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La Estación de la Ilusión



Se levantó y miró a su alrededor. Era muy extraño, nadie estaba en la estación más que él.

-Será acaso que hicieron huelga los transportistas y no me di cuenta-pensó.

Fernando se inquietó, la hora de entrada al trabajo se avecinaba y no llegaba el transporte.

Recordaba un anuncio promocional del “superbus” colectivo de su ciudad, donde claramente buscaban la aprobación de la vox populi, en donde mencionaban lo eficiente, rápido y moderno que sería, en pocas palabras como se dijo en su momento “un transporte de primer mundo”.

Se acordaba de los apretujones diarios a los que sobrevivía, al estrés ocasionado por el ajetreo que se armaba en cada estación -que por cierto fue padre inequívoco de su gastritis- . Además de que según como lo marca la literatura, era un sobreviviente de abuso sexual. Sé que esto sonara exorbitado, y así era su pensamiento, pero el agarrón a sus testículos con todo y paquete era considerado, según había leído, “abuso sexual”.

Al rememorar esto una lágrima se asomó por sus ojos, al mismo momento que una sonrisa resquebrajada saltaba de sus labios delgados y resecos por tanto sol; eso de andar en la calle trabajando no deja más que piel quemada y callos en los pies.

Era claramente un pensamiento dicotómico, por un lado triste ya que era un calvario propio de un habitante de la sobrepoblada india y era en otro aspecto agriamente gracioso. Esto último casi hace que ría solo, cosa que contuvo por vergüenza. Se dijo a sí mismo que sería extraño que el líquido salobre de sus ojos se mezclara con una sonrisa ascórbica.

Ciertamente el estar ahí parado en la estación por un largo rato le hizo reflexionar. No tanto como para cambiar su vida a una mejor y más funcional, ni tan poco que no pudiera pensar que ridícula era esta situación. Se preguntó cuánto más podría aguantar este latoso vivir diario sin levantar al pensamiento a una voz sonante y cantante. Por un momento le vino la valentía, esa que veía los miércoles de dos por uno en el cine en las películas de acción, y quiso revelarse contra su realidad.

Pensó y repensó cómo podría salir cantando de su boca esa inconformidad, como las palabras se conjuntarían y darían un chasquido a quien tuviera que escuchar. La fuerza por un momento fue suya, y se sintió bien, tanto que su corazón se aceleró y palpito más conforme la sangre borboteaba en cada centímetro de su cuerpo. La valentía y él fueron uno mismo.

Sin más, un aire frío le pegó en la espalda. Tirito y sus dientes rechinaron en un golpe como si quisieran machacarse entre sí. Un sentir gélido llegó sin avisar, y cuando se dio cuenta, ya era tarde, este frio pensamiento había espantado a esa bella valentia. Era miedo. Esa emoción que no conocía, pero que llevaba siempre en su vida casi como su Smartphone que no podía faltar desde hacía tres años en sus bolsillos.

Se retractó tan rápido de todo lo que había planeado y de su ser heroico, como pronto se va la quincena en la cuesta de enero. Sintió miseria en su ser, vergüenza y el querer cerrar los ojos para ocultarse de la realidad.

Una voz en su cabeza le gritó con fuerza aturdidora-¡Cobarde! ¡Cobarde, mediocre!

Esto lo hundió en pena, como quien cae en un pozo oscuro y profundo. Dio la vuelta y un pie estuvo a segundos de salir corriendo, dando retirada a la seguridad de su hogar. Pero no lo hizo.

Miró su reloj, y graciosa sorpresa. Apenas era una hora antes; había llegado más temprano a la estación.
Luiscasas05 de abril de 2016

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