Y si paseamos por las calles sin destino, probablemente daremos con
un artista que vierte su alma a orillas del Sena, pintando, o tal vez ofreciéndonos un retrato por unos cuantos euros. Y así, con un cruasán caliente en una mano, sabroso, reconfortante, emprendemos de nuevo la marcha por la ciudad en busca de otro de los edificios religiosos más hermosos que nos ofrece París: la Sainte Chapelle. Si París es la Ciudad de la Luz, esta capilla es sin duda un crisol de colores y vitrales, de espiritualidad y de esbeltez. Construida en el siglo XIII en 33 meses (una rapidez insólita para esa época), y levantada sobre delgadas columnas que parecen querer tocar el cielo con la punta de los dedos, en la Sainte Chapelle nos impactan las paredes de vidrieras multicolores de más de 15 metros de altura que son un prodigio técnico...
Increíble... durante un momento, me he teletransportado a París con este gran texto.