Precoz el amor se adelantó a la vida,
dando pasos de más.
Asaltaron rápidos, como ásperos gajos,
entre curvas que forma el aguacero.
No por casualidad sigue adentro,
al asecho de si misma,
ese lunar perenne, casi cruz,
fuera de alcance.
El pecho vence de darse
con anticipada ansiedad,
entre tantos fragmentos perdidos o salvados,
por la reverencia que dejó abierta la salida rota.
Solo en las raíces una mínima marca,
predestinada a Dios,
aparece floreciendo sin egoísmo,
para que la misión no sea en vano
y a sus frutos bendiga la luz.