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Ralf

Ralf vive en la azotea de un edificio de doce pisos en un barrio exclusivo de la capital. Ralf es muy callado y camina con miedo. Ralf es un genio programador estrella de software corporativo en una compañía multinacional muy prestigiosa. Ralf no tiene teléfono táctil ni televisor y nunca trae trabajo a casa. Su casa es una cabaña de madera en medio del patio de la azotea; en el centro hay un letrero pintado a mano que dice Ralf en letras negras.
Ralf tiene 33 años; su pálida tez macilenta, su barba rala y desperdigada, sus ojos perdidos y el rostro accidentado aleja todo intento de proximidad. Ralf ha sido huérfano toda su vida, nunca fue adoptado y creció solo y apartado. Su mejor –y único- amigo fue un perro flaco y pulgoso con quien dormía para ahuyentar las pesadillas. El perro no tenía nombre y a Ralf le gustaba llamarlo –a escondidas- con los nombres de los niños del orfelinato con quienes soñaba ser amigo, pero tenía pavor acercárseles; nadie lo aceptaba, nadie lo quería.
Ralf fue abandonado al nacer en un basural cerca del rio y fue hallado por un indigente en busca de botellas vacías. El mendigo fue atraído por una turba de gallinazos enloquecidos y por el llanto desgarrador de un recién nacido a punto de ser devorado por hambrientos carroñeros.
Ralf fue dado de alta del hospital del niño con serias secuelas físicas y psicológicas: un rostro deforme carente de piel; músculos y encías y muelas al descubierto; una desnudez tan terrible que lo asolo por el resto de sus días. Ralf, a pesar del dinero que gana, de los grandes adelantos médicos y tecnológicos, después de varias reconstrucciones plásticas, las cicatrices emocionales no curan.
Cuando Ralf llega a casa, se desviste, cuelga su ropa en un perchero, descuelga un viejo y roído collar, se lo pone al cuello, asienta las manos en el suelo y desnudo y en cuatro patas ingresa a su caseta y dando tres vueltas sobre una vieja frazada y apuntando la cola al este se tira al piso y cerrando los ojos cae rendido y sueña que es un perro grande y hermoso corriendo entre los girasoles espantando los gallinazos y ladrando: ralf, ralf, ralf.

Mcluna17 de abril de 2024

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