Amado, esposo mío, dulce refugio de mis voces: el color del tiempo y la memoria de mi mundo dentro de tu mirada paisaje. En vos el poema, la música, el gesto libre y la boca gozada. En vos mis andaduras, mis recodos, en vos mis jornadas.
Amado esposo, ¿cómo significar aún más la intensa duración de nuestros momentos, el trazo de sentido, la ovación de solsticios, el espíritu propio del sentimiento?
El resto del mundo no existe. En nuestros arreboles, los demás son los de más. Con todo y lo que se pueda, nuestro concierto de manos abiertas miran cercanías.
Tu piel, mi carne y mis huesos. Tu arrobo, mis chubascos y diluvios. Tu todo, mi recogimiento.
Amada soy, liberta. Agua clara soy, tu muelle. Luz y plegaria, y ovillo.