Envidia
12 de septiembre de 2008
por mariolino
Para casi todos, la envidia es una enfermedad del alma, la corrosión de todo lo noble y tierno en el ser humano. No es descabellado sugerir que la Iglesia Católica ha sido el principal motor detrás de la campaña de difamación contra la envidia; basta con recordar que su sexto mandamiento pregona que desear intensamente lo ajeno es propio de gente ruín. Sin embargo, aunque la iglesia pudo tener su parte, la envidia no es mala sólo porque tenga mala fama, hay algo malo en la envidia en sí. Cuando envidio a otro (de manera más o menos rotunda) me estoy negando a mí mismo. La envidia tiene mala fama porque es un suicidio del íntimo yo.
La envidia se puede definir como tristeza de lo que nos falta. Un resentimiento irracional que causa el bien ajeno. Un disgusto que surge debido a las cualidades, posesiones o posición de otro por el triunfo que alcanza o por el reconocimiento que le es otorgado. Es un deseo obsesivo de tener lo que otro tiene. Incluye sentir enojo porque alguien tiene lo que uno no ha alcanzado. Es un deseo, a veces disimulado (otras no tanto) de querer que todos sean menos que uno.
En todas las familias hay un hermano mas "apreciado", uno que toca la guitarra eléctrica y otro la flauta dulce, un ingeniero aeronáutico de la NASA y un bibliotecario, y aún cuando luzcan igual, siempre hay uno más bien parecido que el otro, tiene más pegue pues. De todos los mitos que existen, la mentira más grande del mundo es, sin duda, que los padres quieren a todos sus hijos por igual. Semejante gesto de equidad y nobleza es imposible; todos tienen un preferido. La envidia fraternal es la más morbosa de todas, porque aloja en su centro dos sentimientos horribles: la culpa de conspirar contra un ser querido y el dolor del primer rechazo en la vida. Sobrevivir a la presencia ese hermano perfecto que se lleva todo el amor y las miradas, es una quimera. En la cabeza del relegado, siempre se cocina la misma idea: el otro lo tiene todo.
Para no ir tan lejos y dejar de cortar vara aterricemos y lleguemos a algo concreto y para ello voy a usar un ejemplo que es de la historia antigua, el caso de Julio César, éste tenía 25 años cuando al pasar al lado de una estatua de Alejandro Magno, lloró amargamente, porque pensó que a esa misma edad, Alejandro ya había conquistado la mitad del mundo y él aún no había hecho nada, en este punto, JC utilizó la envidia como combustible para obtener lo que quería porque a esas alturas del partido sólo quedan dos opciones: imitar o destruir, obvio que se decantó por la primera (y vaya que le salió bien, JC a los 48 años conquistó las Galias y fue emperador de Roma) en otras palabras o nos transformamos en el objeto de deseo o lo volvemos indeseable, para quienes imitan está esa esperanza de superar, de alcanzar (alguna vez han oído el dicho que dice caballo que alcanza, gana?) En cambio, para quienes son incapaces de hacer ese esfuerzo, sólo queda una posibilidad: la aniquilación del objeto o la virtud envidiada. Si no es suyo, que no sea de nadie más.
Para terminar, podemos confesar cualquier otro pecado, pero la envidia es algo que nunca confesaremos, la envidia es el aviso de que no somos tan buenos en algo y el objeto envidiado se transforma en la materialización de ese sentimiento de fracaso.