Lanzaste el sortilegio de tus encantos y el consuelo de la tormenta, anuncio la llegada de tu júbilo, al amparo del desierto misterioso de tu orgullo socavando heridas, mientras fuí conmoviendo los encantos tórridos de tus palabras y las dadivas descansan en tus manos trémulas, aunque no caigo en el abismo porque la diadema estaba en tu alma y fui confinado a guarecer la reliquia de tu sonrisa. Persistente ilusionado, absorbido por un hado sin tiempo, cincelo pensamientos lúgubres, mientras levito por parajes extraños a mi razón. Quiero mecer tu cielo en las cuencas de tus inquietudes, formando un espejismo de vida, reluciente presencia del ajuar de nuestra historia.