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Llenando Espacios: (ii) Palabras que Queman

Qué curioso. Descubrí que empecé a escribir por salvar a un personaje al que su autor condenó a un destino insoportable para mí. Cierto, no logré salvarlo y dudo que alguien pueda. Ese final es lo que hace de Marianela la novela que es además. Sin embargo, de una alguna forma extraña le debo el que yo está aquí ahora escribiendo esto y todo lo demás.

Pero ese dolor pasó, junto con la mi primera incursión comprometida al mundo literario, y llegó el momento de comprender la maravilla de la creación cuando leí La noche boca arriba por primera vez. Lo que me maravilló de Julio Cortázar fue descubrir lo que se podía hacer con las palabras. Era impresionante para mí sentir que se podia crear a ese nivel mundos tan complejos y fascinantes a través de la escritura. En realidad con Julio Cortázar fue el amanecer de mi amor a la creación literaria. Cuando terminé de leer La noche boca arriba la primera vez no cabía en mí de asombro, y recuerdo que pensé, nítidamente, no como un pensamiento confuso, una sensación, o un mero decir de hoy, no, fue con todas sus letras que pensé: "A esto me quiero dedicar el resto de mi vida". ¿Dramático, no? Es difícil para muchos pensar que un texto pueda conmover hasta ese nivel a un ser humano... Y, sin embargo, ahí estaba yo, un paso más allá del éxtasis absoluto del autodescubrimiento. No era menor. Porque en ese momento supe lo que quería para el resto de mi vida. A los catorce años.

Cierto, yo era un bicho raro incluso a esa edad, lo admito, aunque eso explica muy poco en realidad, los bichos raros tienen un sinnúmero de posibilidades de conversión en toda su vida, unas mejores que otras, muchas peores que cualquiera. Apostaría lo que fuera a que las peores alimañas históricas fueron bichos raros, lo mismo que los más grandiosos creadores, así que jamás se podría siquiera intuir hacia donde se inclinaría la balanza finalmente tratándose de un bicho raro. En mi caso fue hacia la escritura. Mi admiración por Cortázar, a difencia de la que alguna vez tuve (si la tuve) por Pérez Galdós, dura hasta hoy y seguirá creo hasta el final de mis días, porque en lugar de decrecer va en aumento.

A esa misma edad inicié mi acercamiento, igual de maravilloso, a Ray Bradbury. Lo primero que leí de él fue El hombre del cohete. Para los que crean firmemente que el colegio no aporta mucho material para el desarrollo mental de un alumno, yo soy la prueba viviente de que ese juicio negativo puede ser cuestionable. Todos esos textos los descubrí en mi clase de castellano, con mi profesora. Estaban en mi Texto de Estudio de Castellano. Ah, pero claro, mi profesora de ese entonces era genial y vibraba con la lectura y el lenguaje. Eso sin duda contribuyó un ochenta por ciento. Ella me inicio, ese mismo año, el año de mi afiebrado destape, también en Edgar Allan Poe. Hizo una lectura en voz alta genial de El corazón delator, luego nos hizo hacer algo que a mí también me fascinaba en ese tiempo, dibujar. Toda la historia plasmada en un cómic. De ahí en adelante todo fue descubrimiento y búsqueda afanosa por leer lo que cayera en mis manos. Bueno, no todo, sino aquello que me traspasara las vísceras como esos primeros textos. Y así sería. Hasta hoy...

Lobosluna03 de abril de 2008

1 Comentarios

  • Shadow

    Genial como el primero, espero màs

    04/04/08 09:04

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