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Dos Amantes

Dos amantes

Cierto día, Francis Robes estaba recostado sobre el verde pasto de su hermoso jardín. Y mientras el maravilloso aroma de las rosas estimulaba su imaginación, provocándole extraños estremecimientos, que placenteros lo ilusionaban y enamoraban, Vanesa Hudges se acercaba sigilosamente, cantando como los pájaros y saltando como las liebres.

― ¡Francis!―exclamó― la joven alegre, mientras se recostaba junto al tranquilo caballero, que parecía sentirse ilusionado por su llegada.

―Vanessa, ahora que llega usted, siento que no necesito nada más para considerarme el hombre más feliz del mundo.

― Es usted un romántico míster Robes, no debería decirme esas cosas.

―¿Romántico? Oh, no mí querida doncella. Soy un eminente realista. Y es por eso que la belleza de su rostro me cautiva. Los románticos se la pasan escribiendo sobre fantasmas y espejismos, yo simplemente observo

―Espero que no intente conquistarme―dijo Vanessa, mientras sus mejillas se ruborizaban.

―Yo nunca intento nada, soy un hombre práctico. Si algo me fascina, debo poseerlo. Y si algo me disgusta, debo destruirlo. Y usted me fascina Vanessa, me vuelve loco, me apasiona, me hace olvidar mis problemas y recordar mis virtudes.

―Y supongo que querrá usted poseerme―dijo la jovencilla, mientras, lentamente acercaba sus labios a los de Francis Robes.

Los jóvenes casi se besaron, cuando la cuchilla de una podadora se desprendió de su maquinaria y arremetió contra el hermoso rostro de lady Hudges, despedazando su piel y liberando chorros violentos de sangre, que parecieron inundar el universo de mister Robes por un instante. Los dientes de la joven, se desprendieron junto con su mandíbula, cayendo estrepitosamente junto a un par de orquídeas blancas, mientras que sus ojos rodaban silenciosamente a través del pequeño camino de baldosa gris que se habría paso entre la hierba. Cuando Francis reaccionó, el horripilante orificio oscuro que parecía hundirse en el cráneo destrozado de lady Hudges, le ocasionó terribles convulsiones, que terminaron con su vida en un instante.


Malthus09 de febrero de 2009

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