Después de meses, volví a sentir ese dolor. El vacío inmenso de otra decepción. La ilusión de un comienzo distinto que acabó antes de iniciar.
Sufría de nuevo, y esta vez, confundía la causa de mi pesar con la fortuna de haber confiado demasiado, o con el karma de apresurarme al querer.
Una vez más las estrellas acompañan mis rimas, el sonido al descorchar mi botella y el seductor aroma de una copa de un vino tinto despiertan mi interés.
Las palabras son mis únicas amigas, me comprenden. En mi intento desesperado por encontrar la calma, las oraciones ensambladas acomodan mis pensamientos.
Encuentro mi desahogo en la literatura de sentimientos. Es mi escape hacia una realidad diferente, tan fantasiosa como real, tan absurda como lógica, tan perfecta como irracional. Pero sin dudas, el antídoto para un alma dolida.
Quién diría que, las mismas letras utilizadas para hundirme, hoy me ayudan a renacer.
-Y aquí les escribo, meses después, un poco más madura y con el corazón más frío-
Lucecita-.
