Palabras como otras cualquiera pero que sin saber porque adquieren una importancia tal que se hace imposible expresarlas.
Estas como presos golpean los barrotes de sus celdas, gritando e implorando su libertad, exigiendo escapar de rincones oscuros en las que han quedado o han sido encerradas por el miedo a posibles consecuencias, reales o imaginarias, positvas o negativas.
Estas pobres desamparadas, faltas de uso y atención son amontonadas, amontonadas y amontonadas, hasta que llega el momento en el que hartas de sus precarias vidas deciden amotinarse en contra de su cautivo, deciden escapar en marabunta sin control, arroyando a aquel o aquella que las escuche, como una presa que rebosa y arrasa con todo lo que hay a su paso, tras haber destruido los cimientos de su continente.
Asi solo queda la posibilidad de que el oscuro carcelero abra las compuertas y deje fluir, por gravedad, el elemento primigenio que da vida a todo lo que la tiene. Permitir a las injustamente condenadas disfrutar de la maravillosa luz del amor y la libertad, sin importar las consecuencias, o mas bien el miedo a estas, reales o imaginarias, positivas o negativas.