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El Burro

Es tarde, el trafico esta congestionado, los carros avanzan cubriendo de hule el piso de concreto y el cielo de smog, los conductores, coléricos, aplastan sus bocinas llenando el ambiente de recriminaciones agudas y contaminación sonora; los buses pasan puntuales y apurados: la gente sube, baja, todos tienen prisa, tan solo quieren llegar a casa o a un lugar lejos de downtown.

En las aceras la gente camina rápido con un rictus de disgusto en el rostro, nadie sonríe, el tiempo se escurre entre sus manos y van de prisa. En la esquina hay un mendigo pidiendo limosna, si lo ven no existe, a nadie le importa.
La tarde empieza a menguar; la noche cae sobre los rascacielos, el sol perezosamente se pierde en un firmamento gris lleno de humo y menuda garua, un hombre sin nombre trata de ubicarse en la inmensa urbe, camina sin rumbo, camina inseguro perdiéndose en el laberinto de una metrópoli desconocida.
Al cruzar la calle se le acerca una prostituta y le ofrece una hora del mejor sexo de su vida, él la mira desconcertado: no entiende el inglés y no sabe que responder. La mujer escupe al suelo y se aleja maldiciendo su suerte, el día en que nació y estos malditos wetbacks. Sigue caminando.
Llega a una esquina donde dos enormes arterias atraviesan el corazón de la ciudad; los letreros indican First y Maine. El hombre sin nombre piensa: ¿cómo se llama el hotel? ¿adónde dijeron que vaya?, ¿cómo se llama el contacto? Es todo un drama su primer día en la ciudad. Para la ciudad su drama le es totalmente indiferente; ella se mueve como perra en celo buscando camada.
Para darse ánimos (y tomar confianza - y parecer normal-) prende un cigarro, inhala, es su primera bocanada desde que bajo del avión.
Horas atrás, llego la ciudad con tan solo una dirección, a pesar de que ha tenido largas charlas sobre cómo actuar y proceder en su confusión se ha olvidado de todo: sabe que tiene que llegar a un Hotel en el centro de la ciudad. Bueno ya está en el centro, ahora a buscar. ¿Dónde estaba la dirección? se pregunta. Busca en sus bolsillos y encuentra la billetera, el papel con la dirección está al lado de los billetes que ha cobrado (un tercio de lo pactado).
Alza la vista y ve un letrero con luces de neón grandes y brillantes, deslizándose sobre la superficie de un edificio antiguo: arquitectura Art Deco, (muy popular en su época, único en su clase), el letrero dice Grand Hotel Paradise, este es – se dice. Pero el hotel no es ningún paraíso: es una enorme pocilga donde se ejerce la prostitución, es un centro de acopio y consumo de drogas. Pero él no lo sabe.
El papel confirma la dirección y entra con recelo; en el hall hay un inmenso pupitre de mármol gastado detrás del cual un viejo arrugado y cano que aburrido y mascando tabaco lo examina levantando el periódico: May I help you? pregunta. No entiende. Perdón- contesta. El viejo vuelve a preguntar, esta vez en español. ¿En qué puedo ayudarlo? No sabe que contestar se siente perturbado, como si al dejar su pequeña ciudad hubiera dejado su raciocinio, su inteligencia y cerebro.
- Señor, se siente usted bien – interroga el viejo.
- Ah, sí disculpe, quisiera una habitación – responde.
- ¿Para usted solo?
- Si, por favor.
- Son 20 dólares, la hora, al contado.
- ¿Como? Pero si Don Gavilán Pasives me dijo que me estarían esperando.
- Hubiese dicho que venía de parte de él. El viejo escupe al suelo y mirándolo fijamente a los ojos le entrega la llave. Vuelve a escupir. Es el cuarto 1350: está en el treceavo piso, queda al final del pasadizo, tome el elevador buenas noches y suerte. Guarde su dinero.
- Gracias.
La alfombra, roja y desteñida, como sangre coagulada, amortigua sus pasos. Entra al elevador con la mochila al hombro, y aplasta el botón. El ascenso es lento y tiene tiempo para pensar. No me gusta este lugar - no debería estar acá. ¿Cómo fue que llegue? Rememora: estaba en Tarapoto de juerga con sus amigos, primera vez que visitaba la selva, en la discoteca le habían dado de probar una cocaína pura, purísima, nivel de exportación. Poco a poco, jalón tras jalón se fue enterando de como la producían, como la importaban y lo más importante cuanto pagaban por transportarla, le propusieron hacerlo y él en su lucida borrachera aceptó.
Tuvo que prepararse una semana: tomar alimentos adecuados, hacer una dieta especial y acostumbrar su garganta a ingerir grandes sustancias pasando uvas enteras sin masticar. Un día antes de viajar estuvo a base de líquidos: solo agua, para no segregar bilis o ácidos que pudieran disolver las bolsitas; al final se tragó 15 bolitas de cocaína y se embarcó usando nombre propio (nunca había tenido problemas con la ley o antecedentes, lo cual era precisamente lo que había atraído a la mafia) El negocio propuesto era bueno, muy bueno. Un par de viajes más, quizás tres o cuatro y podía ponerse el negocio que siempre había querido. Un Bar a todo lujo.
Bueno ya estaba acá con su primer cargamento, el viaje había sido excitante; primera vez que volaba. No había tenido inconvenientes ni contratiempos; al llegar se había sentido un poco confuso, el idioma y las rutinas del aeropuerto lo aturdieron hasta marearlo, pero se supo sobreponer. Miro alrededor buscando pistas de seguimiento, pero ni siquiera se habían fijado en él. Era su primera vez fuera del país y sentía tensión, la cual, recién se daba cuenta, le había causado un cansancio descomunal y no lo dejaba pensar, ahora que por fin tenía tiempo para hacerlo todo le olía mal y quería escapar, pero estaba muy cansado, solo quería descansar y botar esas malditas bolsas que ya estaban empezando a darle comezón y dolor de barriga. ¿y si revientan? pero nada: decidió nadar contra su intuición sintiéndose seducido por las verdes promesas de un dinero fácil, de mujeres hermosas y un Bar de lujo. El suyo.
Al salir del ascensor encontró las luces del pasadizo parpadeando inseguras como en una lúgubre discoteca de burdel barato. Llego a su habitación y abrió la puerta. Las luces de neón se colaron a través de las ventanas. Se veía lo suficiente para darse cuenta de que la habitación estaba descuidada: papel higiénico y condones en el piso y de la cama sin tender emanaba un olor a gato muerto, viene con el precio se dijo.
El olor era tan asfixiante, que dirigiéndose hacia las ventanas las abrió de par en par y respiro hondamente el hollín de la ciudad; observo el vaivén de las luces como embrujado y se dejó invadir por los colores de la gran ciudad: se quedó mirando fijamente el horizonte interminable de grandes edificios grises, fríos e impersonales: huella de una civilización que se abre paso sobre en el tiempo.
Y ahora: ¿cómo contacto a la gente? No dijeron nada, tan solo llega a Downtown, al Grand Paradise Hotel, nosotros llegamos después. Nos vamos a asegurar que nadie te siga. Aspiro nuevamente tratando de borrar el mal sabor de la habitación y una fuerte punzada se clavó en su estómago doblándolo en dos.
Recordó el contenido de su estómago, y temió que una de las bolsas haya reventado. Entro en pánico y pensó salir corriendo a la calle. Pero ¿a dónde? Sabe a lo que se ha metido, no hay nadie quien pueda ayudarlo, esta solo: es un perfecto extraño, un extraño en una ciudad extraña portando un cargamento de cocaína en el estómago.
El dolor recrudece, se vuelve insoportable, no lo puede aguantar: suda frio. Que mierda- se dice - voy a llamar por ayuda, antes de que… no tiene tiempo para pensar en nada más; se desploma, su esfínter se relaja: desparrama heces marrones mezclada con sangre y con pigmentos níveos de cocaína pura, su vejiga evacua sin control, su corazón bombea a mil por hora y revienta. No habrá más viajes para él.

Horas más tarde el contacto sube a buscarlo y lo encuentra cadáver. Huele a mierda, pero es un olor habitual, viene con el oficio. Llama por teléfono y al otro lado del hilo le contestan.
- ¿Y llegó?
- Más o menos.
- ¿Cómo que más o menos? Explícate.
- Esta muerto.
- Puta madre es el tercer burro que se nos muere en el mes. Bueno al menos nos ahorramos su paga. ¿Y la mercancía?
- Supongo que intacta: dentro del cuerpo.
- Ábrelo, sácala rápido antes de que se estropee.
- ¿Y el cuerpo?
- Dispones de él igualito a los demás. Acabas y vienes. Te espero.

El contacto, cuelga el teléfono, hunde las manos en el bolsillo del Burro extrae el dinero, lo besa y se lo guarda. Acto seguido lo desnuda y sacando un par de guantes y un largo cuchillo de su maletín se lo hunde sin misericordia en el estómago. Una vez abierto mete la mano sin asco, - muestra inequívoca de su experiencia y familiaridad en el negocio- saca las bolsas de cocaína y las sacude en el aire impregnando de sangre la cama, los muebles y el piso, no importa vendrán a limpiar, son 13 bolsas intactas, solo se han roto dos. Suficiente para matar al burro. Limpia el cuchillo, se quita los guantes y llama al limpiecero, eso es todo: se acabó.
¿Y el Burro? Era tan solo un Burro; nunca un ser humano, tan solo un medio de transporte, uno más en la larga cadena de la adicción. Él burro no es nadie. Nunca lo fue.

Mcluna08 de abril de 2024

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