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Isabel y El Comodín (segunda Parte)

Isabel y El Comodín – Marcel•lí Miret
Segunda parte.


- No soy jardinero...

Soy el Comodín que cambia la suerte de las cartas, el bicéfalo humano con cascabeles del Tarot y el que salta entre los arco iris pisando espejos, y estoy de pie sobre una silla inoxidable vigilando los movimientos de las manos gigantes que juegan con los planetas...


Soy historiador de ciudades de planta cuadriculada, donde las palomas no se cambian de plumas y los gatos moteados todavía hacen rondan nocturnas y salvajes en busca de aventuras de amor y cuchilladas bajo la luna...


Y la luna no termina de estallar, mientras en la playa las conchas huecas sueltan música de medusas y voces de leyendas marinas y las trenzas de las cometas mas bonitas de la playa sueltan su peinado multicolor sobre la espuma de las olas...


Y porque soy de cuadritos de colores de cartón y porque salto hacia abajo y hacia arriba con la misma facilidad y porque llevo unos pendientes de estrellas de mar y laúd de tronco de palmeras, me permito contar historias submarinas, de espumas y de perlas, de piratas y vestidos amarillos, de delfines y de sardinas, que debajo de las olas tienen otra forma de mirar....


(...El Loco que Nadie ha olvidado).


2

Ella ya no está en la ciudad, sino en otra ciudad desde donde puede lanzar sus miradas al cielo a través de una ventana
oblicua. Por la mañana le llegan canciones de bohemios de chisteras remendadas y los chapoteos suaves y frescos de las lluvias callejeras. Se despierta sin ver el mar, ni la corona de plata de las olas, solo la marcha monótona de un río ensuciado
e internacional. No sé lo que hace después, no logro adivinar su mirada recorriendo los objetos desconocidos de una habitación invisible para mi. No puedo adivinar su sonrisa bajo los lentos rayos del sol, ni su tristeza en los rincones. Sufro la ignorancia del paisaje, de las calles estrechas, de las casas de fachada multicolor y los rótulos góticos de las librerías francesas.


3

Ella está acostada sobre una nube de la que caen estrellas de mar. La ciudad está debajo: un infierno donde los peces se han acostumbrado a nadar entre las llamas.
Debajo una gran ola. En la cresta: el caballo sin alas que tiene forma de alma, debajo un túnel.
La gran luz que se clava en los pechos corre desviada como las plumas que caen lentamente de mis ojos. Sobre las olas, las olasde mi pelo; tras mis oídos, su voz que suena trémula entre la mezcla de una ausencia doble, y la de nuestras miradas llenas de desconcierto:
He encontrado el secreto
De amarte
Siempre por primera vez*

En mis manos están mis ojos aprisionados sin poder ver la isla, soy un ciego sin bastón que anda tropezando constantemente de cabeza contra el cielo.


* Versos de A. Breton pertenecientes al poema "Siempre es por primera vez" de "EL AIRE DEL AGUA"

4

La ciudad donde los tejados y las chimeneas se dibujan con un fondo azul desaparece bajo el agua como todas sus palabras
se han hundido en mi nostalgia. La playa es extensa y cada día es diferente: algunas veces llueve, otras tan sólo una pequeña
capa de algodón tapa el sol, otras es sol es la arena y la arena son pequeños soles calientes que queman los pies. Cuando es-
toy solo, verdaderamente solo, clavo mis ojos en la espuma que se hunde y reaparece entre las olas. Mi pensamiento se reparte en las burbujas y se deshace en el mar y la ciudad queda a lo lejos en una isla y la arena esta tan sólo húmeda, pero no de haber llorado, y mi pelo se me enreda en las gafas, y yo me enfado con el viento, y termino volviendo a casa, algunas veces se balancea disimulada una sonrisa por mi cara (...y no me acuerdo de nada más, me acuesto y duermo...y una mirada secreta permanece cerca de mi cama pendiente de mi sueño).

5

No estoy en París, lo recorren mis ojos: las palmeras garcilasas como manos clavadas en la arena despidiendo a las montañas.
El agua y el estanque mudos y el niño que cabalga sobre un pez, destrozado por las piedras. Los vestidos amarillos de flores suspendidas en el aire están rellenos con la forma tan inalcanzable de la belleza y los pensamientos cambiantes que recorren las caras adornadas de peinados y también de trenzas. No llego a distinguirla. Los peces nadan bajo las miradas femeninas y un charco indeterminado cambia de lugar constantemente.

No estoy en París, he perdido el tren de telas que me podía llevar. Mi bolsa de viaje está desordenada, mis pantalones viajan por la habitación revueltos con los cojines. El viento llega, a veces se sienta en la terraza de un bar cerca de la playa y yo disimulo ante su ausencia. Mis amigos viajan por separado.

No siento cantar sus calles, ni percibo las luces amarillas y nocturnas de una Torre Eiffel imaginaria, que se disuelve en las aguas del Sena.


6

Ahora su ciudad es París, la mía es su cuerpo, la forma que la Torre Eiffel ha tomado de su cuerpo. Es una ciudad de vegetales:
todas las flores juntas gritando un sólo nombre. No hace falta decirlo. Todas las botellas que los náufragos han lanzado al mar, han contenido el mensaje de su recuerdo. Yo también lanzo mis mensajes, envueltos en el silencio, desde la playa, cercana, tácita, arenosa, múltiple y mía.

(Sí yo estuviese en Paris, le escribiría muchas cartas, hermosas cartas, largas cartas, repletas de rincones y en cada rincón pondría una palabra que la haría recordarme...
Le podría hablar de Notre-Dame, de la Torre de Saint Jacques, de los Campos Eliseos y de sus flores, no sé como son sus flores, pero si estuviese en Paris podría decírselo. No estoy en Paris y he tenido tiempo para comprobarlo, pero me siento muy cerca de ella, aunque ella está muy lejos de mi...).

7

Isabel, temprana y tardía puede florecer en cualquier lugar, en la pared azul donde crece una palmera o en lo mano que baja dibujando alas sobre un cuerpo desnudo bañado por el sol.
A veces puede estar, a veces puede no estar y siempre permanece y el agua me la recuerda y mi isla es un nido cubierto de algas en el fondo de una pecera.
No he aprendido nada, subo y bajo por la espiral hueca en forma de aro que ha creado un torbellino en mi cerebro. Ya no soy espacial, ni sé lo que soy porque el pasado se me ha perdido y en la isla no hay otro pasado que no sea Isabel o yo mismo.

Isabel puede estar en cualquier lugar definitivamente porque sabe florecer en las presencias y disolverse en los adioses. Está indudablemente lejos, incluso del pensamiento, de la palabra amar y del verbo soledad. Yo no importa donde esté porque donde estoy soy invisible tanto como Isabel es invisible para mi, en una existencia cerebral incapaz de concebir los colores de una flor.
Tenía que hablar de Isabel y olvidar mi playa, que es una playa por si sola. He olvidado ambas cosas. Las imágenes se han dilatado, se han alargado y han terminado en una disolución etérea mientras yo construyo sin cimientos la casa donde viviré.


8

...Estoy en una isla y las barcas vuelven cada mañana bañadas por el agua, por la sonrisa amarilla del sol y la fresca carga plateada, victima de los pescadores el mar está sobre un acantilado a punto de caer en una catarata sobre mi cuerpo, tengo el sueño de las estrellas punteando hechizos desde mis ojos...


Marcel•lí Miret
marcelinosi@yahoo.es


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Marcel11 de julio de 2013

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