Al fin llegó el momento. Ya estaba en su puesto, con el metal frío abrasándole las manos y la mirada puesta en aquel punto por el que la muerte se acercaba. Y su vida se resumía en su cabeza: su niñez, su adolescencia, las estúpidas peleas con sus hermanos, sus padres, con su amada. Si solo pudiera dirigirles una última palabra, sería perdón. Por todo lo que les había hecho sufrir, por cada una de las palabras que había callado y por aquellas que había lanzado como puñales. Y el frío acero, encontró en su momento de duda el camino para llegar hasta su corazón, partiéndolo. El soldado, cayó muerto al suelo mientras una lágrima partía de su ojo para perderse en la inmensidad de la tierra.