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Rueda de Prensa

La Rueda de Prensa de James Buttler

Michael Sitka

-Por favor Dr. Buttler sígame- La azafata, sonriente, vestida con colores corporativos y con la tarjeta de identificación colgada del cuello le precedió, colocó un vaso de agua sobre el atril y ayudó a subir al homenajeado. Se retiró con la discreción propia de una profesional habituada e trabajar en ese tipo de eventos. Al Dr. Buttler le habían concedido la medalla Penrose en los fastos
anuales de la Sociedad Geológica Americana.

Aunque lo negara categóricamente al brillante geólogo le satisfizo la resolución del comité. No era un viejo profesor de edad avanzada, sino un geólogo brillante con veinte años más como
mínimo de carrera profesional. Algo de vanidad había, aunque desde el estrado, elevado ligeramente sobre la platea de los medios de prensa, prevalecía en su pensamiento el apellido materno, que en la sociedad norteamericana llega casi a desaparecer en líneas familiares estables. En realidad para todos era Buttler, pero cuando visitaba a su abuela casi centenaria en
Gardiner, Montana, recuperaba aquello que nadie conocía salvo su familia y más íntimos colaboradores. “Madhápû”, Cerezo Silvestre, uno de las escasas reliquias que quedaban de la época dorada en que los absarokas cazaban bestias libres y eran los dueños de su propio destino.

Nunca olvidaba cuando sus padres, absaroka e irlandesa, le llevaban a Gardiner de vacaciones. Turistas de todo el mundo, una pequeña aldea por la que pasaban mas de dos millones de visitantes
en su camino a la entrada de Yellowstone. La abuela Cerezo Silvestre le reprendía divertida por naderías con una palabra mágica que nadie de su entorno académico conocía, “mápê”, roca, su auténtico nombre indio, el único que reconocía cuando en esos momentos propios y que no son de nadie meditaba sobre los derroteros que había tomado su vida. James Buttler era medio Absaroka y ninguno de sus colegas presentes dos horas antes de la rueda de prensa, en el acto de entrega de la medalla Penrose, lo sabía. En realidad daba igual. A quien importaba un detalle tan insignificante.

Con paso seguro subió el escalón para atender la rueda de prensa que había convocado la organización. La conferencia, aunque muy especializada, había reunido desde medios locales hasta importantes agencias como Asociated Press o Reuter. El doctor Buttler ya estaba acostumbrado a estos reconocimientos y se desenvolvía con soltura en esas circunstancias. Su contribución a un
Suroeste verde, un revolucionario método que siguiendo los protocolos adecuados aprovechaba hasta límites insospechados la humedad atmosférica y el agua intersticial del suelo.

El retorno económico de aquellos primeros resultados publicados a finales de los noventa en “Geology” había subido el PIB del estado de New Mexico en más de tres puntos. Con poco mas de
cincuenta años era uno de los rostros mejor conocidos desde San Diego hasta San Antonio y desde Salt Lake a Las Cruces. El asesor responsable de recursos naturales del senador demócrata
Karpinsky, un científico altruista, un intelectual independiente, la Biblia en pasta, la bomba trónica, vamos, la leche puta. Un CRACK.

Ajustó el cruce de su chaqueta, probó el micro, un chasquido confirmaba que el sonido estaba ajustado. En un gesto que todo el mundo ya había visto en la portada de “Time” agachó ligeramente la cabeza alzando los ojos al mismo tiempo. Se irguió, miró al cónclave de medios de comunicación. Todos los ojos estaban fijos en el premiado. El ruedo de preguntas comenzó inmediatamente.

Y las preguntas ¿Qué? Vulgares, tópicas, lo esperado y lo esperable. Desde cómo se sentía el premiado, al futuro de la hidrogeología moderna. Desde preguntas bastardas de medios afines a profesionales rivales hasta al futurible Nobel de física por su contribución científica al bienestar de una humanidad, que presumiblemente no volvería a sufrir escasez de agua en los tiempos futuros. Cuando ya aburrido, con los ojos cansados estaba a punto de dar por terminado el ruedo de preguntas un joven de un periódico local de Boulder, poco agraciado, canijo y con unos inmensos ojos azules levantó la mano para hacer una última pregunta. Por la apariencia externa el tipo no era un corresponsal del suplemento económico del Post, quizá, pero no. A pesar de que el resto de los corresponsales comenzaban a levantarse de sus asientos, alzó su mano con la intención de realizar una pregunta más. Una última pregunta, como la última copa, es posible que la única que no le hubieran hecho nunca porqué a parte de evidente, caía dentro de la esfera de lo privado.

-¿Por qué el Agua?-, lo pronunció como cuando se escribe con mayúsculas. Sonaba grande y fundamental, AGUA; una pregunta directa, sin preámbulos, concreta y tan absolutamente objetiva
en sus intenciones que parecía corresponder mas a una entrevista en profundidad realizada por uno de esos periodistas de la “tele”, siempre tristes, siempre serios, fíjense sino en cualquier debate
político-que a una pregunta “ad hoc” en una rueda de prensa de fortuna, como un soldado mercenario.

Se quitó las gafas y miró al miope atravesándolo, perceptiblemente su mirada ya no estaba atenta a los plumillas de mas o menos tono; claramente sus ojos escapaban de la confortable sala de
prensa y viajaban mas allá. En unos instantes sintió como los dedos de su abuela, Cerezo Silvestre, arqueados por la artrosis, le volvían a acariciar su pequeña cabeza mientras le contaba de nuevo viejos cuentos de disputas tribales y viajes de iniciación, de los de hacerse mayor de repente, aunque la historia que siempre que tenía oportunidad hacía repetirse era la mas antigua de todas. La
historia de la gruta donde su pueblo materno enterraba a sus muertos, los antepasados absarokas, más allá de la llegada de la gente inquieta, nombre que solían dar a los primeros aventureros de piel blanca.

Desolation Caves nunca habían sido una atracción turística, a pesar de que para sus antepasados representaban un ejemplo de las desastrosas consecuencias que la envidia y la vanidad acarreaban a todo lo que se encuentra bajo el Sol o, mejor dicho, de espaldas de él.

En un profundo sistema de grutas, relataba Cerezo Silvestre, la perseverancia de una solitaria gota de agua había edificado en el centro de la cavidad una majestuosa columna de travertino versicolor del espesor de un gran cedro. Recorría del techo al fondo la cueva, de tal manera que parecía que el esfuerzo y la paciencia de la pequeña gota habían unido el cielo y el infierno. Conforme la gota chocaba repetidamente contra el suelo dejaba en el techo la traza mineral de su abandonada caída.

Pasaron siglos, quizá más, y las dos grandes tortugas que sujetaban el mundo desde sus orígenes estaban orgullosas de la gran obra de una criatura tan pequeña como esa diminuta y
persistente gota. Por ese entonces una gran corriente de agua discurría por el fondo del cañón, el Oak Creek River. Orgulloso y pagado de si mismo, de su fuerza y rapidez, de una vanidad desmedida que movía grandes bloques y arrancaba centímetro a centímetro los estratos rocosos del fondo, ahondando el cauce absolutamente seguro de su capacidad de cambiar el mundo a la medida de su salvaje fuerza.

Los diminutos y ciegos habitantes de las profundidades a través de las paredes de la gruta, oyeron agazapados los elogios que las dos tortugas, sobre cuyos caparazones se sustentaba el mundo, hacían de la constante labor que su querida y pequeña gota había realizado en las oscuras salas de la cueva. Los rumores se fueron extendiendo más allá de las profundidades hasta llegar a los oídos del poderoso y magnífico río.

Una gran reunión de millones de gotas en movimiento deliberó sobre el favor que los dueños del mundo dispensaban a una solitaria gota y estuvieron de acuerdo en ensoñaciones de poder y de gloria, del mundo de posibilidades a las que tendrían acceso una multitud de gotas unidas en un esfuerzo común. Decidieron pedir ayuda a los cielos y a las cumbres de las montañas para ser más. El poder de la corriente se comía a grandes dentelladas el fondo del cauce intentando en su orgullo y vanidad llegar a las profundidades de las montañas y demostrar a los creadores del universo la realidad de una belleza infinita comparada con la de la construida por la discreta y frágil gota troglodita.

La masa de agua llegó a ser tan poderosa que venció la sólida resistencia de la roca precipitándose repentinamente a través de fisuras y sumideros. El edificio rocoso se resintió, grandes grietas se abrieron bajo el lecho del río precipitándose en el interior de la tierra de forma desastrosa, inundando salas, galerías, gateras y oquedades, destruyéndolo todo a su paso. La gran columna central se desplomó, y la solitaria gota fue arrastrada por el torrente,
desapareciendo entre el resto de gotas enfermas de vanidad estúpida que provocó como negra consecuencia que su caída en los abismos, no sólo destruyeran el fino encaje de travertinos, sino
que el propio río desapareció de la superficie del cañón, convirtiendo en un desierto lo que antes fue la expresión del amor que las tortugas sabias y viejas sentían por lo que habían creado. Y ellas únicamente pudieron llorar por la pequeña y solitaria gota constructora de maravillas en la oscuridad.

*****************

Butler, importante, necesario y suficiente como un argumento matemático, volvió a fijar los ojos sobre los del joven periodista de ojos saltones y azules como la corriente suicida que acababa
de pasar por sus recuerdos en breves instantes de tiempo. Carraspeó. Como sin querer, como si hablara hacia dentro, ausente del auditorio, pronunció con voz absolutamente neutra una frase del dramaturgo Samuel Foote casi olvidada en las nubes lejanas del bachillerato:

“Dios se venga contra la vanidad” (*)

Con gesto algo cansado dio por finalizada la rueda de prensa, agradeció la presencia de los medios, bajó del atril, estrechó dos o tres pares de manos y salió al exterior. Llovía. Apresuró el paso y se protegió dentro del taxi que le llevaría a la cena oficial del congreso. Se alisó la corbata y pensó que sería una auténtica pena que unas pocas gotas echasen a perder tan soberbio traje.

FIN

(*) “God´s revenge against vanity”
(Samuel Foote)
Michaelsitka18 de enero de 2009

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