Como Helios sigue brillando
en lo alto del cielo,
por más que lo intento
nadie paga mis desvelos.
Y resacoso y consecuente,
no quiero querer pensar.
Que se enfrente otro al presente,
a mí que me dejen en paz.
Cuando uno ignora lo que siente,
llega la hora de ponerse a temblar.
Y me olvidé de mi mente,
en aquel olvidado bar.
¿Entonces quién soy yo?
Tampoco tengo corazón,
tras aquella vez en Babylon:
malvendido por treinta de plata.
De las torturas fue la más grata.
Un jeque en Jerusalén,
me hizo la oferta del día.
Yo pensé "que le den"
y que nunca me vendería.
Y luego no sé muy bien,
como acabé en la comisaría.
Me enfrenté al policía,
bravucón sin espada.
Por no dejar no dejó
ni hacer mi única llamada.
Y cuando pude salir,
era 30 de febrero.
Tú ya no estabas allí,
pues yo me había ido primero.
Te traicioné tanto a ti,
como a mi amigo el carcelero.
Tras mi fuga a lo Davy Jones,
pude escapar sin dinero.
Si logro sobrevivir, otra song
oculta en el sombrero.
Y podré entregarme,
a mi vida de soltero.
Entonces comprendí (por fin)
que no me quedaba otra,
que agarrarme a mi mes de abril
anclado al suelo por mis botas.
Que todo lo que venga ahora,
seré libre para disfrutarlo.
Y no gasto relojes ni horas,
el tiempo es para quemarlo.
Y queda abierto el camino.
Y queda la noche en calma,
pues gobierno mi destino
y capitaneo mi alma.