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Nubes de Espuma 07 de octubre de 2010
por marcuan30
Era la hora punta en el mercado y Elvira se encontraba apoyada contra la esquina de una casa en ruinas, devastada por las constantes tormentas y mirando pasar a la gente. No parecía que les afectara el clima para nada pues, llevaba lloviznando varios días y la humedad del mar hacía que el frío calara hasta los huesos. El pueblo de Migoal había crecido debido al mercado negro, a las tabernas de mala reputación que se esparcían por los muelles pero, sobre todo debido a la proliferación de distintas hermandades y cofradías de ladrones, asesinos y prestamistas entre otros por lo que, si no te encontrabas en una de ellas no había muchas posibilidades de sobrevivir. Esto hacía del pueblo no, del puerto un lugar muy animado y concurrido. El territorio tenía rastros de incendios por todas partes, las zonas principales habían sido cambiadas con el trascurso del tiempo, de madera y las techumbres de paja y brea para impermeabilizar los tejados. A casas de piedra y techos de madera, los más pudientes (jefes de cofradía en su mayoría) habían puesto tejas, reforzando de esta forma su influencia.

Había pasado muchos años sola desde que, sus padres habían muerto dejándola sola a una edad temprana. Tuvo que huir para que, las autoridades no la metieran en un orfanato después, de eso no tardo mucho hasta que comenzó a realizar pequeños hurtos para poder llevar algo de comer a su boca. Mas, últimamente, su vida había pegado un giro desde que había entrado a formar parte de una banda de golfillos. Miguel, que era uno de sus cabecillas, se retrasaba pensó la chica, mirando al sol, no era algo precisamente raro pues, desde que lo conocía nunca había sido una persona puntual. Lo más normal era que no llegara a su hora, aunque a pesar de los años no se acababa de acostumbrar.
Sin embargo, hoy ya se pasaba de la raya, no lo veía por ningún lado ni a él ni a ninguno de los componentes de su banda, entre la multitud que paseaban por la plaza de abastos. Como muestra de su impaciencia, un montón de colillas se abrían como un abanico entre sus pies, para no perder la costumbre (o por culpa de ella) se había apropiado de una manzana de la que estaba dando cuenta, no sin ciertos gestos de aburrimiento que no encajaban con la expresión de sagacidad de sus ojos. Lástima que ya hubiera llegado al corazón de la fruta, suspiró hondo mirando al gentío mientras, escupía las pepitas pero, ni rastro. La brisa le traía el olor del salitre y si desviaba la vista de los tenderetes y de las baratijas allí expuestas la podía posar sobre los diferentes tipos de barcos desde los cayucos, pasando por las barcazas a las gabarras y mucho más allá el mar. Nunca se cansaba de contemplarlo no entendía a los que le daban la espalda a semejante espectáculo. Que belleza, las olas rompiendo contra los diques del puerto, con su infinita espuma y el baile de las gaviotas con las nubes daba igual que lloviera. Nada podía afear este paisaje, nada en absoluto.
Una persecución causaba un ruido de mil demonios que, atrajo su atención. Tenderos con cara de malas pulgas y varios carniceros estaban tras la pista de unos cuantos muchachos, para su desgracia eran casi todos los chicos de la panda con Miguel a la cabeza. ¿Es que nunca podían dejar de meterse en líos? Iba a pasar de ellos para salvar su pellejo, estaba un poco cansada de tanta carrera y ya tendría una de tarde. El cabecilla la agarró del brazo haciéndola entrar a formar parte de la persecución, lo malo era que, al grupo se iban uniendo más personas. Doblaron una esquina y gracias a su tamaño pudieron escabullirse por los huecos de la empalizada de la zona portuaria. No creían que eso detuviera por mucho rato a sus perseguidores, desesperadamente buscaron algo en lo que ocultarse, lo único que había eran los barcos que, en esos momentos se encontraban fondeados en el muelle. Subieron al primero que se encontraron, metiéndose en sus bodegas.

Pese a haber pasado su corta vida en un pueblo que, pese a todo, debía la mayor parte de su economía (la legal) a la pesca. Ninguno de los pillos de la banda había pisado ni siquiera una chalupa y se encontraban mareados, en sus caras mostraban la gama de variedad del color verde, debido a su suave balanceo. Había un gran desorden, ningún orden en la carga que, por si fuera poco se estaba mojando debido a la humedad del ambiente, aun así al acabar la energía que les recorría sus jóvenes cuerpos a causa de la adrenalina de la persecución fueron cayendo, uno por uno en un profundo sopor. Despertaron, al cabo de un par de horas con el movimiento más fuerte de la nave y los crujidos de su armazón, al probar a levantarse no pudieron evitar caer al suelo de rodillas, contra las vigas del suelo o los más afortunados en los fardos de las velas de repuesto.

Los más pequeños buscaban a tientas a los que los cuidaban, estos se esforzaban por distinguir las voces que les llegaban de la cubierta. No parecían demasiado amistosas, a saber qué les harían si los pescaban de polizones en el barco. Con nerviosismo, Elvira recordó las pocas oraciones que había oído a sus padres. No era precisamente devota de rezar ni a los viejos dioses ni a ese nuevo del que había oído hablar ese pobre loco, al que habían crucificado para, según los que portaban su palabra salvar a todos. Siempre se reía de quien le contaba ese tipo de cosas pero, hoy por primera vez, oró con verdadero fervor a la diosa del mar para salvar su vida y la de los que, la acompañaban. Debieron hacer demasiado ruido porque, al cabo de un rato una voz desde el hueco que daba para la bodega se escuchaba voces de marineros llamando a su capitán, comunicándole que llevaban polizones.
El capitán los observaba, como si pensara en la forma en la que podía utilizarlos. Al subirlos y ver como los marineros le dedicaban miradas de lascivia a su compañera, la rodearon como una piña.

- ¿Qué puedo hacer con vosotros? – paseaba la mirada por todos los prisioneros – me arriesgo a que mis marineros se subleven por llevar una mujer a bordo, todos saben que eso da mala suerte ¡mmm! – se rascó las barbas sopesando los pros y los contras – la tiramos por la borda y problema resuelto.

Casi al mismo instante de tomar la decisión, ya tenían puesta una tabla para echarla al mar y que este fuera el juez que dictaminase la sentencia final, limpiándose de esta forma las manos. Los marineros echaban vítores y alzaban los puños con cada paso que daba la chica por la tabla y se acercaba de este modo a su tumba en el mar. Ya no le quedaba ni un par de metros de tabla y las expresiones de júbilo de los presentes no dejaban lugar a dudas de que, ninguno quería estar en otro lugar en esos momentos. Sólo un unos pasitos más y caería al agua …

- ¡Barco a la vista! – se abrió paso una voz sobre todas las demás, desde el mirador – un pequeña goleta, por lo hondo de su calado, va bastante cargada.

- ¿En qué dirección, grumete? – alzó la vista, de la cautiva y su espada se desvió unos centímetros de su objetivo, la cadera de la prisionera.

Parecía que se libraban de esta y los jóvenes suspiraron aliviados de librarse de la complicada situación. Especialmente Miguel aunque, no sabía si la situación de verdad era tan buena como pensaban sus compañeros o si dentro de poco se iban a arrepentir de no haber sido arrojados a los peces.

- Acaba de asomar entre el banco de niebla – gritó a pleno pulmón – con la ayuda del faro se dirige a buen puerto.

- ¡Ocupad vuestros puestos! – bramó el capitán a su tripulación y acto seguido el navío se vio envuelto en un gran revuelo- y vosotros – señaló a la panda de granujas – ya os podéis alegrar de estar vivos pero, tenéis solo una opción. Ayudad en el barco e igual os dejo … vivir.

Con la orden del capitán llegó el pistoletazo de salida, lo siguió una especie de caos, a los ojos de los desacostumbrados polizones. Pero, en realidad, lo que había era una verdadera sincronización de movimientos. Acarreaban a sus espaldas numerosos abordajes como para no saber perfectamente el donde y el como hacer su labor para no entorpecer a los demás y llevar de forma rápida y eficaz su faena. Los pillos, se dieron cuenta de un modo aterrador de cuanto importunaban la buena marcha de las actividades del barco pues, al no saber lo que tenían que hacer habían quedado en mediode la eslora parados como si fueran unos simples guiñapos. Empujados de malas maneras acabaron por separarlos, al final, Caín (el capitán) mandó a los más pequeños a su camarote y a los tres que quedaban los encomendó a varios de sus hombres de confianza.
Subir por los cabos no era una tarea tan fácil como en un principio había pensado Amadeo. Al ver como los piratas se movían por ellas, había alojado la esperanza de haber sido el más afortunado de los que, finalmente quedaron sobre la cubierta. Pero, nada más lejos de la realidad, el balanceo del barco, su vértigo y la humedad de las cuerdas se unían para dificultar su misión para diversión de sus compañeros que no podían menos que reírse de él y gastarle bromas de mal gusto al pasar a su lado. No había pasado ni cinco minutos y ya tenía marcas de las sogas en las manos y en las piernas, al resbalar casi de forma continua. Aun así, se atrevió a mirar hacia estribor y tragar saliva al ver lo que le venía encima y es que, si ya era complicado mantenerse en esa posición en calma, no podía ni imaginarse como sería en mitad del abordaje. Con los cañones disparando y la adrenalina y el miedo corriendo por sus venas. Varios de sus nuevos compañeros al ver como se ponía verde y su expresión de terror, decidieron intentar calmarlo, sin mucho éxito.

Miguel no quitaba ojo de por donde se llevaron a su amiga, para debajo de la cubierta, a su otro compañero lo veía pero, salvo algún que otro tropiezo no lo veía tan mal. El capitán había juzgado que por su planta valdría bien para ayudar a manejar el timón de la nave y en caso de necesidad para empuñar un puñal largo. Como superviviente en las calles del puerto del que habían zarpado no creía que tuviera problemas con su manejo pero, de momento y hasta que la situación no fuera crítica no había autorizado a su acompañante en el manejo de la nave. El viejo timonel no paraba de darle ordenes a gritos, de cada tres palabras que salían de su boca cuatro eran palabrotas dirigidas a partes iguales para hacerlo sentir peor y azuzarlo para que espabilara. Notaba como una pequeña llama de odio nacía en su corazón, un fuego que si era alimentado podría dominarlo y hacerlo capaz de cometer una locura. Por sus amigos tenía que aguantar porque, cabía la posibilidad de que se salvaran y por pequeña que fuera, no poseía nada más a lo que aferrarse por lo que, mentalmente rezó para obtener la paciencia que iba a precisar.
Bajo la cubierta de la nave se encontraba la mayoría de los hombres viejos del navío. No quedaban muchos sanos, en este inframundo apenas alumbrado por los haces de luz que se filtraban entre las maltrechas tablas de la cubierta se mezclaban los cañones con los tripulantes de miembros amputados (la gran mayoría pies) y tuertos. Elvira no podía pensar en como se suponía que iban a salir bien librados de esta si la artillería era manejada por semejantes despojos humanos. Preguntó al que la bajó por lo que tenía que hacer, este la llevó empujándola hacía la zona más oscura y húmeda donde quedaban rastros de madera quemada ¿cómo era posible que con la humedad del ambiente algo se hubiera ardido de esa forma? Pensó la chica, en medio de esto había unos sacos, al lado de una mesa con una pesa de bronce y una vela de cera (todo un lujo).
- Tienes que mezclar el contenido de esos sacos – señaló a los que se encontraban a los pies de la mesa – del saco ajado pesas 250 gramos, del que parece que huele a huevos podridos 350, del que su contenido parece nieve 200 y por ultimo del que tiene una cinta amarilla otros 200.

- No lo voy a recordar todo – le respondió con las manos en las caderas.

- Más te valdría que fueras, por lo menos, más espabilada que el último que ocupó tu puesto – la empujó con un dedo en dirección a la mesa -. Tienes apuntado encima de la mesa en un pergamino.

- ¿Por qué me valdría ser más espabilado que el ultimo?

- Créeme que no te agradaría demasiado – y en su boca se formó una sonrisa desdentada que le causó miedo- Así que ya sabes ve con cuidado.

Seguía sin entender nada pero, la volvieron a empujar contra la mesa y como no veía otra opción. Abrió el primer saco y con una paleta sacó el contenido y de los otros a continuación. En una paleta, unió el contenido y lo acercó a la luz de la vela el que la había conducido a la mesa, estaba distraído. No se fijo en los hilos que salían de la sustancia, Elvira estaba asombrada de lo que veía, no sabía lo que estaba viendo. El humo era cada vez más espeso, de repente el hombre saltó sobre ella, tirando la humeante herramienta a un punto, lejos que pudo justo unos instantes que una explosión agitara la estancia.
- Pero, e..- le costaba encontrar las palabras por el golpe recibido en la cabeza- eso – miró al lado de los cañones y lo comprendió- es pólvora, ¿sabéis lo peligroso que es esto, en caso de que nos alcance una bala?
- Lo sabemos, chiquilla – por su sonrisa sabía que no la volvería a ayudar y que incluso se alegraría de las consecuencias – ya puedes rezar si es que deseas conservar tu pellejo ¡je, je, je!. No seas ingrata y recoge la paleta, niña.

Estaba retorcida, le faltaba un trozo y según su mano se acercaba a los restos de la pala, el calor que exhalaba la asombró. Habían pasado unos minutos, pensó, debo tomar buena nota de lo sucedido, de los ingredientes en especial. Creía haber identificado dos de los ingredientes pero, pensando en su futuro, le era de vital importancia averiguar los que le faltaban pues, no era de la opinión de que los dejaran libres fácilmente después del enfrentamiento.

Un brusco temblor recorrió la cubierta sin mediar ningún aviso. Miguel miró en la dirección del otro barco por si se hubieran arriesgado a efectuar un disparo de advertencia o algo por el estilo. Su viejo compañero, lo agarró de la camisa para que estuviera quieto y como veía que le apartó el brazo le pegó un puñetazo en el hombro que, por poco lo tiró al suelo. Tras dar un par de pasos para recuperar el equilibrio, se volteó hacia él con cara de malos amigos.

- Más te valdría cuidar de tu pellejo – le aconsejó el lobo de mar de malas maneras – tus compañeros harán lo mismo, si son listos.

- Pero, ¿qué fue eso? – su rostro mostraba la preocupación que lo carcomía por dentro.

- Una pequeña explosión – su voz se volvió cantarina, como si le estuviera dando una buena noticia – puede que ahora mismo tengas una compañera menos de la que preocuparte – la pena de Miguel, aliviaba su propios dolores – y si tuvo la suerte de sobrevivir, igual hasta le falta una mano y todo ¡ji, ji, ji!.

Fue como si con su risa hubiera encendido la mecha. Sin ningún tipo de control, saltó lo más rápido que pudo sobre su interlocutor. Mas, aunque le impulsaba el espíritu de su juventud no sirvió de mucho frente a la experiencia en combates cuerpo a cuerpo de su oponente. A su puño apenas estaba rozando la cara del timonel cuando, este con un control de su frágil figura giró con una rapidez inusitada manteniendo el equilibrio de los pies. Al tiempo que, utilizaba el envite de su rival para tirarlo al suelo, sacaba un afilado puñal oculto de una de sus botas y con la punta le tocaba el cuello.
- ¿Quieres que acabemos con esto, aquí y ahora? – mantenía la cabeza de su adversario contra el filo algo mellado del arma, tirándole de los pelos – Es una forma un tanto estúpida de morir – el chico no paraba de revolverse – pero, veo que es lo que deseas, está bien si con tantas ganas lo pides … ¡te lo daré! – comenzó a apretar su piel contra la hoja.

- ¡¡Nos atacan!! – sonó la voz de Héctor desde el mástil mayor.

- ¡¿Qué?! – aunque su control del acero era excelente el sobresalto hizo que se le escapara a su control el instante necesario como para abrirle en el cuello a su prisionera una herida superficial.

El barco sufrió en ese instante un gran vaivén y una gran cantidad de espuma junto con agua invadió parte de la cubierta. Incluso el capitán se tuvo que agarrar a una soga para no caer a causa de la tremenda sacudida, sacó de un bolsillo interior de su chaleco un catalejo. Sin perder un momento enfocó a la bandera del barco que perseguían.

- ¡¡Virad en redondo!! – gritó a sus hombres a pleno pulmón – ¡es un barco caza piratas y han visto nuestra bandera!

Miguel fue cogido totalmente desprevenido, cuando su verdugo le perdonó la vida y lo alzó para que lo ayudara con el timón. No sin antes advertirle de los peligros que correría en una situación similar, si no obedecía sus órdenes. El chico que, no era ningún idiota, comprendió en el acto que si los cogían los del otro barco no iban a poder convencerlos de que todo era un cúmulo de extrañas coincidencias y lo más seguro que los llevarían a prisión con el resto de la tripulación. Y por otra parte, si se arriesgaba a saltar por la borda dejaría a sus compañeros en la estacada, aparte, claro está de que no se veía capaz de nadar la distancia que lo separaba de la costa en su estado actual.

La nave viró lo más rápido que le permitió la situación, debido a los vientos, que ahora le eran desfavorables y a la mar picada. No iba a una velocidad apropiada para la maniobra de huida que su capitán había ordenado. El otro navío aceleró la marcha cortando las olas formando nubes de espuma blanca a su paso acortando de forma drástica la distancia que los separaba. Parecía como si no le importara hundir al
barco pirata hundiéndole en el cuerpo su espolón. Todo parecía estar a favor del perseguidor, el viento hinchaba sus velas y al otro le impedía hacer la maniobra que tenía pensada hacer pues, no disponía de remos y con el viento en contra pocas posibilidades le quedaban.

- ¡Maldita sea! – el capitán decidió cambiar de estrategia – este condenado clima no está de nuestra parte hoy – miró a sus hombres y gritó brillándole los ojos – si hemos de morir lo haremos llevándonos a un par de esos perros con nosotros. ¡Zafarrancho de combate, preparen los cañones!

- ¡Sí, capitán! – gritó el que estaba al lado de una cuerda al tirar de ella.

- Espera a que estén cerca y les haremos astillas con nuestro fuego cruzado, ¡estad preparados pero, dejad que se acerquen confiados!

Al sonar la campana, estalló un alboroto enorme en la angosta sala y todos comenzaron a moverse como locos de aquí para allá. Elvira, estaba atareada, ayudando a los viejos lobos de mar de las cañoneras a cargar las balas de cañón y preparándolos para su inminente entrada en el combate. Allí la agitación y la adrenalina estaban a flor de piel, Las vidas de sus compañeros, incluso de sus captores estaban prácticamente en sus manos y aunque, la deliciosa idea de acabar con estos últimos, era realmente tentadora no podía, cargar sobre su conciencia con la muerte de sus inocentes compañeros encerrados. Tenían los cañones cargados y preparados, detrás de pequeños ventanales por los cuales entraba a partes iguales tanto espuma de las olas como, luz del sol.

¡Mierda! tardan demasiado, en la espera a que pasara algo, cualquier sonido hacía que prácticamente le saltaran los nervios. Si esto seguía así le iba a dar un ataque de ansiedad, ¿cuánto más iban a tardar? Era como esperar la noticia de su ejecución pues, si por mala suerte un disparo acertaba en su zona, ellos serían los primeros en irse al carajo pero, también el barco se iría a pique. Los nervios de Elvira se extendieron por el navío a una pasmosa velocidad.

La mar se arboló, grandes columnas de agua surgían por todas partes ocultando en pequeños valles a los dos navíos que, pugnaban por salir de entre el mar embravecido y a la vez ganar en la lid. Era una de las tormentas más fuertes de los últimos cincuenta años. Rayos cayeron en la superficie del mar, rodeando y jugando con los barcos, las olas los trataban como si en vez de transportar algo tan valioso como vidas solo fueran cascaras de nuez a merced de un huracán. Aún así, la humareda procedente de los cañones y de sus impactos empezaba a cubrir el cielo, en ambos bandos los daños eran cuantiosos. Los relámpagos, marcaban también los barcos, demasiado cerca para la opinión de los tripulantes. Pero, de todas formas los disparos se efectuaban sin descanso.

Miguel apenas podía mantener el equilibrio con los virajes que daba en la cubierta y el timón, tal y como se encontraba el temporal era prácticamente incontrolable. Y lo que, menos lo ayudaba en su situación era la actitud del que lo vigilaba, él sospechaba que, aprovechaba cada cambio de rumbo para atizarle algún que otro golpe. Además, de increparle socavándole la moral, realmente estaba a un paso de perder los nervios y lanzarse en su contra. En uno de esos vaivenes, le clavó disimuladamente el puñal en las costillas sin demasiada suerte para el joven, que comenzó a sangrar por la herida abierta y se precipitó hacia la borda. En un último instante sacó fuerzas para agarrase y evitar de esta forma su desastroso destino. El capitán lo vio y esforzándose ató un cabo al cuerpo semiinconsciente del chico, el timonel lo observó la escena, no gustándole lo que veía, se prometió a si mismo que ya arreglaría cuentas.

Las cuerdas, eran un verdadero infierno para Amadeo, al principio tuvo dificultades pues, no estaba habituado a hacer lo que le pedían. Pero, al cabo de cerca de una hora, era si hubiera nacido allí, subía y bajaba como si anduviera por tierra firme, incluso se atrevió a dar pequeños saltos por ahí. Todo había cambiado con la llegada del combate y después de la tormenta, aquello había sido el comienzo de su más cruda pesadilla. Estuvo a punto de morir en innumerables ocasiones, solo caer desde la altura en la que estaba era una muerte segura – lo cual con el movimiento de las olas y el impacto de los disparos era de lo más probable – sus compañeros, lo ayudaron a atarse una cuerda de uno de los tobillos y enrollando uno de los sobrantes de los cabos en uno de sus antebrazos, sobrellevaba lo mejor que podía la situación. Desde esa privilegiada posición vio como a su amigo lo zurraba su compañero el timón, tanta frustración le daba que, por poco se lanzó contra él. Por suerte, las cuerdas lo sujetaban y sus movimientos parecieron producto del encabritamiento del mar, el dolor que sufrió en el tobillo y en el antebrazo, no fueron nada en comparanza con el de la impotencia que sufrió al ver el atropello del que era objeto Miguel.

En las cañoneras, había unos agujeros tan grandes, causados por los innumerables impactos de las balas que era un milagro, en opinión de Elvira que, no se hubieran hundido todavía. Algún dios o fuerza divina, debía de tenerles por lo menos un ojo encima. Porque, sino no se podía explicar lo sucedido, en el transcurso de lo que llevaban de combate naval no una ni dos sino, casi una docena de veces habían sufrido impactos de forma directa o indirecta. Estos últimos no les habían atinado por metros pero, el chorro de agua desplazada por los impactos había sido tan desastroso como si hubieran dado de pleno. Los viejos lobos de mar se encontraban en su mayoría con graves heridas, quemaduras de diversa índole y los más afortunados solo tenían algún hueso roto. Ella, con tal de ocupar su mente en otra cosa que no fuera el tan eminente naufragio había intentado ocuparse de todo, desde disparan aunque con las mechas mojadas había sido una completa pesadilla, a prestar auxilio a los más graves con sus escasos conocimientos de medicina. Evitando que las bolas pegasen a los que estaban tirados por el suelo, disparando como una loca los cañones en compañía de apenas un puñado de los menos perjudicados que, ascendían a la cifra de cinco. La carga de adrenalina que le corría por las venas le permitía hacer cosas que, en otra situación no hubiera sido capaz.

Para no perder el tiempo, llevaba colgados de su cintura varios saquitos de cuero impermeables para no tener que ir cada poco a la destartalada mesita a por los productos a mezclar. Que en estos momentos, su contenido se hallaba esparcido por el suelo con tal caos que habría sido totalmente imposible volver a usarla. El jolgorio procedente del techo seguido de gritos y lamentaciones, la estremeció visiblemente hasta que, uno de los pocos que quedaban posó su callosa mano sobre sus jóvenes hombros para intentar tranquilizarla.

- No te preocupes – su voz sonaba paternalista pero, no lograba lo que perseguía – por las voces, yo diría que, vamos ganando.

- P.. pero, - no estaba segura de que esa fuera la respuesta que buscaba, pues eso no quería decir que se salvasen sus amigos.

Entre las agitadas olas del mar rizado, las fuertes ráfagas de aire y el balanceo de los barcos, innumerables cuerdas surgieron de uno al otro lado produciendo extraños silbidos que se perdieron entre el aullido del viento y el rugir de las olas. Al principio parecía que, los perseguidos llevaban las de ganar con los bruscos movimientos del agua les era fácil defenderse. Pero, la experiencia de varios piratas con los arcos y su bravura en el combate pronto hizo que las tornas dieran la vuelta, pasando de tener una pérdida casi segura a inclinar de forma decisiva la balanza a su favor. Los actos, salvajes en algunos casos, de los tripulantes piratas pronto, lograron dominar al otro bando.
No veía como se iban a librar de acabar como comida de los tiburones o en su mejor visión de la realidad – aunque, dependía siempre del punto de vista – acabar como esclavos, vendidos en un puerto de mala muerte. Era un rumor expandido por los pueblos de la costa que, los piratas se ganaban unos extras con el comercio humano. En estos tiempos, en los que los barcos apenas transportaban tesoros, este comercio estaba poniéndose de moda. Con lo que, Miguel no ponía en duda que su única solución consistía en aprovechar el caos del abordaje para liberar a todos los que pudiera, a los niños de la banda que tenían prisioneros. Con ansiedad y nerviosismo, recorrió la borda con la mirada. Estudió los que quedaban, gracias a Dios quedaban muchos hombres en la superficie, los marineros estaban en su gran mayoría ocupados en controlar a los ocupantes de la otra nave. Era su gran oportunidad, se desató la cuerda y guardando el guardando el equilibrio, se iba acercando, disimulando a la puerta que daba a la bodega y de paso a la pequeña cárcel atestada de gente. Que, dentro de poco estaría abarrotada, por los infelices supervivientes del pillaje.

Sus dedos, rozaban el picaporte de la puerta entonces, notó que le tocaban el hombro izquierdo. Tan concentrado se hallaba que no pensó en lo estúpida de la situación al girar la cabeza para recibir en el acto un directo a la nariz. Lo último que vio de forma borrosa, antes de entrar en la inconsciencia, fue la sonrisa irónica, desdentada y alegre de su compañero.

Amadeo desde su puesto pudo ver la escena en su totalidad. Los marineros que se encontraban cerca de él y le habían tomado algo e aprecio, lo sujetaron por ambos brazos. Les gritó a pleno pulmón, cubriéndolos con saliva, que lo liberasen para actuar pero, sus captores se mostraron reticentes a hacerle caso por más que, tirase y se retorciera. Con los minutos, se calmó respirando de forma entre cortada, sus ojos despedían un brillo frío y promesas de muerte.

- ¿Quieres compartir la suerte de tu amigo?- le susurró el que tenía a su derecha.

- ¿No ves que su destino es acabar de comida de los tiburones? – prosiguió el de su izquierda – pues, lo tiraran a los que habitan cerca del acantilado.

- ¿No sería un mal amigo si dejase solo en una situación así? – pegó un codazo al de su diestra que le permitió librarse del otro y prepararse para saltar.
- ¿Y si a ti te atrapan (y no lo dudes que lo harán) quién se encargará de los más pequeños o de proteger a la chica? – vio como sus palabras producían el efecto que deseaba, por mucho que sus ojos reflejaran su ansiedad. De momento estaba controlado y no se tenían que preocupar de él, de momento.

Del otro navío ya no surgía ningún ruido, ni siquiera balas de cañón. Por lo que la tranquilidad en la diminuta sala, era relativa salvo por las olas que seguían entrando de vez en cuando con una inquietante regularidad y los gritos de los pobres diablos heridos. Elvira no paraba de ir de unos a otros comprobando el bienestar de los hombres, a su cintura tenía atadas firmemente varias bolsas de cuero para impedir que se le perdieran.

Se hallaba ocupada con la práctica de un torniquete cuando, varios marineros de cubierta se presentaron, para llevarla a arriba.

- ¿Qué quieren que vea? – les dedicó una fría mirada llena de odio y a la vez de confianza en sí misma - ¿no ven lo atareada que me encuentro?

Por respuesta, solo recibió más bruscos empujones, según se iba acercando a las escaleras y caminaba por su propia voluntad estos iban disminuyendo tanto fuerza. Al salir, los rayos de sol que se estaban abriendo sitio entre las negras nubes, resto de la fuerte tormenta dañaron sus sensibles ojos. Tras unos segundos su vista se torno bastante aceptable pero, lo que pudo ver, eso, si que no era de su gusto.

Quedaba en mitad de un gran círculo de hombres que con malos gestos y con la punta de los fríos aceros lo llevaban hacia una tabla. A Miguel no le hizo falta ver el rostro del torturado Amadeo para darse cuenta de que aquello le estaba resultando un infierno. Al otro lado, subiendo de las escaleras pudo ver a Elvira con dos hombres que la empujaban por el hombro. En este instante se estaba protegiendo de la luz del sol, ¿dónde la habían tenido prisionera? Y casi más importante que eso, ¿para qué la sacaban ahora? Un golpe en las costillas y otro mal dado en su nuca finalizaron por sacarlo de su mundo y le hizo volverse en contra de los que lo sujetaban sin ninguna posibilidad de éxito.

Ya podía ver, por unos segundos hasta había llegado a creer que se quedaría ciega para siempre pero, para goce y disfrute suyo esto no fue así. Su alegría se esfumó, en lo que tardó en ver a Miguel encarando a sus captores con la desesperación como nota predominante en sus ojos y en el rostro un gesto feroz. Hasta el mercado habían llegado rumores de lo que los piratas les hacían a sus prisioneros. Solo había dos opciones, a saber, o bien los vendían en alguno de los mercados de esclavos de la zona o eran echados por la borda como delicatesen de los hambrientos tiburones. Por las pintas de cómo lo trataban, o mucho se equivocaba o el destino de su compañero no iba a ser precisamente finalizar como un artículo de lujo.

Con el frío metal de las espadas y puñales pinchándole los riñones, a Miguel no le quedaba otra opción que la de avanzar por la tabla, paso a paso hasta su tumba marina. Faltando apenas un metro, se giró tambaleándose sin perder el equilibro. Les dedico una irónica reverencia, a los presentes tras lo cual dio un paso atrás, cayendo al mar, lo último que vieron antes de oír la zambullida fue su sonrisa de desafío.

- ¡Nooo! – no pudo evitar gritar la joven horrorizada, aunque sabía que era inútil, no podía hacer menos que gritar, con los ojos anegados de lágrimas tomó al momento una agridulce decisión.
Pisó con todas sus fuerzas a los hombres que la custodiaban y enfilo con la determinación con la que un sonámbulo se lanza a caminar a quince metros de altura hacia su objetivo. Varios de los tripulantes se le acercaron para cogerla y no perder una carga tan valiosa para el mercado pero, tras unas patadas dadas en determinados puntos clave que, los dejó esparcidos por el suelo, nadie más se le acercó, los demás pensaban que se hallaba en todo su derecho de morir como quisiera.

Amadeo estaba forcejeando, por la vida de Miguel y casi no se podía creer lo que su amiga parecía dispuesta a hacer. Justo antes de saltar giró su cabeza y le dedicó una mirada de confianza en sí misma y que transmitía un yo sé lo que me hago que lo dejó anonadado y casi sin fuerzas para hacer nada más que caer sin ánimos sobre sus rodillas. ¿Había algo entre esos dos? Ya nada en el mundo iba a ser igual, a saber que futuro incierto le aguardaba tanto a él como a los chicos que aguardaban en la sobre cargada bodega.

Heridas en las palmas de las manos y en las rodillas, junto a un cuerpo tan cansado que podría haber salido de recibir una soberana paliza. No le había parecido un precio muy alto a Elvira por estar encima de unas rocas que se le clavaban como cuchillos en su espalda y la ropa totalmente calada pero, por lo menos estaba con vida. Y eso tras cargar con el peso muerto, nunca mejor dicho, de su predecesor en el salto, que se había golpeado al caer y había perdido la conciencia.
A lo largo de su agitada vida, recordaría ese hecho como algo milagroso. El agua estaba helada y al contacto con el líquido elemento, sus ropas empapadas se volvieron como de plomo, al mojarse. Nada más tocar el agua, realizó su primera inmersión para recuperar a su amigo, pero, sin demasiada suerte pues, abrir los ojos le dolía debido al yodo y a la sal. Lo intentó varias veces y con cada prueba su optimismo fue decayendo apenas le quedaban fuerzas en el cuerpo, cuando decidió hacer una última intentona sacó su tronco para coger aire y impulso y sumergirse más allá de donde lo había hecho otras veces. No era que se hubiera sumergido mucho, como máximo eran unos cinco metros y aun así la presión del agua en los oídos y en los pulmones, comenzaba a causar dolor. Su cuerpo ya le tiraba para la superficie, cuando algo brillante llamó su atención. Por el brillo parecía la hebilla del pantalón de Miguel que, se encontraba un poco más abajo.

No sirvió de nada que, apenas le quedase medio pulmón lleno de aire, posiblemente a su amigo… ¡no! pensó para sí misma, no soportaba pensar en esa posibilidad. Haciendo un esfuerzo titánico lo alcanzó con lo que pensaba que eran sus ultimas fuerzas. Él estaba frío pero, eso no la desanimó, lo cargó contra su pecho y tras un segundo para concentrarse, ascendió lentamente a la superficie. Pero, cuando se hallaba muy cerca los calambres de sus muslos querían esparcirse por toda la pierna y el dolor de sus pulmones por falta de oxígeno la amenazaba con hundirla junto con el peso muerto de su amigo que transportaba en brazos. Su consciencia rozaba el límite, cuando con los últimos coletazos y perdiéndose en el sopor del inconsciente.

Lo siguiente que recordaba era el sabor del agua y el dolor de las rodillas, por las que sangraba y por la sal le hacían aullar del escozor y de dolor, mientras que se izaba en las rocas. No tenía más tiempo que perder, ya había desperdiciado demasiado, al juzgar por la posición del sol. Pasó lo que le quedaba de horas de luz reconociendo la zona, tras comprobar que Miguel respiraba, la subida a la colina tenía varias vertientes. Todas ellas de fácil acceso, si estuvieran bien pero, en su estado les iba a costar un poco lograrlo sin pasar grandes dificultades, lo comprobó personalmente escalando hasta la suave cima. En la lejanía, divisaba el resplandor de lo que, parecía las ultimas casas de un pueblo arrastrando la pierna izquierda y mordiéndose el labio inferior para no desmayarse y ver, quien o quienes moraban en esas casas por si les podía pedir auxilio o cobijarse una noche en un granero.

Niños jugando entre los atados de hierba, llamaron la atención de inmediato de la chica. Sus gritos y sus risas despreocupadas, le hacían pensar que no había derecho a que hubiera gente que estuviera pasándoselo bien, mientras que otros sufrían de forma indecible manos de un destino tan cruel. No era justo, los dioses no debían de existir pues, porque sino, iban a permitir que sucedieran cosas como estas. No pudo más y todo el estrés y tensión acumulados, junto a su mente dijeron basta, haciendo que perdiera la consciencia, cayendo sobre los arbustos. Algo pesado y húmedo, estaba sobre su frente, antes de poder abrir los ojos oyó la voz de una niña, preguntando a su madre por la chica herida. Entre susurros, les rogó que fueran en busca de su compañero indicándoles, lo que recordaba del camino y volvió a perder el conocimiento.

Rayos del sol cruzaban la pequeña estancia, unas sábanas blancas a modo de pared separaban, toscamente la estancia. Oía la voz de la mujer de la casa, pidiendo ayuda a su numerosa prole para atender al herido, que no parecía acabar de recuperarse. Según le llegaba el jaleo de voces y el ondular de la sábana que le permitió ver un trozo de cuerpo vendado, se inclinó tanto que, pagó su curiosidad con una fuerte caída de la cama. Al instante una melena negra azabache y con algunas hebras canosas se adelantó a un rostro surcado por las preocupaciones de una vida difícil, aunque por otra parte, le recordaba a tantas y tantas madres que observaban con los ojos llenos de preocupación y cariño lo que hacen sus hijos. Su cuerpo era de buena añada pero, contenía una vitalidad envidiable pues, no paraba de moverse y a lo que no llegaba lo controlaba con la mirada.

- No te levantes- ya se encontraba a su lado – no sé como es que estás levantada tal y como te encontramos ayer – le dedicó una crítica mirada, al rastro de sus heridas – no es mi intención juzgar a nadie (Dios me libre) pero, yo os recomendaría varios días de descanso antes de ir a donde a donde querréis ir. Por cierto me llamo Andrea.

- G... gracias, yo soy Elvira – una vez tranquilizada un poco, su cabeza la obligaba a pensar en sus compañeros - ¡Mmm! - en unos segundos una pregunta se comenzó a fraguar en su mente - ¿ha oído hablar de un combate naval de hace dos noches? - su boca se había adelantado a la prudencia y su voz tenía claros tintes de su desesperación, por lo que siguió para relajarse – mis amigos se hallaban en el barco.

- Aún no nos han llegado noticias de eso que dices – se le juntaron las gruesas cejas, mostrando lo que se cocía en su interior – pero, si han sido los piratas (cosa que no debemos descartar) por lo que dices, no tardarán en correr historias por el pueblo- soltó una triste carcajada y ante el asombro de la joven, prosiguió – comprende, que es una aldea pequeña y pocas cosas hay que comentar. Nos conocemos todos y aunque eso denota seguridad a ello va unido el tedio y el aburrimiento de la rutina.

- Me es de vital importancia saberlo – con el tiempo que no se sinceraba con nadie y esta mujer, había logrado en menos de cinco minutos de conversación – todo, mis compañeros podrían estar en grave peligro.

- Parece que, no formabais parte de la tripulación precisamente- al ver la turbación de su rostro, se apresuró a acariciarle su cortos cabellos – tranquilízate, no estoy en vuestra contra pero, la decisión que has tomado no está, poca exenta de peligros – de reojo la repasó – eso por supuesto, es algo que sabes y que has comenzado a pagar.

El respeto mutuo que reflejaban los ojos de las dos chicas fue roto, al interrumpir en la casa, varios de los retoños de la dueña de la casa. Su entrada fue como si en vez de niños, hubiera entrado por la puerta un ciclón el jaleo y las peleas que tenían entre ellos para hablar el primero con su madre, junto a los empujones y demás algarabías le llevaba a preguntarse a Elvira – mientras sonreía sin darse cuenta- como era que aquella casa había aguantado tanto. Como un capitán de la guardia pasando revista a sus soldados, el temporal se calmó al sentir posarse sobre ellos su severa mirada. Fue entonces, cuando encargó al mayor de sus hijos que se dirigiera al pueblo para ver si conseguía alguna cosa sobre lo que había hablado con la chica. Mientras hablaba de ello, no pudo evitar desviar su atención hacia la joven pareja, pensando en su futuro inmediato como una broma cruel y absurda. La verdad es que estaba haciendo todo lo que estaba en sus manos, mucho más ya no podía hacer.
Afuera apenas si quedaban restos de los últimos rayos de luz cuando apareció por la puerta el chico. El muchacho había tardado lo suyo en regresar, por lo que su madre le preguntó intrigada la causa de haber tardado tanto. Este inhaló hondo y tras unos segundos les relató que, en el pueblo se respiraba una calma ilusoria por lo que tuvo que fijarse bien y escuchar tras cada esquina del mercado hasta que, logro oír los rumores que corrían como la pólvora por el pueblo sobre lo pasado en la mar. Al principio, charlaban de las consecuencias de la tormenta para los pescadores y sus capturas, mas en la cantina del puerto sí que hablaban directamente de la batalla entre los barcos (probablemente un asalto protagonizado por piratas) y los restos de un barco hundido hablaba por ellos mismos.

No pudo evitar reflejar cierto placer al sentir como su madre tenía los ojos fijos en él, hinchó su pecho demostrando orgullo. Comenzaban a darle la espalda cuando, con una tosecilla volvió a pedirles atención – ni que hubiera acabado ya - bajó la cabeza avergonzada al ver la mirada de reproche que había en los ojos de Andrea antes de continuar, con su historia de carrerilla por el miedo a que lo detuvieran. Se había abierto paso entre las mesas hasta que, uno de los marineros relató que fue testigo de lo sucedido. La descripción del combate atrajo la atención de los parroquianos del bar y ocultó de esa forma al joven, con esto su madre comprendiera mejor la naturaleza de las heridas de Miguel. Finalmente, las conversaciones de los reunidos fueron derivando hacia los posibles puntos donde se podrían esconder los piratas, muchos de los rumores lo situaban por la costa hacia el oeste de la playa, unas cuantas calas más allá, amarrarían el barco y su guarida sería la vieja prisión abandonada sobre el acantilado, era del dominio de todos que buscarían un mercado donde vender a los prisioneros, si es que los hubo, como esclavos exclusivos, esta era de las formas más comunes de hacer rentable esas salidas.

Gracias a los conocimientos del lugar, pudieron hacer un mapa bastante detallado de la zona en la que los rumores situaban la base de los piratas. Había varios posibles caminos hasta la vieja prisión todo dependería de su objetivo final, disponían del camino que se había usado para transportar a los presos que ahora se hallaba casi comido por la maleza. Diversas sendas por las que los niños de las casas del lugar iban a jugar a las playas cercanas desde donde divisaban a lo lejos los muros del edificio. La parte mala de estas rutas era que aparecerían de forma directa y por mucha confianza que tuvieran en que nadie los molestaría era cosa segura que las tendrían vigiladas. Las chicas reunidas frente a los garabatos que representaban los esbozos de sus planes tenían el cejo fruncido, hasta que la hija más pequeña de Andrea hizo una sugerencia que no habían tomado en consideración. Les dijo que podrían ir por las rocas, en vez de por los caminos, siguió hablando para explicarles que por el verano había veces que hacían un poco de ese trayecto pero, que no más porque les parecía demasiado peligroso como para hacerlo entero pero, que estaba segura de que por esa gruta podían ir.

Durante los días que tardo Miguel en recuperarse y sentirse lo bastante bien como para lo que ya había comenzado a tramarse, se ocuparon de recabar toda la información que necesitaban, alimentos y cosas que pudieran usar y que luego no les resultasen una carga inútil con lo que iban a realizar, finalmente entre el popurrí que quedaba de sus ropas localizó unos saquitos secos que, decidió incluir en su equipo. Una vez que se enteró de sus planes, no hubo forma humana de detener la determinación – Andrea lo llamaba cabezonería – y se metía en todos los frentes para comprobar que todo estaba como debería estar. Incluso los niños se prestaron, una vez acabadas las distintas tareas de la casa a hacer las veces de exploradores para comprobar en parte los rumores sobre la prisión abandonada. Por los viejos caminos cerca del área de influencia del edificio los habían detenido hombres armados con cuchillos que, habían bajado de los árboles advirtiéndoles que era muy peligroso jugar por esa zona, lo cual confirmaba sus sospechas de que ese era el lugar apropiado.

Quedaban dos días para la luna nueva y tenían que apresurarse pues, según los rumores los mercados de esclavos se realizaban con esa luna. Ya lo tenían todo listo, después de una cena ligera y aprovechando la bajamar, calculaban que como mucho en un par de horas aparecerían en la fortaleza. Andrea, que se había encariñado con los jóvenes les pidió que una vez que acabasen con lo que tenían pensado hacer la fueran a visitar para quedarse más tranquila.

La bajada era por un sendero agreste que los lugareños utilizaban para ir a pescar, daba múltiples vueltas hasta desembocar en el pedrero. Hasta aquí, los acompañaron, en cuanto comenzaron a entrar entre las rocas, miraron atrás pero, ya no los divisaban. La luz mortecina era una aliada en contra de los que vigilaban pero, pronto se dieron cuenta de que también iba a ser uno de sus peores enemigos pues, a cada minuto que los ocultaba mejor lo mismo hacía con las grietas a las que se tenían que asir con el fin de sujetarse y avanzar. Pararon varias veces en sus progresos, para curarse las heridas fruto de los afilados cantos de las rocas y decidir la ruta a seguir.

Pese a sus esfuerzos hubo dos veces que casi se cayeron al agua al resbalar con las algas adheridas a las rocas fue gracias a los reflejos de Elvira que se salvaron en esas ocasiones. El mar comenzaba a subir y parecía peligroso estar tan al ras de él por la resaca, se internaron más hacia el acantilado, resguardándose de posibles miradas escrutadoras desde el borde. Pero, como en todo, esto tenía sus lados malos las rocas de al lado del acantilado eran las más grandes y agrestes por lo que tenían que escalar todo el rato, en vez de ir saltando como lo estaban haciendo hasta ahora. Además, si se entretenían demasiado, corrían el riesgo de que la pleamar los arrojase contra las paredes de los acantilados.

Elvira ya no podía más, sentía los hombros y las rodillas como si los tuviera en carne viva. Miguel era otro cuanto pero, delante de la chica no iba a demostrarle como estaba de dolido, en tan poco tiempo no se había recuperado completamente de las heridas aún así, no paraba de darle ánimos. Al subir a la ultima roca, la chica perdió por un instante las fuerzas y a punto estuvo de caer, menos mal que el chico estuvo esa vez atento y aferrándola con las manos y tirando suavemente para no herirla la alzó hasta la superficie, cayendo uno encima del otro. El chico aprovechó el momento para besarla e intentó aprovecharse de ella, a lo que la chica respondió con el golpe más fuerte que pudo con una rodilla en las partes intimas del chico. Si llega a ser por lo que estaba en juego se hubiera vengado de peor manera por su atrevimiento pero, para que no gritara y que con sus gritos alertara a los que pudieran estar de guardia le tapó la boca con sus manos para amortiguar su grito de dolor. Al verlo alzar la vista en busca de una explicación la lo que había hecho, chocó con una ojos en los que se reflejaban el deseo de odio y de deseos de venganza cruel, si es que se atrevía a repetir esa acción alguna otra vez. Tuvieron que esperar a que se le pasase el dolor que, ciertamente tardó un rato en pasar y un poco más que tardó en poder moverse con la misma libertad de antes.
La luna ya se hallaba en su apogeo cuando vislumbraron, la vista era realmente impresionante con el empecinado y enlodado sendero y rematando la cima las paredes de la vieja prisión que, tan bien habían arreglado para que se convirtiera en su guarida los piratas. Comenzaron el ascenso, resbalando un paso de cada dos que daban, a la chica le molestó un poco que al comienzo el chico se hubiera ofrecido para subir de tras de ella argumentando que si se caía él ella no tendría fuerzas para sujetarla. Ella creía que era para tener la excusa de mirarla por debajo de su falda pero, se recordó a si misma que para su comodidad este día llevaba pantalones, a no ser que, quisiera aprovechar cada vez que resbalaba para tocarla este pensamiento le ponía los pelos de punta a la par que avivaba su genio. Nada más lejos de realidad, en cuanto oyeron la primera explosión y los gritos ella casi fue rodando, menos mal que el chico estuvo atento y la salvo de caer, aun con todo él también tuvo que hacer grandes esfuerzos para no coger el puesto de ella.

Se miraron a los ojos preguntándose el uno al otro sobre lo que habría dado origen a esa explosión. Elvira recordó lo que escuchó en las cañoneras en medio del combate, mirando a Miguel relató lo sucedido. El polvo negro es muy inestable, aunque se mezcle bien, al meterlo en el tubo de hierro para disparar, siempre hay una entre diez posibilidades de que explote y de que te mate o de que hunda al barco pero, si se acierta con menos de cinco se puede hundir tu presa. Agudizaron el oído para ver si obtenían mejor información y las continuas explosiones y gritos de dolor les confirmaron sus temores, allí se estaba librando una batalla. Según se acercaban a la cima, la luz de los estallidos primero y después las ondas expansivas por poco los hacen retroceder por el terraplén abajo.

- Esta puede ser nuestra gran oportunidad – le gritó Miguel al oído, para oírse por encima del ruido.

- Pero, también puede ser nuestra perdición – espiró Elvira con pesimismo, al ver la cara de su compañero no pudo más que soltar una agria risotada y añadir – si el destino nos sonríe saldremos bien parados pero, reconoce que en medio de ese caos tendremos muchas posibilidades de palmar.

La verdad dicha sin tapujos ni adornos les dolió a ambos pero, sirvió para aclarar sus ideas y así tomar lo que tenían por delante bajo otra perspectiva. El fuerte no podía albergar a mucha gente y los que estuvieran atacando tampoco iban a durar para siempre, por lo que tenían que hacer lo que fuera que iban a hacer sin mucha más demora. Sacó de su espalda una de las pequeñas bolsas de cuero que transportaba de polvo negro, examinó la pared pegando el oído a ella y dando golpecitos en el muro.

Hasta que, hallo un par de metros en los cuales el grosor era relativamente menor que en el resto colocó un reguero del oscuro polvo dibujando un pequeño círculo, mientras que su compañero con dos piedras trataba de hacer chispas para prenderlo. Tras varias pruebas Elvira lo miraba con mala cara, se leía claramente en sus ojos que su confianza en él se evaporaba por momentos. Lo que el chico no entendía era que la atención de su amiga iba más allá de sus logros pues, aunque una pequeña parte de su mente pensaba en eso la mayoría se centraba en que parecía que las explosiones y los gritos estaban disminuyendo. Eso era realmente preocupante, desquiciada porque el tiempo se les echaba encima y no conseguían entrar lo apartó de forma brusca e hizo la chispa. El fuego quemó en su recorrido el tosco dibujo en la roca pero, nada más casi le dio un buen susto al bajar de la pared e ir hacia ella, miró a la bolsa que no había cerrado bien y comprendió lo que pasaba. En un acto reflejo se deshizo de ella, con la fortuna de que fue a parar al suelo del muro. No tuvieron tiempo de reaccionar, en unos segundos la bolsa explotó y la onda expansiva los empujo varios metros hacia atrás, arrojándoles de paso restos de los cascotes de piedra.
Por el hueco en la pared, creado por la fuerte detonación les llegaron los gritos de auxilio de los cautivos y de los heridos piratas. Vacilando se introdujeron en el lugar, por casi todos lados había restos de fuego y de torres abatidas junto a cuerpos caídos, esta imagen poblaría durante años en sus más crueles pesadillas. Las voces de los prisioneros eran apenas un murmullo frente a los alaridos de dolor de los heridos pero, los ayudaron a la hora de su localización.

En la zona norte de lo que quedaba de la prisión, debajo de lo que parecía más resistente, de ese lugar venían las desesperadas peticiones de auxilio. Casi olvidados por sus captores en mitad de la contienda, pedían socorro. Esquivando vigas en llamas y piedras que caían fueron hacía esa zona pero, en una de esas una frontal iba a caer sobre la chica y Miguel actuó como un héroe apartándola del peligro que, le dio un poderoso golpe en la cadera. Apenas era capaz de andar, el hacerlo le causaba un fuerte dolor y tenía que arrastrar la pierna, aun con eso nada lo hubiera apartado de esta misión por lo que, continuó apoyándose en los delicados hombros de Elvira. Con todo trataron de pasar desapercibidos, cosa que les resultó difícil por los nuevos obstáculos del camino por todos lados había desprendimientos, caían piedras junto con balas de cañón y la cojera del muchacho no era precisamente una ayuda. Es como caminar por el filo de la navaja todo el rato – pensaban los dos – un instante de distracción y me precipitaré al desastre.

Faltaban unos pocos metros para acceder a los sótanos y la alegría se pintaba en sus rostros, sucedió demasiado deprisa como acordarse tiempo después de describirlo. Todo pasó en milésimas de segundo una bola quebró una parte del muro, saltaron para alejarse de los cascotes y una persona cayó sobre sus espaldas. Se lo apartaron de encima creyéndolo muerto pero, él se agarró con fuerza a las piernas de Miguel haciéndolo girarse para mirarlo.

- ¡Al fin eres mío, pequeño! – una cruel sonrisa desdentada destacaba en su, por otra parte, sucio rostro – te apartaron de mi en el barco pero, esta vez no te escaparás, ¡no señor!.

Asqueado del sucio truhan, le dio una patada en la frente, haciendo que se le cayera uno de los pocos dientes que le restaban en su ya, mermada dentadura. A pesar de las heridas causadas por los cascotes que volaban por doquier se negaba a soltar a su presa y seguía con admirable tenacidad pegado a Miguel. Apoyándose en las rodillas de su víctima, fue escalando hasta colocarse a su igual, sin darle tiempo de descanso, el joven atinó un puñetazo que su destinatario esquivó por pocos milímetros, ante el asombro de ambos. El hombre aprovechó su distracción para darle un gancho en el estómago que le cortó la respiración, por el momento empataban a puntos. Enfurecidos se lanzaron uno sobre el otro rodando por el lodo, sin importarles revolcarse por el lodazal. A Elvira se le finalizaba la paciencia, no entendía como se podían pelear en medio del caos del desprendimiento de rocas y explosiones. Que le iba a hacer, eran hombres y estos no se diferenciaban mucho de los animales pues, les gustaba y disfrutaban de la violencia, suspiró dándoles la espalda (que resolvieran sus diferencias como quisieran).

Gracias a los dioses, la incursión había roto las puertas, desencajándolas de los marcos las gruesas puertas. Las escaleras combadas en el centro, tenían las esquinas romas y se extendían hasta un número que se aburrió, al rato de contarlas, se retorcían sobre sí mismas apareciendo en las grietas gotas y humedades desde el suelo al techo. Por las pequeñas ventanas saltaba gotas de las olas, la ruta era muy antigua casi llegaba al mismo nivel del mar o un poco más abajo, a estas alturas no tenía idea de por donde estaría. Resbaló con el agua y cayó de culo varias escaleras hasta quedar espatarrada en el suelo, se izó frotándose la zona vapuleada ¿por qué llamaban al coxis el hueso de la risa con lo que dolía cuando te golpeabas en él?

Se acordó del que hubiera sido la idea y de toda su familia. El dolor se acentuó y la llevó a golpear una puerta de madera con todas sus fuerzas, casi se rompió su mano. Enfadada casi se caga en los dioses, por mala suerte cuando se dio cuenta de que la puerta, que estaba trancada de manera doble con un cerrojo y un candado, era la que buscaba. Miró por la ventana y los vio asustados por los ruidos y los temblores, los llamó por el nombre para subirles la moral, a la vez que rebuscaba restos de pólvora. La había gastado toda. Desesperada miró hasta que encontró una piedra, corriendo la usó para romper el candado de forma insistente, rompiendo de paso la uña del dedo gordo. Por ultimo, quitó el cerrojo y los apresuró a la evacuación, antes de que finalizase la distracción y les presasen más atención de la deseada. Según iban desfilando ante ella una sonrisa iluminaba su rostro, pues todos se encontraban ilesos finalmente, apareció Amadeo cojeando. Su visión hizo que se encogiera el corazón, subiendo por las escaleras le contó que lo habían torturado por defender a los niños.

En la superficie, reinaba un silencio sepulcral, se dirigieron corriendo hacia donde lo había visto a Miguel. Se lo encontró tumbado al lado del cuerpo inerte y manchado de sangre de su contrincante. Alarmados se arrodillaron a su lado para tomarle el pulso, suspiraron de alivio al notárselo, gastaron casi dos cantimploras en espabilarlo. Las ruinas se veían pobladas de cuerpos y heridos por todas partes, los escasos heridos eran del bando de los atacantes. Con la ayuda de Amadeo por un lado y de Elvira por el otro sacaron a Miguel del cascaron de la vieja prisión, sabían que tenían que buscar ayuda para ocuparse de los heridos y de dar sepultura a los que, habían tenido la desdicha de perecer en esa batalla. Pero, la luz crepuscular reflejándose en el mar y en el cielo y aunque, comenzaba a hacer frío, sabían que, con la luz del nuevo día les vendría nuevas esperanzas.











3 Comentarios

En un principio era para un concurso pero, lo decidí colgar

07/10/10 06:10

Marcuan:
Me gusto mucho la historia pero hay algunas palabras que debes corregir para guardar la concordancia.
Es asombrante la facilidad que tienes para narrar.

Un gusto leerte.

Sergio.

12/10/10 10:10

Gracias Sergio

01/07/12 01:07

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