La vida, una encrucijada.
La bebida, una adicción.
La motivación como catarsis.
Y mis sueños, una lección.
Mis azules son mi espada,
mi roja es mi ofrenda.
Mi blanca y negra, mi leyenda.
Y mi leyenda, una oración.
Después de todo, ¿qué soy?
Soy versos libertarios,
soy el destructor de mundos.
Soy el mejor día del calendario,
y la reflexión cada segundo.
Soy dolor, soy Historia.
Soy Sión y soy euforia,
y a tiempo parcial,
también soy el hijo del zar.
El niño quemado a Moloch.
El estafador de barra de bar.
Soy el lobo que camina solo.
Y soy el hombre que te canta,
y soy la sonrisa que te reclama.
Y soy el ego que acompaña,
al que no firma esta obra
(menos aún por ella cobra).
Y aquí soy aprendiz de Kafka,
despertando en mi cama,
y viendo como todo cambia.
¿Para que todo siga igual?
No habría aprendido nada,
si esa fuera mi conclusión final.
Pero ahora queda el fuego atrás.
Aquí concluye la aventura,
y el no saber dónde estás.
A riesgo de caer en la usura
no habrá un puto verso más.