[...] Siniestros los dedos que aguantan y se pierden en la cama, con las sombras heladas, hebradas, salvadas. Los fusilamientos de abril destruyen las amapolas y las aves sangran callando los silbidos, deshaciendo lo prohibido...
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Con un abrigo agrietándose y soltando plumas por doquier. La gente le mira, nadie sabe sus intenciones, ni el poder de su aroma. Y la gente se empobrece con su carta, los ríos se enloquecen en su carma.
Pero nadie le ama, con nadie escapa. De mano en mano, de siglo en siglo, con nombre distinto. Continúa caminando las calles, dando valor a la letra, quitándoselo al deudor de caricias.
Dinero... dinero... dinero...
Con tus pies hirientes quiebras la selva de los instintos.
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Caída.
En el suelo hierático.
El mundo es demasiado salvaje como para intentar comprenderlo, me duelen las piernas y eso que no las siento, quizá sea porque es invierno.
Quizá sea cosa de los copos, de las mantas.
Del silencio.
Y el vértigo me asusta, la huída me da sueño, no miento.
No siento.
No pienso.
Sólo quiero.
Sólo muero.
Dáme la cuerda de pensar, regala la silla de observar. Rompe mis ojos. Quiero dormir, quiero callar.
Dame la soga, quiero brillar.
