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La Torre de Babel- Epílogo

Aún escuchaba las voces de Gallardo cuando caminaba por aquel oscuro pasillo. Días después, cuando obligué a Alfonso a explicarme lo que allí había ocurrido, supe que mis días siguiendo su causa no habían hecho más que empezar.
Estaba solo a unos metros de la sala cuando escuché un sonido detrás de mí. Vi una sombra enorme, unos dientes afilados y unos ojos que brillaban en la oscuridad. Por alguna extraña razón, no sentí miedo; ni siquiera tensión. Me limité a actuar, como me habían explicado.
La bestia que antes había sido Bravo avanzaba hacia mí. Su cuerpo, magullado y lleno de sangre, demostraba las heridas que una incursión como la suya le había provocado. En la mano que aún conservaba los cinco dedos sostenía un cadáver maltrecho, de probablemente un hombre de Aguilar. Soltándolo, corrió y cuando estaba cerca, extraje el contenido del sobre y se lo mostré.
Gallardo, antes de desaparecer de este mundo, nunca me había explicado por qué dos viejas fotografías conseguirían tranquilizar a un ser como ese. Pero la bestia se contuvo, y me las arrancó de las manos con furia. Su grotesco rostro se contrajo en una mueca indescifrable mientras las observaba con interés. Cuando alzó la mirada, vi que en sus ojos aún había humanidad; me miraba como miran los hombres con el corazón roto, una mirada melancólica, de pura tristeza. No logré ver que aparecía en una, pero la segunda fotografía mostraba a Bravo y a la doctora Caballero en un fondo que no identifiqué.
La bestia, aullando, siguió su camino y se perdió en la oscuridad. Lucas Bravo nunca salió de la Torre de Babel. Pese a que convencí a Dorado para buscarle, no encontramos nada que nos diera pistas sobre su paradero. Ha pasado mucho tiempo, pero nunca perdonaré a Gallardo haber usado a aquel pobre tipo para sus fines, ni perdonaré a la doctora por haber jugado con sus sentimientos. De todos los daños colaterales de aquel plan, ése fue sin duda el peor.
A partir de aquel momento todo ocurrió muy deprisa. El virus que la doctora había preparado dejaría fuera de funcionamiento la red de Aguilar, y conseguí hacerlo funcionar sin problemas. Cuando el programa solicitó una contraseña, me vi perdido, pero una anotación en el sobre, apenas un garabato en el que pude leer “Espinosa”, me dio una idea; por supuesto, Gallardo no había dejado nada al azar.
Vi delante de mí un descubrimiento revolucionario para el hombre, y yo, apenas un humilde profesor, era el encargado de hacerlo desaparecer. Supongo que en aquel momento comprendí que Gallardo era único precisamente por no ser de este mundo. Nadie con un poder semejante hubiera renunciado a él. Y sucedió entonces algo de lo que me siento muy orgulloso: fui capaz de renunciar a él.
Por supuesto, contribuí sin querer a algo que la doctora había preparado: el virus propagó, con una aplicación secundaria, el sistema de Aguilar por Internet. Cuando días después seguí a Dorado al cuartel general, comprobamos que los miembros de la organización de Aguilar se daban prisa en ridiculizar y cuando no bloquear dicha información. Supongo que la lucha continúa.
Poco después de cumplir mi parte del plan, Dorado vino a buscarme. Por lo visto no habían conseguido detener a Aguilar sin matarle: no me lo dijo, pero creo que ese era su plan desde el principio. Le pregunté por Gallardo, pero me dijo que se quedaba atrás.
Salimos dejando atrás la ruina y escapamos de aquella experiencia. Nunca terminé de comprender las consecuencias del plan del hombre que nos había contratado, pero Dorado parecía creer en él por encima de todo. Desde entonces, hemos aprendido a actuar como él, gracias a los conocimientos que nos transmitió. Pero, si he de confesarlo, le echo de menos. Resulta irónico que la única forma de liberar a la humanidad fuera hacer un pacto con el diablo, pero no somos idealistas, solo hombres que hacen lo correcto, sea cual sea el precio.
La guerra no llegó a su fin con la conquista de la Torre de Babel. Dorado usó desde entonces los procedimientos de Gallardo. Buscamos personas especiales, y poco a poco conseguimos más aliados, más gente comprometida. Pero otro asumió el puesto de Aguilar, y cuando conseguimos eliminarle, su lugarteniente se encargó de todo. Creo que esta batalla consumirá mi vida, pero no sé qué otra causa podría ser más importante que ésta.
Supongo que no volveré a ver a mi hijo. Periódicamente le envío dinero, y promesas por escrito que nunca llegaré a cumplir. A veces me pregunto si no ha habido ya suficientes sacrificios, pero solo durante un instante.
Dorado se ha vuelto más astuto, más confiado. Pocas veces muestra lo que piensa, aunque ahora fuma más que antes y a veces le contemplo mientras explica el siguiente paso, y veo el remordimiento cruzar fugazmente por su rostro. Su hijo está con otra familia, en régimen de adopción: por lo visto, hizo un trato con Gallardo, aun sabiendo que devolverle la vida a su hijo no implicaría poder estar con él. Lo espera siempre a la salida del colegio, viéndole crecer desde la distancia. Creo que no hay ningún hombre en el mundo que quiera a su hijo más que Alfonso.
Aún me quedan esperanzas. El mundo no sobrevivirá, y puede que nosotros tampoco, pero ya he encontrado valientes dispuestos a darnos el relevo. Puede que algún día consigamos acabar con la organización de Aguilar, aunque probablemente no lo verán mis ojos.
He estado en muchas Torres desde aquel lejano día, cuando vi cosas que no creí posibles. Y cada vez que salgo de una, dejando atrás compañeros y victorias, siento que la libertad está un poco más cerca. Solo puedo rozarla con los dedos, pero para mí, eso es más que suficiente. Y se convierte en nada cuando es solo un privilegio. Que todo aquel que quiera combatir a nuestro lado, luche porque no lo sea.

"La libertad no hace felices a los hombres, simplemente los hace hombres."
Luko179101 de agosto de 2012

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