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La Torre de Babel- Capítulo 3

Alfonso Dorado enciende un cigarro. No le gusta fumar, pero la situación lo requiere. Espera un aviso de su superior. No tarda en llegar.
Frente a él, atado a una silla que bien podría ser el trono de los perdedores, se encuentra un hombre con el rostro desfigurado a base de golpes. Sus lamentos llenan la estancia de un ambiente tétrico, claustrofóbico, mientras Dorado le contempla con desprecio.
-Voy a repetirte esto hasta que sea necesario: ¿dónde está la tumba?
La víctima alza su cabeza y sonríe mostrando una dentadura llena de sangre. Escupe.
-No tenéis nada…nada…
-Sabes de sobra que mi jefe puede saber la información en un momento. Pero se niega a venir. Dice que no mereces la pena. Y me ha cargado a mí el muerto. ¿Hablarás, o tendré que matarte?
-Si me matas…no conseguirás nada…
-Quizá pasar un buen rato. Has tenido suerte de que no hayan encargado esto a mi amigo. Él disfruta con imbéciles como tú. Mucho más cuando descubriera que eres el responsable de la muerte de la doctora.
El asesino vomita sangre al suelo. Lágrimas de impotencia caen por su rostro mientras intenta soltarse del alambre con el que Dorado le ha convertido en su prisionero. No es capaz de gritar sin atragantarse.
Dorado se levanta y se acerca a él. Con movimientos lentos, agarra el cuello del asesino y deja caer ceniza sobre su piel. El hombre atado aúlla de dolor al notar tal dolor.
-¿¡Dónde está la tumba!?
El asesino, entre estertores, intenta moverse para escapar, pero solo consigue darse golpes con la pared. Dorado, impaciente, saca un cuchillo de su chaqueta y rebana su oreja. El grito reverbera en toda la habitación. De pronto, el maniatado comienza a balbucear. Números.
Dorado escucha atentamente su salmo de liberación y marca los números en su teléfono. Una voz contesta.
-¿Por qué has tardado tanto en informar, Herrero?
-Quizá porque estaba ocupado hablando conmigo- dice Dorado sarcásticamente.
-Usted…
Dorado cuelga. Herrero se balancea en su silla, conformando una herida que duele a los ojos. Aprieta los dientes para no dar a su enemigo una satisfacción. Luego dice:
-Es lo único que podréis saber de mí. Y mis superiores no hablarán. Gallardo es un iluso, y vosotros más por confiar en su idea…
Dorado arremete contra él, haciéndole perder un par de dientes. Luego se dirige a la puerta de la habitación y rebusca entre diversos objetos hasta arrastrar un saco. Al ver su contenido, Herrero abre los ojos y su boca crea una macabra expresión de sorpresa y pánico.
-Tal vez tú no hayas hablado, pero tu conductor resultó ser menos firme de espíritu que tú.
Herrero enmudece, sin palabras que decir mientras una sonrisa cruza los labios de Dorado. Sin embargo, el asesino se la devuelve.
-Muertos contribuimos a nuestra causa. No me das miedo.
-¿Muerto? – Dorado parece deleitarse palabra a palabra. - ¿Quién ha dicho que voy a matarte? Tu compañero nos ha dicho que queríamos saber, y no sobrevivió al interrogatorio de Gallardo; pero tú sí. Y creo que los tuyos no perdonan la traición.
Herrero gime en silencio, abocado a un destino que sabe que no soportará. Dorado le golpea hasta que cae inconsciente. Luego lo desata, sin mucho cuidado, y lo arrastra fuera de la habitación.
Se encuentran en un lugar a kilómetros de ninguna parte. La luna brilla en el cielo contemplando la escena. Un hombre se refugia en la oscuridad, apoyado en el capó de un lujoso deportivo. Pese a no fumar, un tenue humo recubre su figura. Contempla a Dorado cargar con el torturado hasta el maletero del vehículo, donde lo introduce de malas maneras.
-¿Ha hablado?-pregunta el hombre.
-Desde luego. Y ellos se ocuparán de él. ¿Qué toca ahora?
-Probablemente la policía se encuentre en el café, así que buscar los escasos restos de nuestra querida doctora resultará inútil.
-La hemos vengado.
-Eso no es un consuelo. Era una buena persona y no mereció ese final. Pese a que fuera necesario.
Dorado asiente. Hace mucho tiempo que decidió no discutir con este hombre.
-¿Cómo está Bravo?
-Lucas está bien, dadas las circunstancias. A su manera, soporta el dolor.
-Podría haberse ocupado él. El resultado habría sido el mismo.
-Tal vez, Alfonso. Pero no es su cometido.
Una pausa, mientras Dorado termina otro cigarrillo solo para empezar uno más. Luego sigue hablando:
-¿Estás seguro que podrá hacernos entrar?
-Desde luego. Estará listo en dos días.
-Y luego, los fuegos artificiales, ¿no?
El hombre piensa durante un momento, y luego asiente.
-Aún nos queda por reclutar un hombre.
-¿Ah, sí? ¿Quién es?
-La última pieza que nos falta. Un profesor que aportará su granito de arena. Una visión académica de mi plan.
-¿Debo ir a por él?
-No será necesario. Yo en persona me encargaré. Tú deja a Herrero donde te he dicho y nos veremos en el punto de reunión dentro de un par de días, cuando pases a recogerme. Estamos a un paso de ser libres.
Dicho esto, el hombre comienza a caminar hacia el horizonte, desapareciendo de la vista de Dorado al cabo de un rato. Éste apaga su cigarrillo. Suspira y monta en el coche.
-Espero que sepas lo que haces, Gallardo. Y espero sobrevivir un par de días para ver como acaba esto.
El vehículo se pierde en la noche, llevando consigo a un hombre con miedo y a otro que preferiría estar muerto, y con la velocidad del rayo, rompe la quietud y se dirige a cambiar el mundo.
Luko179121 de julio de 2012

1 Comentarios

  • Kafkizoid1

    Hola Luko1791, esto se está poniendo bueno. Que bueno que la doctora fue vengada, me caía bien :)

    23/07/12 07:07

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