La negra noche ruge, y en el magro recinto, el científico aguarda para activar la colosal máquina y traerlo a la vida. Un feroz rayo destella afuera, y baja la palanca. Púas eléctricas fluyen de las vastas bujías al atroz bulto en la mesa. Uno, dos choques, y el científico brama: ¡Levántate y anda!. Un ojo verdiacuoso se abre, lento: ve formas grises, rotas, disecadas, fetos en jugos ámbar, los ojos de su creador, y de un tirón cercena el cable que lo une a la vida.
Crudo, Lobo, pero hermoso.
Me alegra tanto leerte.