Me desperté, y lo veía todo diferente: el cielo cambió de color, los pájaros cantaban un ritmo agradable y el sol alumbraba cada rincón de mi habitación. Supe que sería un buen día, que nada podría estropearlo. Bajé las escaleras y me caí, me dí en la cabeza; supongo que me lo merecía. Entonces, yo y mi chichón nos asomamos al balcón, y pensé, ¿porqué cuando hace Sol estoy alegre y cuando hay nubes triste? Quizás es que temo a la oscuridad, o tal vez que en ella me fijo más en todo lo que está bajo la luz, en todos los problemas, en todas mis desgracias. No, nunca me fue nada bien, busqué el amor y hice mal, porque lo único que encontré fue dolor; creí en la amistad, y me salió otro chichón, al ver que en un instante todo puede romperse; creí que me podría comer el mundo, pero me di cuenta de que este es amargo; creí en todo y comprobé que nada era verdad. Pero, a pesar de todo, sigo adelante, espero a que salga el sol, para que no solo se alumbren las desgracias y también se alumbren las alegrías, los motivos por los que seguir aquí luchando por un mundo mejor, por un mundo más justo, en el que se pueda creer en el amor, en la amistad y en el que todo sea dulce para comernos el mundo de un bocado y cumplir nuestros sueños. Porque a veces, caerte por las escaleras duele, pero puede enseñarte a aprender a subirlas bien, o puede dejarte una marca de por vida.
