, en el techo, sin ventilar... ¿sigue siendo un ventilador?

Leelu03 de abril de 2008

15 Comentarios

  • Shadow

    Una extraordinaria historia, te mantiene en suspenso, te hace sentir el tiempo de espera y el golpe mortal. El arma es muy ingeniosa, practicamente indetectable (luego te digo màs cosas, ahora voy a comprar una de vino)

    03/04/08 09:04

  • Veronica

    Muy buena historia, mis ojos estaba agarrados de la pantalla sin poder desviarlos de ella, mucho suspenso, buenos detalles, el final me dejo como pasmada. Quedé como con ganas de más!

    03/04/08 10:04

  • Leelu

    Bueno, de ahora en más me animo.
    No esperaba que alguien lo leyera hasta el final.
    ¿"Alguien" lo habrá leido?

    10/04/08 03:04

  • Leelu

    ¿Cuál es la honomatopeya de morderse las uñas?

    10/04/08 03:04

  • Veronica

    Es algo como.... tclam... tunkkkk, plickkkk, depende qué uña, depende qué dientes... animate que escribis muy bien, mira, si me animo yo, y encima puse mi foto y todo... los argentinos somos así, lanzados nomás!

    10/04/08 04:04

  • Nemo

    Muy bueno!... me dejó tenso...
    Saludos! y sigue...

    10/04/08 04:04

  • Shadow

    KLAL, KLAK, KLAC (corta uñas, es feo comèrselas)

    10/04/08 05:04

  • Khas

    Sahdow, vos sos venezolano? Pensé que eras español, sobre todo por tu forma culta de hablar. No sé por qué pero me parecen ellos los que mejor utilizan la lengua española, si la inventaron, no? Otra cosa: el acento al revés por qué es?

    10/04/08 05:04

  • Shadow

    NO SÊ, Error de dedo, supongo

    10/04/08 05:04

  • Shadow

    Ah, Si soy venezolano, caraqueño (y te confieso algo, me parece que he venido poniendo todos los acentos al revés, y a hasta ahora ni cuenta: gracias)

    10/04/08 05:04

  • Khas

    Sí amigo Shadow, desde que te conozco ponés así los acentos, pensaba que era tu estilo, pero parece que desbanqué un mito... Soy una piltrafa humana. Ya me había acostumbrado, pero tenía la curiosidad de preguntarte.

    10/04/08 05:04

  • Shadow

    Mito es una palabra muy grande para incluir en ella la ortografía o el estilo (se hace lo que se puede) Un Abrazo.

    10/04/08 03:04

  • Elhistoriador

    muyyyyyyyyyyyyyy buenooooooooooooooo pero por las dudas no te invito a tomar nada
    ha ya lo agregue a mis favoritos

    25/02/09 06:02

  • Leelu

    Resucitado! Gracias HISTORI. Me alegro que te guste.
    Por favor, invitame unas copas... pero no me invites a quedarme la noche. Es por tu propio bien.

    25/02/09 07:02

  • Taber

    Estoy de acuerdo con que te mantiene enganchado en la pantalla hasta el final de la historia, es muy descriptivo y ese p?rrafo final me hace ver en sus ojos a un psic?pata compulsivo. Un saludo.

    23/03/09 05:03

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