TusTextos

Caín No Quiso Firmar (episodio 1)

Aunque me he dejado la cordura en convertirme en ello, no soy un héroe. Llamadme Pelayo Urquijo.
¿Es esta una presentación tan acertada como las otras sesenta y ocho que tenía en mente cuando decidí contaros esta historia por escrito? No, ni por asomo. Pero es quizá la más concisa, y sobre todo, la que puede dejar con ganas de que leáis más, a sabiendas, pues así quiero advertiros desde el principio, que esto más que mi historia, es mi confesión.
He dudado mucho sobre si esas diecisiete palabras bastan para convenceros de que mis intenciones son tan puras como pueden serlo después de todo lo que he vivido. Porque… ¿quién empieza revelando tan pronto sus defectos? Yo.

Quizá sea mi mejor método para atraeros, pues tal vez solo pretenda reírme de vosotros, del tiempo perdido en leer lo que he hecho a lo largo de los meses más duros y determinantes de mi vida. Y es posible que haya pensado que con una declaración humilde al principio suscite vuestro interés. Juzgad, vosotros mismos, al final de todo, si era esa mi intención.

Desde pequeño he sido una persona complicada. Podía, durante horas, divagar las ideas a raíz de un único pensamiento y a un millón de revoluciones por hora. Evidentemente, este fenómeno, incontrolado, terminó por hacer que mis resultados académicos se resintieran. Por eso no he sido jamás un estudiante de matrícula; aunque bien es cierto que lo he justificado lo mejor que he podido. Siempre he afirmado que hay que dejar espacio para mejorar, y que un notable motiva a superarse mucho más que un idílico sobresaliente. Quien ha alcanzado el éxito, generalmente no se esfuerza lo más mínimo en mantenerlo. Sé de lo que hablo, pues lo he visto. Hombres que decían ser mejores que yo, seguramente hechos de otra pasta…y que terminaron siendo gilipollas que no sabían aguantar en la cúspide. Y como Sísifo , volvían a los pies de la montaña, con el único objetivo de demostrarme, en su interminable ir y venir, el modo correcto de hacer las cosas. Como si yo, o cualquiera, precisara de su consejo. Cada persona siempre ha merecido ser libre, sin que nadie más que la propia experiencia y voluntad forje su destino .

-Solía pensar todas estas cosas camino de la facultad, por ejemplo. Pasaba delante de una fábrica abandonada a la salida de mi barrio. Allí, siempre me había llamado poderosamente la atención una ventana del segundo piso. Pese a que muchas de las…amigas a las que les había contado esta historia no me daban la razón, yo estaba empeñado en que el cristal, destartalado vidrio anterior a la reconversión industrial, recordaba a la cabeza de un caballo. Y aquello me servía de referente, entre otras cosas, para designar simbólicamente esa callejuela como “Boulevard de Bucéfalo ”…donde podían venirse a la memoria multitud de cosas que necesitase recordar.
Es curioso…era capaz de rescatar del olvido cada mirada de una mujer desconocida en el tren, y al mismo tiempo inepto para organizarme y cumplir con lo que estaba escrito en mi agenda. Incluso con la que había recibido en Navidad, elaborada a mano, con un papel bueno y un encuadernado inmejorable, la cual solo me servía para anotar cuándo debía presentar un trabajo de investigación, o cuándo ir a comer con mis padres, o cualquier otro de esos quehaceres tan tediosos.

Mis dos benefactores, la madre que me parió y el buen hombre al que tenía el gusto de llamar mi padre, habían decidido retirarse un año antes de la primera visita de Caín. Así me dijo mi padre cuando los dejé con las maletas en la puerta (o más bien me dejaron a mí con la maleta sin hacer):
-Nada de cosas raras, chaval.
Una frase típicamente tópica le había bastado para despedirse, al mismo tiempo que corroboraba mis sospechas de que no viviría solo jamás; pues la vigilancia de la conciencia siempre había tendido a calar en mí más que la presencia física de alguien observando mis movimientos. Los pasos más peligrosos son los que se imaginan antes de recorrerse.

Esa fue mi educación, una progresiva transformación en mi propio custodio , mi vigilante, mi guardián. Incluso mi detective. Porque como ya he dicho, divagar era mi modus vivendi, y en mi ignorancia me creía capaz de revitalizar viejos enigmas y aclararlos, con mi omnisciencia declarada. Y las dudas más peregrinamente metafísicas era respondidas perfectamente, casi de forma perentoria, puesto que las verdaderamente preocupantes no eran sino aquellas que me concernían a mí mismo.
He empezado afirmando que no soy un héroe pese a todos mis intentos. Bueno, pero no es porque yo sea un inútil, dado que aún en estos momentos mi dignidad inquebrantable admite que hay cosas para las que he nacido con mucha aptitud. Sino porque nunca he tenido claro qué definía exactamente el término “héroe”.

¿Es un héroe una persona exitosa? ¿O, por el contrario, un héroe vive tan permanentemente condicionado por lo que le rodea que no se preocupa lo más mínimo por el éxito, sino que este le viene dado?
Caín, al menos al principio, cuando quería minar poco a poco mi resistencia moral, asociaba las virtudes de todo héroe a una recompensa en el plano físico, es decir, que cualquier buen acto sería recompensado, casi como si de un contrato del karma se tratase. Por tanto, como héroe, yo debía recoger el fruto de mi esfuerzo tras, por ejemplo, lo que ocurrió cuando evité que aquella señora mayor se cayese en el autobús.
Era un día lluvioso y el conductor, al que se le veía notablemente cabreado, conducía de una manera poco apropiada (por decirlo con términos suaves). En un frenazo, una anciana de setenta años, quizá más, no pudo agarrarse a nada y hubiera golpeado el suelo si no hubiese sido porque pude sostenerla en ese preciso instante.
La anciana me lo agradeció el resto del trayecto, pero poco me importó, pues mi recompensa fue la serie de miradas constantes de una chica a unos metros de mí; algo que Caín se encargaría de pervertir en uno de esos momentos en los que me hacía recordar y volver a analizar el pasado.
No recuerdo el nombre de aquella muchacha, una rubia con una sonrisa preciosa. Pero sí que se lo pregunté, y fue la primera de las veintisiete conversaciones que tardé en acostarme con ella. Y cada gemido que escapó de la boca de aquella chica (de cuyo nombre me gustaría acordarme, pero no me acuerdo) me hizo caer cada vez más profundamente en la trampa…una trampa que no vi venir.
No soy un héroe…porque yo llegué a comprometerme con la causa más noble de todas, solo en pos de un premio. Y la búsqueda del éxito no es heroísmo.

¿Es un héroe una persona perfecta? ¿O tal vez, un altruista bienhechor al mismo nivel que cualquiera que va por la calle y decide en el momento oportuno contribuir a cambiar las cosas?
Aún en el declive de mi hedonismo, en lo más profundo del pozo de mi arrogancia, aún cargado de modestia, puedo decir y digo que nunca he estado al mismo nivel que los demás. No solo porque en muchos sentidos soy (o mejor dicho, he sido) superior a ellos…sino porque en otros aspectos, en los que no destaco, no soy nadie para compararme con ellos. De cualquier manera, no sé lo que me deparará la vida después de todo esto. Pero me considero una persona que se lanzó detrás y en pos de su sueño, y me he dejado la piel en combatir la perfección que otros querían que yo me mereciese. Solo soy (o mejor dicho, he sido) un hombre que le echó valor a su vida. Y naufragué por el camino, por culpa de todas estas cuestiones que dirigieron mi impulsividad rumbo a la incertidumbre. Pero al menos me atreví a recorrerlo. Después de todo, eso es admirable.

¿Cómo nace un héroe? ¿Qué le motiva exactamente? ¿Cómo actúa? ¿Qué le caracteriza?
Siempre he sido mi mayor crítico; y además, el conformismo moral implica una forma de imbecilidad, puesto que quien no se atreve a cuestionarse y no toma ese ejercicio mental como costumbre, nunca estará totalmente seguro de nada.
A veces pensaba que bastaba con un cuerpo sano en una mente sana, y que formasen el recipiente de un espíritu indómito dispuesto a cambiar el mundo para mejor. Caín, en el fondo, pienso que pensaba que lo que realmente necesita el mundo no son héroes, sino villanos. Y por eso trató de transmutarme en uno. Pero no lo consiguió demasiado pronto…precisamente por mi fortaleza física.
Recuerdo una escena cargada de ironía respecto a eso: yo estaba en el trastero de mi casa, adecuado como gimnasio particular, con pesas y una bicicleta estática bastante vieja. Acabé exhausto el circuito que me había propuesto hacer ese día: ocho tipos distintos de ejercicios de musculación, más los estiramientos, más diez kilómetros en la bici. Bon Jovi sonaba a todo volumen cuando conseguí, exhausto, alcanzar y culminar el recorrido. Me sentía poderoso, cargado de euforia. Me quité la camiseta y me di dos golpes en el pectoral izquierdo, mientras jadeaba, sudando y tratando de pedalear unos cientos de metros más. Rugí al subir la potencia al máximo, todo un castigo para mis poco acostumbradas piernas…y cuando volví a mirar el indicador, rozando el éxtasis provocado por las endorfinas, había llegado a los doce kilómetros. Me separé rendido del sillín y traté de recuperar el aliento, sintiéndome eterno. Inmortal. Y justo en ese momento, mi MP3 llegó a quitarme la razón. Mi cuerpo me hacía sentirme inmortal. Pero en mis oídos sonaba “Who wants to live forever”, de Queen.
Tras solventar de la mejor manera que pude tanta actividad sanguínea por debajo de la cintura, masturbándome lentamente, de manera acompasada a mi respiración, comprendí en ese momento que un cuerpo solo no bastaría, sin acompañarlo de la mente y la voluntad. Los otros dos miembros de la tríada del heroísmo.
Luko179124 de julio de 2014

Más de Luko1791

Chat