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Los Cuentos Del Hambre

LOS CUENTOS DEL HAMBRE

¿Qué será que cuando viene el fin de semana- sobre todo el sábado- me entra un hambre tan atroz que no lo puedo callar y el rumor de mis tripas me delata con escandalo?
¡Es el hambre mi viejo! El hambre que no se puede ocultar. Y más aún ahora que es día de visita. (Día de visitas para el resto, no para mí.) Cuando es día de visita, los que no la recibimos, vemos circular desde la puerta a cientos de bolsas y paquetes que los familiares traen a sus ovejas negras, digo: familiares; -por lo menos al comienzo y sobre todo los primeros años-. Y nosotros, a los que nos tiraron la toalla, las vemos pasar, pasar y pasar sabiendo que nada nos va a tocar. Cuando a los nuevos les traen comida de la calle y los ves, (de lejos), compartiendo en familia uno se caga de envidia y hambre y no puede dejar de pensar de lo rico que se come afuera o lo sabroso que nuestras madres preparaban comida en casa. Lo jodido de acá – la cárcel- es que uno no tiene madre, ni amigos, ni comida y solo queda cagarse de hambre.
A veces levanto la vista, y al encontrar la mirada de los nuevos, ellos, al sentirse observados hacen todo lo posible para evitarme y evitar, también, llamarme a compartir un plato de comida o, por lo menos, un pan.
Pero no hay problema: si no te llaman puedes siempre ir a donde el Pinedo o el Cavero o el Salcedo- internos que preparan comida para sobrevivir - pero cada plato vale uno o dos cheques y cuando uno está misio no te queda más que ver al plato de lejos noma, como tratando de ignorarlo, pero es difícil; cuando el olor del pato con yuca o el cabrito de leche con frejoles o la parrillada de carne, inundan con sus olores el patio y asaltan tus narices no tienes donde esconderte. Caballeros noma: a tragar saliva y babear hasta que venga la paila o un compañero te vea como perro amarrado mirando hueso y se apiade de ti y te invite alguito. Pero difícil. La cárcel es egoísta y selectiva. Y si no tienes plata o “amigos” no te queda otra más que comer paila.
Yo hace mucho que deje de recibir visita (y comer rico) y, en mi caso, ser escritor en un lugar donde nadie lee y todo es farándula y crimen, no es rentable, (no da plata como la estafa, la extorsión u otros delitos) acá eso de ser escritor es como una especie en extinción o al menos ya estoy entrando en extinción por falta de especies y solo me queda amarrarme el pantalón y cagarme de hambre; otros; los que tienen comida en abundancia prefieren botar lo que no ingieren porque si invitan pueden incentivar a que seas un gorrión de por vida. A mí cuando me invitan alguito es como si mi paladar saliera a la calle. Basta con cerrar los ojos y saborear la comida para sentirme libre.
¡Hay Dios mío: ¡el hambre, el hambre! ¡Tengo un hambre que para que te cuento! Estoy muerto de hambre y mientras espero a la paila no puedo dejar de pensar en toda esa comidita rica que deje afuera y que nunca más volveré a probar. Pero estoy preso y ¿que se espera que sea la comida acá?: ¿Gourmet? Acá en el Perú todo el sistema penitenciario es un cuento chino. Y la comida que te dan, da gracias a Dios que te la dan. Para no quejarme tanto de la poca o mala comida que nos dan, a mí se me da por soñar despierto con todo lo que he comido afuera. Ahí si como rico, aunque suenen las tripas.
Cuando no tengo que comer se me da por filosofar sobre la comida y los sabores: de lo que he leído sé que el gusto es un sentido químico y que las sustancias que contienen los alimentos saboreados reaccionan con las papilas gustativas de nuestro organismo: Lo salado se capta en la punta de la lengua, lo acido en los lados, lo dulce en el medio, lo amargo en la parte posterior. Podemos distinguir los gustos y olores de miles de sustancias diferentes y lo que me parece bien alucinante es que habiendo miles de miles de sabores no hay dos iguales. No sé si te has dado cuenta, pero cuando comes en la oscuridad no siempre sabes lo que estas comiendo. Porque el color (o la falta de color) desorienta. Cuando nuestros sentidos se contradicen entre sí, solemos dar crédito a lo que vemos. Si uno se tapa los ojos y después trata de percibir la diferencia de sabores casi no se puede distinguir: si no me crees has la prueba: metete una fruna en la boca sin saber que sabor es y después de masticarla un rato abre los ojos y veras que su sabor no era el que creías. Otra variable es la temperatura: no es lo mismo una chelita helada bien al polo: sabe a cielo y otra caliente: sabe a orina de gatos. Chela, chela, chela años que no tomo una. Afuera en la calle chupaba que daba miedo, pero ahora en la cana lo que chupo son los huesos de pollo. Acá en la cana recién aprendí a chupar huesitos de pollo: a masticarlos, saborearlos y tragarlos; afuera era puro pecho noma. Acá es tan fea la comida que un hueso es más rico de roer que carne sin sabor, pero todo bien condimentado pasa y no hay mejor condimento que el hambre porque cuando no tienes que comer hasta las piedras asadas saben riquísimo: sin huevadas. Solo que joden los dientes.

Y mientras pienso en comida - y el sistema carcelario - se me da por acordarme de lo que comía en LA, USA y me relamo los bigotes, las barbas y las patillas. Pero no crean que en Estados Unidos no se pasa el hambre. Mentira. La verdad es que pasaba hambre cuando vivía en LA y sobre todo cuando empecé a vender merca: era muy bruto y no lo hacía bien; era una taba, prefería pasarme todo el día en cama jateando. Además, como estaba en ilícitos, tenía la noica de que me atrapen y, cagándome de hambre pasaba los días soñando con cosas grandes y poderosas que me hacían un capo de tutili mundi sin salir de mi cama. Y seguía soñando y cagándome de hambre y los sueños de grandeza, nunca se cumplían, y dieron paso a la peor desgracia que le puede pasar a un ser humano: venderle merca a la mismísima DEA. Y es que por confiado y ambicioso (y haragán) llegué a caer preso; fui hallado in fraganti y con las manos en la masa. Después de ser esposado, fui separado de la sociedad y me convertí en la oveja negra de la familia. Pero como no hay mal que por bien no venga debo admitir que deje de preocuparme por el hambre y por trabajar, (cosa que a mí nunca me gustó y por la cual aún hoy día estoy pagando las consecuencias).
Esa noche, después de la mancada (que fue la más larga de mi vida) no pude pegar el ojo y me cagaba de hambre, (como siempre). Durante la noche empezaron a caer mis cómplices y compañeros de cuarto (room mates) y todos viéndonos las caras largas y preguntándonos: ¿qué va a ser de nuestras vidas? no pudimos hacer nada más que tratar de dormir con los estómagos vacíos.
Toda la noche soñé con banquetes, ágapes y entremeses. Lo único que se oía en la oscuridad del calabozo era el crujir y rechinar de mis tripas. Pero lo alucinante estaba por llegar: al día siguiente, al amanecer, nuestros carceleros nos despertaron con un opíparo desayuno que bien merecía la pena haber pasado encarcelado toda la noche. Había leche, (si la querías de chocolate o normal) había jugo de naranja, corn flakes, pan de molde con mantequilla de maní y pan francés, mermelada de fresa y otros goodies que aplacaron mi hambre y me dejaron con la panza llena. En la celda tragamos hasta atragantarnos y no dejamos una sola migaja, es más, el Pecho de Lata cogió su plato descartable y después de lamerlo y dejarlo limpiecito casi se come el Tecnopor.
Una piensa que ser traficante en LA da un culo de plata, pero si uno recién llega del campo y no conoce a nadie: no tiene clientes y se CAGA de HAMBRE no le queda más que tratar de ganarse un cachuelito saliendo a la calle. Lo malo es que en LA: “no hay gente en la calle” y todos se movilizan en carro y por más que vivía en una zona ficha: recontra ficha; no tenía clientes que abastecer. Y mientras esperaba a que me cayese un cliente del cielo dormía todo el día y me cagaba de hambre. Hasta que por fin caí preso y pude alimentarme bacán. Bueno, regresemos a la celda del condado de LA donde estoy con los roomates, que éramos tres.
Después del opíparo desayuno, uno a uno, mis compañeros zafaron culo, los limpié de los cargos, los cuales yo asumí totalmente, pensando que ellos de afuera me iban a poder ayudar. Pero nada que ver: “Nos vemos con los panchos” fue la consigna invisible. Cuando me quede solo en la celda y no podía dormir pensando en todo lo que podría pasar, mis tripas volvieron a sonar y la policía de Beverly Hills, (bien buena gente ellos), parece que me escucharon porque vinieron, prácticamente, corriendo con la merienda. Y mientras yo, feliz hundía el diente en la comida, mis compañeros volvían al depa y desvalijaban y hacían rapiña de todo lo que tenía - producto de lo poco que había acumulado con mis ganancias de la venta de la maldita droga. El almuerzo fue exquisito: hamburguesa, papas fritas, chocolate shake, apple pie y su Coca Cola. Comí tan bien que pensé que ser preso en un país civilizado era mejor que ser un ciudadano de a pie en un país tercermundista como el mío. La verdad que acá no estaba tan mal eso de estar preso: se comía tan bien. Al cabo de las 48 horas me transportaron al centro de procesamiento y ahí sí que empezó el suplicio: ¡La comida era malísima!: Un sándwich de queso chédar, una manzana y un jugo de naranja empaquetado. Al momento no me pareció tan malo, pero después de tres meses de comer lo mismo, ya no lo pensaba así. Para comer rico y salir (o tratar de escapar) me hice pasar por loco, pero lo que conseguí fue que me pongan un uniforme amarillo y que me llamen campanita (por lo del tilín tilín) y lo único que obtuve fue ser alimentado con papilla babosa y compotas sosas y desabridas. ¡Me quemé bien feo y, además, fui aislado en una celda acolchonada y me ataron de pies y manos! ¡No fue una decisión muy buena que digamos! ¿No? Comiendo esa mierda por tres meses, esposado y atado a la cama, mientras el trámite seguía su curso, se me fue toda la locura y me “recupere” rápidamente. ¡Asombroso! - dijeron los doctores.
Ya en pabellón, con el resto de presos comunes, el trámite siguió su curso y me declare culpable. Era culpable de todos modos. La sentencia fue benigna y me chantaron cinco años por cinco kilos. ¡Nada mal pa ser primera vez! Cuando por fin me sacaron del sistema de justicia y me llevaron al sistema penal la comida mejoro bastante, gracias a Dios. Lo único malo era el mata pinchos que ponían de ingrediente esencial en la comida. En la prisión había sus cinamon rolls, su puré de papas, su carne deshidratada, café (me encanta el café) y hasta postre en el chow hall. Nunca pasaba hambre y la comida (que no era nada mala) se podía saltear la vigilancia y repetir. Además, había una tiendita en la cual se podía comprar varias cositas. Con los vagos íbamos a la tienda y tragábamos ice cream con su gaseosa helada, y a veces nos juntábamos y hacíamos nuestras parties caneras con su sopa ramen, atún, ostras, carne, jalapeños, tomate, cebolla y galletas de sal y todo lo que se pudiese meter al balde de dos a cinco litros.
Hasta que cumplí mi tiempo y salí (gordo) de la prisión estatal y me metieron a la prisión de la migra para tener una fecha de salida y deportarme. Acá, como la comida era para ilegales, era tremendamente aburrida. Pero caballeros noma a esperar a que lo deporten a uno. Después de estar en la cárcel de inmigración por tres meses; me esposaron, me enmarrocaron, me metieron a un avión y me mandaron de vuelta al Perú. Lo bacán fue que en avión pude tomar mi primera cerveza (y segunda y tercera y …), después de años; y como me había aguantado en ir al baño por casi un mes; cuando ingresé al baño del avión a tirar un cague casi me tumbo al mismísimo avión: me demoré más de dos horas y expulsé hasta los malos pensamientos.
Al llegar a Lima mi familia me esperaba con un cebichito, y con un tiradito de perico y su cabrito de leche con frijolito negro. Y todos esos manjares peruanos que me hicieron volver a recobrar el sabor de la libertad y la memoria de la peruanidad. Nada como su propio país.
Lo mejor de todo, (aparte de comer rico) es estar libre y gocé por muchos años de mi libertad y de la increíble comida peruana y hasta me atreví a comer otras cosas raras y diferentes: comí el sushi, el taco y el falafel y otros encantos culinarios extranjeros. Hasta me acostumbre a pedir delivery y comer fast food y ribs e ir a sitios donde podía tragar todo lo que quería por un cómodo precio.
Hasta que años después: una noche me provoco una hamburguesa con piña y salí a la sanducheria, y, bien piña yo, después de pedirla me canearon. (¿Qué hubiese pasado si hubiese pedido otra cosa?)
Bueno la cosa es que estoy de vuelta en la cana y ahora es una cana chola y cojuda y no hay nada que comer excepto la paila y cuando me acuerdo de todas esas ricas cosas que se come en la calle me babeo en mi polo. Después de trece años estoy flaco, pálido y ojeroso y he perdido mucho peso, y el hambre continua. Todo da hambre. Acá uno come lo que puede y lo adereza como debe. He tenido que comer perro y hasta rata - que hacen pasar como cuy- saben exquisitas. Sino pregúntenle al Tragavaca.
Tengo muy pocos sueños, pero el más recurrente es el que sueño que como, que me alimento. Mis sueños son comer rico. De noche o de día. Acá los compañeros, en su mayoría, tienen familia que les trae comidita de fuera y se la tragan riquísimo, pero no invitan. Ni siquiera en navidad. Cuando llega la navidad se supone que el hombre es más generoso y amable pero acá a los compañeros cuando les llega sus cositas y hacen sus comilonas no queda más remedio que salir de celda para no babear sobre comida ajena. ¡Ni para navidad se hacen una! A veces quisiera ser un perro callejero porque sé que en la calle hasta un perro come mejor que uno. Pero a lo hecho pecho, caballeros noma. A comer lo que a uno le dan así no le guste.
Cuando me preguntan qué es lo que más extraño de la calle digo siempre: la comida. Y si a alguno de ustedes les permiten visitarme: por favor traigan comidita de cualquier laya, extraño tener un estómago lleno.
Bueno tanto hablar de comida ya me abrió el apetito, ya llamaron para recoger la paila. Y con tanta hambre que tengo soy capaz de comer hasta las piedras asadas (o en su defecto nuestro bofe de cada día). No hay mejor condimento que el hambre dicen. Cagarse de hambre no es ningún juego. Por lo tanto, no recomiendo la delincuencia: es jodido estar preso: se come feísimo y estas siempre con hambre.


Mcluna22 de marzo de 2024

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