Aún recuerdo a mi enemigo,
sus armas eran grandes,
sus armaduras lustradas y de oro,
relucían contra el sol y podían dejarme ciego.
Recuerdo sus ojos furiosos,
su sangre incontenible,
su falta de ternura.
Recuerdo su recuerdo,
pero ya no lo siento.
Crucé una noche el mundo
y con un bastón de mi huesos abrí ese mar que me detenía.
Pero mi enemigo que me perseguía se hundió en ese mismo lugar cuando yo le ordené a las aguas cerrarse.
Sus gritos bajo el agua aun puedo sentirlos como si gritaran en mi oído.
¡Cuantas miserias he hecho caer sobre aquel y cuantas mas han de caer!
Quemaré su recuerdo,
haré caer un castigo con violentos truenos,
y entonces su reflejo se irá para siempre.
No seré entonces mas esclavo,
ni creeré en su falsa cordialidad.
Heriré con una ceguera todo lo que fuimos,
y lo que pudimos ser.
Borrare de la faz del mundo el denso sueño oscuro de su casa,
su imagen sosteniendo una cerveza (quizás el mas letal enemigo que he conseguido en mucho tiempo).
Lo sucedido será entonces tan solo como aquel becerro horrendo que me alejo de la luz eterna.
Con tierra seca taparé su evocación,
y con sombra cubriré todo esa pequeña memoria.
Sin perdón,
sin asombro.
Con la alegría del que ha encontrado por fin la señal divina
de la salvación,
o el amor del desterrado
satisfecho de la vida otorgada.
