Un hombre deseó ser dios. Sus ojos le limitaban, así que tomó fuego del cielo y los cambió por la omnipresente oscuridad. Pero aún no es Dios. En sus manos había fuerza pero no la suficiente como para sostener al universo; ató sus manos con prejuicios y dudas, hasta que la incertidumbre se pudrío en sus palmas y nació así, la fuerza del miedo imperecedero... Pero aún no era Dios.
Su voz nunca fue la de un hombre, sus palabras sin embargo se escribían profundamente en el olvido, como palabras mortales... En esa noche, mientras plugía a Dios su sufrimiento, fue entonces que de corazón, quizo ser Dios.
Un hombre quiso ser Dios.
Y quien no.
¿Tu no eres dios Mendaciloquus?
Yo sé que si yo te rezara, Mendaci mío, y te pidiera un deseo, mi deseo sería cumplido.
Y si tu me rezaras a mi y me pidieras otro un milagro, tu deseo también se vería cumplido si aquello que pidieras lo realizaras con tanta intensidad que a los Dioses profundos que habitan nuestras almas, no les quedaría más remedio que realizarlo.
Ellos son nuestros esclavos y obedecen nuestras órdenes.
Por eso les pedimos.
Te quiero Mendaci de mi vida.