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San Francisco_1

Desde niños aprendemos a darle vida a los objetos inanimados. Por eso, entre mis recuerdos, me veo imitando el rugir del motor de un coche, hablando con las muñecos y cosas más absurdas aún. Mi memoria me evoca los tiempos en los que mi mejor amigo era un Pinocho de madera con el que hablaba a todas horas. Qué pena de humanidad que, a medida que vamos creciendo, nos "obliga" a perder esa cualidad.

Hace, no muchos años, decidí que la felicidad estaba en invertir mi vida y fui regresando a sentimientos y sensaciones de mi niñez. Esto me ha llevado a estar, hoy, dos horas delante de un cono que encontré solitario en la calle. Triste y en la sombra, me embargó su sensación de soledad y me sumí en su pena. ¿Quién lo dejó ahí tan desolado? ¿Por qué siento yo esa soledad que me envía? ¿Cómo salir de ese aislamiento? Pensé en sentarme a su lado y conversar con él, pero está claro que esta sociedad no está preparada para entenderlo. No quiero parecer demente si me ven hablándole a un cono. Pero su soledad y la mía eran parecidas.

Poco a poco me di cuenta que la sombra se iba retirando y, a cada minuto, se acercaba más la luz a su inerte inmovilidad. Ahora veo clara su estrategia. En este momento en que sus colores brillan al sol en su máximo esplendor, pensé que su quietud servía para dejar pasar el tiempo y que la oscuridad desapareciera y poder mostrar su mejor cara. Sonriendo y feliz por él, me levanté e inmortalicé esa imagen en mi cabeza antes de irme.

Esta noche, en mi cama, me di cuenta que hasta un cono pegado a una pared nos puede enseñar una lección en la vida. Vi que el mundo esta lleno de señales si eres lo suficientemente sensible como para percibirlas. Hoy me duermo esperando que el nuevo sol de mañana me deje mostrar lo mejor de mi. Hágase la luz.



TWITTER: @luisalserrano
Este Relato está inspirado en la fotografía de la fotógrafa italiana Costanza Mansueti [Twitter: @costanzamansuet]
Luisalbertoserrano04 de julio de 2017

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