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Hirientes las palabras de tiernos besos,
que sin ser recibidos posan en mi mente.
Un pequeño instante, oscuro, inconcluso,
temido, sin final es elocuente.

Mi corazón no hablaba, sepultada estaba,
florecían miles de recuerdos, ocultos,
que tal vez, hicieron que mi razón se moviera,
moribundo hacia sus labios, casi juntos.

En menos de un segundo, dos veces, "no",
corrían hacia su corazón advirtiendo una posible espina;
Se detuvo aquella joya, confusa,
y un beso nunca llegó en aquella esquina.

Eterno, se detuvo el tiempo, riendo en silencio,
un corazón latía, el otro no existía,
tantos pedazos estuvieron esparcidos,
y el frió se convirtió en melancolía.

Preguntas, demasiadas preguntas,
conmovieron aquel instante, fugaz e inconsistente,
pocas respuestas escaparon, para no ser cómplices,
y solo huellas mostraban mi alma inconsciente.

Dos niños, incomprendidos, que brillaban entre ellos,
sacudiendo sus alientos, todo lo demás estaba muerto,
olas hirientes, causadas por algo que no se dio,
sucumbían agonizantes llegando a su puerto.

Y poco a poco, ambos se alejaban en silencio,
una rechazada, el otro, muerto sin saberlo,
pasaban entre rocíos, necios y parlantes,
ante la ironía del amor sin quererlo.

De pronto algunas hojas muertas desaparecen,
otras vuelan ante los placeres del olvido,
y los pedazos se secaban, un beso murió,
murió en el mar de otros labios, no ha existido.

(Octubre 2016)

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