Aquella mañana María se sentía frustrada, contrariada, rabiosa de impotencia.
Se sentía como si tratara de retener en su mano un puñado de fina arena.
Pablo nunca era del todo suyo; se le iba colando por las estrechas ranuras que quedaban entre sus dedos hasta que sólo quedaban las migajas de lo vivido ese día con él: los recuerdos de una memoria sin futuro.
Cada una de las mañanas que se levantaba de su cama se llevaba un pedacito de ella. Entonces ese pequeño espacio que era el universo de ambos: aquella habitación, aquella cama, se le hacían de repente enormes y se sentía sedienta respirando aún su olor entre las sábanas, sintiendo aún el calor de sus entrañas,
la humedad desprendida de una noche sin tregua y se abrazaba a ese espejismo intentando atraparlo y que no se diluyera en esa densa bruma de los sueños cumplidos
y por cumplir.
Toda la memoria del Amor es una memoria sin futuro. De acuerdo. El futuro de la memoria del Amor solo se vive en el continuo Presente.