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Rapsodia Infernal 4. Final

VII

Por su parte, Manes aunque embriagado de temor, recordaba y seguía la ruta recomendada por sus amigos y así, a gran velocidad y no sin algún que otro tropezón, se lanzaba hasta la salida, atravesando y esquivando montones de galerías que desdeñaba con empeño.





Tenían el cuerpo agarrotado y muy tenso, lo que les hacía aun más difícil correr, no sabían a donde huir, sólo corrían y corrían al frente, rogando que aquella criatura se hubiera quedado atrás.
Atravesaron unas cuantas galerías más y aquella locura no cesaba sino que se hacía más tortuosa. Los gemidos inexplicables atravesaban sus tímpanos para incrustarse en sus mentes, el apestoso olor les dificultaba la respiración. Aquellos túneles como ya ocurriera una vez, temblaban y crepitaban. Las pinturas de seres corruptos y apestosos, similares al que anteriormente habían observado, se retorcían y contraían como si aquellas paredes les encadenaran y no pudieran liberarse. Las sombras se precipitaban sobre los fugitivos como si quisieran asfixiarlos. Los cantos de los nichos se desprendían y los techos se desquebrajaban porque no soportaban aquella discordancia que los comprimía hasta partirlos.
Y los pobres corrían y corrían como en una horrible pesadilla, con la mente enajenada y el corazón desbordado de pavor y angustia.
Todo se acrecentaba, engordando en una demencia que ensordecía los sentidos. Los pasillos se retorcían, las pinturas cada vez se movían más, algunas estancias casi relucían, encendían y apagaban como volcanes apunto de estallar con fuego infernal a la vez que temblaban cada vez que aquel lenguaje inmundo, aquellas voces ultratérreas e inhumanas hacían acto de presencia, gritando y entonando sagas malditas.
Corrían eufóricos peor en ocasiones, muchas rejas, como las que anteriormente les impedían el paso, surgían de nuevo para detenerles o por el contrario, en otros momentos se abrían con un chirriante crujido para conducirles por nuevas rutas que les perdían y aturdían cada vez más. Siguieron en su escapada hasta llegar a una enorme galería central, un largo pasillo flanqueado por otros túneles con las rejas corridas. Sin detenerse atravesaron algunos de ellos pero como si de un diabólico juego se tratara, siempre volvían a esa gran galería central, cubierta por extensas pinturas malévolas que abarcaban todas las paredes, desde el suelo hasta el techo. De nuevo, en ellas siniestras criaturas aparecían torturando a frágiles humanos encadenados a la pared y a las bastas cruces. En otras partes, rezaban completamente humillados ante altares de huesos lampiños culminados finalmente por cráneos astados y quijadas con hileras de afilados colmillos. Apenas pues podían mirarlas porque su detestable magnificencia creaba la desagradable sensación de encontrarse en medio de aquellos corruptos escenarios, de participar en aquellas fechorías, de ser la propia víctima d aquello o incluso el verdugo. Una sensación nauseabunda les recorría el estómago y la boca. Los aullidos de rabia insaciable parecían retumbar en aquel diabólico lugar con mayor contundencia y cada vez con mayor frecuencia, tan largo que era aquella lugar así por completo se iluminaba durante eternos segundos, como si todo fuera zarandeado por rotundos espasmos flamígeros. Y aun no conseguían salir de allí por lo ya explicado, todos aquellos túneles laterales les conducían de nuevo a allí.

De pronto, cuando todo parecía estar a punto de venirse abajo. El silencio cayó como una pesada losa que barrió todo aquel inmundo estruendo. Los dos jóvenes se paralizaron como todo lo demás. Sólo buscaban desesperados con la mirada, buscaban ansiosos en aquella enorme galería llena de arcos y otros túneles, a algo que estaba a punto de aparecer aun no sabían por dónde.
La propia catacumba o tal vez lo que la controlaba se disponía a mostrar por fin todas sus armas. Ya nada le impedía enseñar y esgrimir su obra maestra. El mayor de sus instrumentos. el mas terrorífico de sus secuaces. Fue el colmo de la demencia y la perversidad.





Por fin, Manes llegó a la puerta, aquel portón maldito bruñido en aquel metal extraño, aquel que había dado comienzo a toda aquella atrocidad e inmundicia. Estaba curiosamente cerrado cuando ellos sólo movieron las puertas para abrirlas y nada más. Desde ese lado de la puerta, Manes, pudo examinar, no sin horror y con más detenimiento y detalle, la barbarie de aquellas figuras esculpidas con macabra maestría. Los numerosos esqueletos arruinados y retorcidos que lo colmaban, antes ya descritos. Los lascivos demonios que bailaban y esgrimían sus opulentos cuerpos inmundos de manera indigna, absorbieron su atención durante unos momentos francamente duros para su frágil conciencia. El pánico seguía en sus huesos y habiéndose demorado ya bastante, cogió con fuerza el pomo del portón, que si el lector recuerda, tenía la desagradable forma de un cráneo perruno con dos hermosos cuernos anillados, curvados hacia atrás que precisamente agarró y tiro hacia sí para abrir. Esta vez fue mucho más difícil y trabajoso que antes, ahora que su intención era completamente contraria, la puerta parecía infundir una extraña fuerza, tenía un peso inmenso, todo lo contrario que para entrar y antes de conseguirlo, Manes tuvo que sudar hasta que por fin, la puerta cedió con un espeso chirrido agudo, dejando sólo una fina ranura por la que el prófugo tuvo que apretujarse y rasparse los costados para poder cruzar. Ya estaba en la catacumba superior. La idea de lograr escapar, la superficie, la luz y la seguridad comenzaban a brillar en su mente. Aunque, de todos modos, todavía no estaba seguro de poder conseguirlo ya que temía que otro ser extraño lo atrapara y esta vez no lo abandonase. Tal vez la misma criatura anterior corría tras sus pasos.








Ante la estremecida mirada de sendos amigos, una mermada criatura hacía su aparición, en respuesta a aquel misterioso silencio. Un corrupto y decrépito ser se plantó frente a ellos, en los lindes de aquella galería, observándoles igual que hiciera la anterior criatura que seguramente no andaba lejos. Entonces comenzó a avanzar ante la petrificada mirada de Urko y Kochab.






Por su parte, Manes corría y corría por un montón de galerías enrevesadas y complejas pero no se desanimaba ni aterrorizaba (al menos por lo que le rodeaba) porque sabia que la superficie le esperaba, ya muy cerca y aquellos túneles no eran tan estremecedores como los de aquellas infernales catacumbas inferiores. Finalmente encontró su camino y su salvación, por fin ascendió hasta aquella vieja sala rectangular que si el lector recuerda, constituía el final del interminable principio que partía desde la entrada del cementerio, ya tan lejano. Y así fue como Manes, frenético irrumpió de bruces en aquel habitáculo para quedar irremediablemente pasmado ante aquella nueva decoración.
Aquella desalentadora cruz de madera y grilletes que anteriormente hubo captado la atención y había hecho aflorar la compasión de los viajeros, ya no estaba en su sitio sino que misteriosamente (porque no valía la pena pensar en el artífice de aquello) había sido arrastrada hasta casi la puerta por la que se precipitaba Manes y allí permanecía, medio tendida y con la madera desquebrajada, aún más arañada que antes e impregnada en sangre, sangre escarlata no sólo en ella sino por todas partes, coagulada y en torrente, empañando los murales y las columnas, haciendo resbaladizo el suelo, goteando incluso del techo, resbalándose por las fisuras de las paredes y desbordando el corazón de Manes que desquiciado y a al vez perplejo observaba con pavor el espectáculo y buscaba a su posible creador. Después se miro así mismo aunque bien podría haberlo hecho a través de un enorme charco bajo sus pies que reflejaba su triste y malherida silueta. Sus manos, sus brazos, casi todo su cuerpo estaban impregnados en sangre. Seguramente todos los sitios por los que había pasado supuraban aquella sustancia maldita que más que vida indicaba condena y muerte.
Se sintió sucio y desesperado, el estupor provocado por el horror le nublaba la mente y aquel maldito color rojo le cegaba la vista. Las piernas le fallaban y el aliento le abandonaba. Pero aun así, no desistió y armándose de un coraje inconsciente atravesó la sala esquivando por un lateral la enorme cruz y avanzando cauteloso para no resbalar en cualquier charco inmundo, consiguió llegar a las ultimas escaleras que le conducirían hasta la superficie si es que nada se lo impedía.
El ascenso sería interminable y agotador como antes fue la bajada, tal vez no lo soportase pero prefería morir en el intento antes que permanecer más tiempo entre aquellas atrocidades y demencias.




El tiempo parecía haberse detenido para Kochab y Urko, no podían comprender lo que estaba ocurriendo. Apenas lo iluminaban, en parte por que no se atrevían y en parte por que una pálida luz mortecina inundaba el lugar para mostrar con horror lo que ellos se negaban a mirar y admitir.
Un delgaducho y encorvado diablo se alzaba allí, en la entrada de la galería. La pura demencia daba forma a su inmundo cuerpo y aunque este era prácticamente irreconocible salvo por las escasas ropas que le quedaban, su rostro desfigurado mostraba aun claros retazos de lo que antes había sido, a pesar de que en su figura y expresión, ya nada quedaba de humano. Kochab lloraba desconsolado, martirizándose y maldiciendo a todo y hasta así mismo por haber permitido que todo llegara tan lejos. Urko, ya comenzaba a retroceder lentamente, sin saber a donde dirigirse porque no podía dejar de observar a la nueva atrocidad.
La figura del buen amigo avanzaba hacia ellos con marcada parsimonia. Les miraba primero al uno y luego al otro, siempre sonriéndoles para ocultar su malvada empresa. Ladeando la cabeza a un lado y hacia otro como si ni siquiera pudiera sostenerla. Su cuerpo inerte se arrastraba con dificultad pero esto apenas parecía visible dada su inquebrantable constancia. Mientras, ambos jóvenes sentían que morían, como si el terror hubiera tomado forma de anillo que les comprimía la garganta antes de que lo hiciera aquella bestia mortecina.
- ¿¡Qué quieres!? - se atrevió a musitar Kochab.
Ninguna respuesta salió de aquellos enjutos labios. Tan sólo una sonrisa permanecía en el sátiro rostro desfigurado. Ambos siguieron observando la cara destrozada, los ojos perdidos y desconcertantes, la descarnada piel sangrante. Y nada de lo que veían podían creer.
- ¡Próvido! – y aquel nombre retumbó con un eco ensordecedor -. ¡¿Eres tu?! – Kochab insistía -. ¡¿Qué te han hecho?! ¡¿Qué pretendes?! ¡Ayúdanos!
De nuevo, ninguna respuesta obtuvo y desde luego, bastante claro estaba que sus intenciones no eran amistosas sino todo lo contrario. En su bizca mirada se advertía a un infernal demonio que ansiaba devorar a sus, en antaño, amigos.
Aquel ser avanzaba, los dos amigos medio paralizados, daban lentos pasos hacia atrás. Urko, de tanto en tanto, aceleraba la marcha pero Kochab seguía retrocediendo rezagado, pues aun permanecía atónito y desconcertado.
Su ropa estaba rasgada y destrozada, sólo un montón de pliegues repartidos a duras penas podían cubrir su descarnado cuerpo.
Los huesos se salían de sus articulaciones chascando con fuerza cada que vez que se movía. La carne inerte se comprimía y estiraba de manera antinatural e irritante, acartonada y henchida de un extraño sopor. Su lacio pelo se caía por mechones que se perdían en el mugriento suelo.
- No es Próvido – dijo Urko a las espaldas de Kochab-. Este pretende lo mismo que las demás bestias. Ya es uno de ellos.
Y cuando pronunció esta especie de sentencia, aquella perversa mirada en apariencia perdida se clavó como dos dagas ardientes en los ojos de Urko. Este, asustado tras ser traspasado por un escalofrío, aceleró el retroceso, sin llegar a correr, sino dando lentos pero largos pasos igual que su persecutor, porque si huía de repente, temía que aquel engendro corriese furioso tras ellos y se abalanzara como el loco que ya era.
La enorme galería ya se iba terminando. Poco a poco, en aquella larga y tensa situación, el camino principal ligero llegaría a su fin. Para que esto no ocurriera y no se vieran acorralados por su antiguo amigo hoy hostigador. Urko prosiguió con su discreción inclinándose ahora hacía uno de los últimos túneles laterales que quedaban. Kochab lo seguía a unos pasos de distancia. La criatura, consciente del intento de evasión de sus víctimas, aun no se inmutaba.
Entonces, cuando Urko ya penetraba el umbral del túnel elegido, uno pequeño y ovalado de la zona izquierda. Aquí, el nuevo Próvido, como si hubiese estado aguardando hasta ese momento, sin previo aviso, dio un salto hacia adelante acortando peligrosamente la distancia entre él y Kochab. Tras esto, estiró sus desencajados brazos hasta las paredes y gimió y gimió con un ruido ensordecedor que se mezclaba con una macabra risa lujuriosa que, de alguna manera accionó algún mecanismo que precipitó la suerte de ambos fugitivos. Así sin que ninguno de los dos lo esperara, todos los túneles que daban acceso a aquella enorme galería, se cerraron. Los barrotes sentenciaron el final. Urko quedó separado de Kochab, al que no le dio tiempo entrar en el túnel ahora sellado. De este modo, quedaba dentro, encerrado y sin escapatoria, frente a aquella cosa. Los dos amigos quedaron separados para siempre; no sólo de ellos mismos sino de muchas otras cosas que ya tocaban a su fin. Uno se zafó por el momento de la muerte que frente a él se desvanecía. Al otro, le arrancaron la vida que el mundo podría haberle deparado.
Próvido, después de su sorprendente actuación volvió a su parsimonia y ahora, con los ojos hinchados por un execrable gozo, continuó caminando hacia Kochab que irremediablemente sería atrapado.





Manes aun corría, ya casi exhalaba, las últimas fuerzas que le quedaban rápidamente le abandonaban, apenas podía marchar sin apoyarse en las húmedas paredes, las escaleras parecían cada vez más empinadas pero ya estaba a punto de conseguirlo, la lejana luz ya comenzaba a iluminar el túnel, incluso el calor y una leve frisa solariega acariciaron el semblante contraído de Manes otorgándole así unos instantes más antes de desmayar. Y siguió corriendo y corriendo hasta la salida y la libertad. El sol le cejó la vista durante largos instantes, el aire fresco inundó sus pulmones y de buena gana habría gritado de alegría si su exhausto cuerpo se lo hubiera permitido. Apenas podía ver ni moverse, sólo supo que ya estaba en el cementerio y que la catacumba quedaba atrás. ojeó algunas tumbas con dificultad porque la vista aun no se acostumbraba a la luz, le parecieron muy hermosas. Siguió avanzando unos pasos tambaleantes y después se derrumbó sobre sus agotadas piernas. El golpe ni siquiera lo sintió. No pudo levantarse. Tan sólo, presa de un cierto estado de embriaguez, acarició la hierba del suelo y aquello le pareció el lecho más confortable del mundo. Giró un poco la cabeza para acercar la nariz aún más a su improvisado lecho y aquel fresco aroma fue más dulce y agradable que cuantos podía recordar. Por un momento olvidó todo. Su vista se comenzó a nublar y finalmente perdió la conciencia de todo.







Sin embargo, la tortura aun no había terminado para sus amigos. Ellos no correrían la misma suerte de la que Manes pudo gozar.
- ¡Urko! ¡Urko! – gritaba Kochab al verse acorralado y sólo-. ¡Ayúdame!¡por favor! – la agonía quebraba su voz.
- ¡Corre! ¡Kochab corre! – Urko gritaba desesperado a la vez que en vano empujaba y empujaba los barrotes, desesperado por no poder hacer nada.
El nuevo Próvido, impasible seguía avanzando hacia Kochab que no paraba de retroceder, enloqueciendo a cada paso que daba, aproximándose cada vez más a su muerte. Llegó la altura de del túnel donde estaba Urko, intentando entrar como un loco. Ni siquiera lo miró, ahora sólo se centraba en Kochab.
- ¡Déjale en paz! – le gritaba Urko mientras metía los brazos cuanto podía para tratar de golpearle pues ahora no le temía -. ¡Ven aquí maldito!- seguía empujando y estirando los brazos, deseaba atraparle porque no soportaba la idea de perder a su amigo.
Sin embargo no podía alcanzar a la inmunda criatura. Esta continuó hacia delante sin prestarle la más mínima atención.
Urko ya no podía ver a través de las rejas, estaban ya más adelante y no alcanzaba a verlos. Sólo escuchaba sus desesperados gritos que huían de su incansable pero sosegado persecutor.
Lloraba angustiado e impotente, aun no se rindió porque su fiel amigo seguía vivo, aun le oía gritar sofocado y pedir auxilio. Desistió de entrar por los imposibles barrotes y corrió por aquel túnel paralelo al de su compañero, con la esperanza de aparecer de nuevo en esa galería, como ya les había pasado antes. Buscó sin descanso el pasaje que le condujera a la altura de donde pudieran estar la presa y el cazador. Lo encontró ya casi llegaba pero su corazón se precipitaba en un triste vacío, el último grito desgarrado de Kochab le heló la sangre. Por fin llegó, y a través de la verja pudo verlos a los dos. Se quedó inmóvil, firme y helado como un clavo.
Primero, vio de nuevo a su compañero ahora muerto y sangrante, con el cuerpo mutilado y el cuello abierto para que la nueva criatura pudiera saciarse de su jugo. Después alzó la vista para cruzarse con la del que anteriormente hubo sido su amigo. De sus fauces inmundas chorreaba la sangre de su víctima. Y en sus ojos infernales ya ni siquiera pudo identificar al hombre que fue una vez. Sólo una perversa criatura exenta de piedad asomaba a través de aquellas infernales cuencas que también lagrimeaban una viscosa sustancia rojiza. Quiso huir de aquel horrible fin y echó a correr porque ya nada podía hacer por su querido compañero.
Aquella lóbrega visión se introdujo en lo más profundo de su mente. Arañando su propia alma, despertando sus temores más profundos, haciendo eco en miedos que ni siquiera él conocía. Un terror incontenible barrió de su conciencia la poca cordura que le quedaba. Y así es como huyó de aquel lugar, así desapareció de aquel maldito escenario para no volver a detenerse nunca más. Corrió y corrió durante tiempo indefinido no como humano sino como un animal, cual miserable rata asustada que acabó perdiéndose para siempre en las execrables entrañas del infierno.
Él, sólo él quedaba en aquellos túneles malditos. Y en su huida ya nada lo detenía porque se encontraba irremediablemente perdido. Por mucho tiempo sólo se oyó así mismo, sólo él y su voz solapada, retorcida en misteriosos clamores de lamento. Buscando sin descanso una salida o tal vez, uniéndose finalmente a los que allí moraban junto a aquella estirpe maldita que le invitaba a acompañarle en aquel macabro descanso eterno.








. . .















. EPÍLOGO .




- Esta metido ahí dentro y bien sujeto – dijo el hombre de la bata blanca mientras se encaminaban a la sala principal.
- ¿Cómo se encuentra? – le preguntó su camarada.
- Mal, muy mal. Es la segunda vez que intenta suicidarse. No podrán llevárselo de aquí.
- ¿Ha venido su familia?
- Sí. Están destrozados. A sido necesario administrarle a su madre bastantes calmantes. Por lo general, parece que tratan de ocultar lo ocurrido por las habladurías y demás.
- A tenido que ser horrible para ellos. Un chico aparentemente normal, que se marcha de excursión con sus amigos (aunque no a un sitio muy corriente) y después desaparecen durante dos días y a la mañana siguiente alguien lo encuentra sin conocimiento, tirado en el bosque, en los lindes de ese viejo cementerio. La alegría que sintió su familia al saber de él por fin, tuvo que transformarse repentinamente en tragedia al enterarse del resto.
- Es cierto, que lástima.
- Y... ¿sigue diciendo lo mismo?¿no ha confesado?
- En absoluto, creo que él mismo esta convencido de esa absurda historia de fantasmas.
- En estas circunstancias, ¿crees que es peligroso?
- Por lo que he visto de él durante estos días, salvo consigo mismo, no lo parece pero lo que ha hecho con sus compañeros me induce a pensar todo lo contrario. Sea como sea, no es conveniente fiarse.
- Cuesta creerse que él solo pudiera hacer todas esas barbaridades. Debió acabar con ellos por separado. ¡Qué cruel!
- Tal vez le ayudara el tercer muchacho.
- ¿No dijo que solo él logró salir de la catacumba?
- Sí, pero la policía parece que todavía no ha encontrado el cadáver de este último. Tal vez, ambos lo planearan y ese otro chico consiguió huir por otro lugar distinto al de nuestro paciente. Si es así, supongo que también aparecerá.
- Es escalofriante. A veces parece tan convincente en su versión de cómo ocurrió todo que me gustaría creerle. Pero no cabe duda de que es un pobre demente y por lo que veo, tendrá que llevar por mucho tiempo la camisa de fuerza y bien apretada. Es por su propia seguridad.
- Y habrá que vigilarlo bien de cerca.
Siguieron avanzando por unos cuantos pasillos hasta llegar a la sala donde les aguardaba un policía.
- Buenos días- le dijo el psiquiatra con amabilidad mientras estrechaba su mano-. ¿Hay noticias nuevas?
- Buenos días caballeros. Tenemos ya un informe completo aunque todavía no sabemos nada sobre el otro chico que estaba con ellos, ese tal Urko -, creería que no existe sino estuviera denunciada su desaparición. Dudo mucho que se encuentre allí. Nuestros hombres han investigado ese pútrido lugar de cabo a rabo, que por cierto es inmenso, y no lo han encontrado. Como tampoco ha aparecido- prosiguió con tono irónico-, esa magnífica y escalofriante puerta blindada que daba acceso a todo ese supuesto entramado de galerías inferiores.
- ¿Y los esqueletos deformes y las pinturas de criaturas infernales?
- Nada, allí no hay nada. Solo simples tumbas cristianas y algunos murales en los que aparecen pintados ángeles y demás, pero sin ningún ápice diabólico o macabro. Todo es mentira.
- Bueno, él dijo que todas esas cosas se encontraban a partir de ese portón que sus hombres no han encontrado.
- No lo han encontrado porque no existe- se indignó el policía-. Se lo aseguro, yo mismo estuve en ese agujero y no vi nada aunque lo cierto es que tampoco pienso volver. Pasé casi dos horas, y no estoy exagerando, descendiendo por el túnel; llegué a creer que aparecería en el otro lado del mundo. Esa gran distancia ha dificultado mucho las investigaciones. En total, han estado trabajando cuarenta hombres todos bien repartidos y creo que no se han separado mucho unos de otros ya que, por infantil que parezca les daba miedo el lugar. Sobretodo a la primera cuadrilla que entró, que por cierto, a cuatro de ellos se les detuvo el reloj y ahora han quedado inservibles.
- Él también mencionó algo sobre esto – comento el medico más joven.
- Sí, pero debe ser por algún tipo de magnetismo de una fábrica cercana o algo así. Es la única explicación que le encuentro. A no ser claro, que ustedes también crean en fantasmas- comenzó a reír de manera molesta.
- ¿Cómo estaban exactamente los cadáveres de los otros dos?
- Primero encontraos al joven llamado Kochab, fue espeluznante; lo había o habían porque tampoco creo que ese chico tan enclenque tenga la fuerza suficiente cómo para levantar a este chico aunque... bueno, el caso es que estaba clavado en una cruz de madera de la primera sala con la que uno se topa en cuanto termina el túnel, lo habían puesto allí estando ya muerto. Se encontraba sujeto por unos grilletes que curiosamente ya tenía la cruz. Los hombros y las muñecas se habían salido de su sitio al tener que soportar todo el peso de su cuerpo inerte. Él y todo su alrededor estaba cubierto de sangre. Hemos cogido muestras y no toda es suya, también hay restos del otro fallecido, de otro que creemos puede ser Urko y otros restos muy extraños que no hemos podido identificar, supongo que alguno de nuestros perros lo ha estropeado al tocarlo en algún descuido. Lo peor es su cuerpo, una vez crucificado le hicieron algo más, aunque... bueno- suspiró porque no sabía bien como explicarlo-, prefiero ahorrarme los detalles desagradables, digamos que su interior estaba vacío.
- ¿No tenía nada?
- Nada.
- ¿Pero como que nada?¿Y sus órganos?
- Nada. Ni el corazón ni las tripas, ni el estómago ni nada. Es horrible. Además hemos buscado sus restos por todas partes y no aparecen. No me gusta pensarlo pero, me temo que todo forma parte de algún tipo de rito en el que se comieron todo. No encuentro otra explicación.
- No tiene perdón.
- Nunca más saldrá de aquí y si lo hace será para ingresar directamente en la cárcel - sentenció el psiquiatra.
- Tal vez esto sea peor que la cárcel aunque su pobre mente no sea consciente de ello – interrumpió el otro medico-. En fin, ¿y el otro?¿Ese Próvido?
- Estaba más abajo, en medio de uno de los pasillos de la catacumba. Su interior estaba igual que el del primero, vacío. Le clavaron un cuchillo por la espalda...
- ¡Canallas!- interrumpió el psiquiatra.
- Más bien fue una especie de garfio enorme- prosiguió el policía-. Su carne estaba desgarrada por lo que, debieron colgarle a través de ese gancho en alguna parte elevada. Sin embargo, tampoco hemos encontrado el utensilio utilizado ni el lugar del que pendía aunque supongo que esto tampoco nos desvelaría mayores perspectivas. Aquí no logro entender porqué lo descolgaron, tal vez querían llevarlo hasta el otro y por algún motivo que desconozco lo dejaron tendido en el suelo.
- ¡Es horrible!
- Pero, ¿y de Manes?¿Ha encontrado algo?
- La verdad es que no, es decir, no había ningún resto de su sangre pero desde luego que sus huellas están por todas partes y en los propios fallecidos.
- Explíquenos más.
Antes de proseguir, el policía suspiró hondamente porque parecía que le costaba hablar con soltura de tan desagradable suceso.
- Poco más puedo explicar que no sepan ya – siguió diciendo por fin.
- Si quiere vallamos a verlo – dijo el psiquiatra -. Está unos pasillos más allá.
- De acuerdo, vallamos aunque sea un mal trago ver a ese sanguinario asesino.
El psiquiatra asintió porque para él tampoco era agradable, el otro se mantuvo al margen.
- He de decirles que... - continuaba contando el policía mientras se dirigían a la habitación – no sólo fue escalofriante ver lo que había hecho con ellos, no sólo me resultó turbador el hecho de que una persona fuera capaz de producir tanto dolor y de una manera tan retorcida y descabellada. He de confesar que lo que realmente me estremeció y que por desgracia me es imposible olvidar, pues bien grabado a quedado en mente...
- Pero díganos – se impacientaba el médico más joven.
- Sin duda alguna – respondió al fin mientras que en su cara se dibuja una mueca de desagrado y tristeza -, el rostro de ambos, con aquella misma expresión de terror, comprimido en espasmos de dolor. Con los ojos totalmente abiertos, inflamados de pavor. Perdidos en uno. Bizcos en otro. Con la boca abierta y arrugada, desgarrada en sus extremos de tanto gritar – cayó por unos instantes por que de verdad le dolía recordarlo-. Jamás he visto en toda mi vida tales expresiones de terror. Nunca, en todos mis años de trabajo me he encontrado con una barbaridad así. Es demencial. Pobres chicos, cuanto debieron sufrir, creo que no podemos ni imaginarlo.
Ambos doctores, ni siquiera le respondieron ni preguntaron más. Sabían ya demasiado y no querían indagar más en detalles tan desagradables y funestos. Continuaron unos metros más en silencio, uno recordando lo encontrado, los otros imaginando aun sin quererlo la desagradable descripción.
Por fin llegaron a la celda del demente y supuesto asesino. El policía golpeó la puerta con ira por que procesaba una gran repugnancia hacia aquel pobre diablo al que esperaba dar su merecido. La golpeó varias veces con contundencia y en sus ojos brillaba la rabia y el desprecio como si más bien quisiera aporrear al joven asesino.
- ¡Acércate! – le dijo en tono hostil.
Y el chico asustado pues ya el menor sonido le espantaba y la mínima voz cruel le estremecía, se acurrucó en una esquina, sentándose en el suelo como si no quisiera ser descubierto.
- ¿Vas a confesar por fin?- dijo el policía a través de la ventanilla con voz inquisidora y sin conmoverse lo más mínimo.
El joven era incapaz de contestar, aquella tosca voz le retumbaba en los oídos pero no era capaz de procesarla.
- hay que hablarle con cierta calma, sino no reacciona, el miedo lo anula completamente - Interrumpió el médico -. Manes – dijo con una forzada voz conciliadora - ven, acércate. Nos gustaría hablar contigo.
El pobre loco los miraba entonces con el rostro suplicante y crispado, pero no obstante, el miedo aun le impedía moverse.
- Ven amigo – le dijo ahora el joven doctor –, ven que solo es un momento, no temas – dijo casi con una sonrisa amistosa.
Se levantó tambaleándose y con dificultad, apoyando su espalda contra la pared porque era esta su único refugio. Y allí se quedó parado, como un pobre animal acorralado que sólo busca auxilio. Estaba muy delgado, mucho más que antes, casi en los huesos. Apenas comía y la angustia lo consumía. Sus ojos inquietos se hundían en las cuencas, las enormes ojeras sombreaban su rostro antes alegre, ahora triste y atormentado. El pelo revuelto y debilitado por los frecuentes tirones que el mismo se daba cuando el miedo por los fatales recuerdos lo engullía, le daba un tono aun más enloquecido. Sus pasos torpes e inseguros le hacían todavía más vulnerable. Toda su apariencia quedaba reducida a una caricatura famélica y decadente del joven que había sido, un alma en pena que sólo a veces era capaz de reencontrarse con la realidad de la celda en la que se hallaba detenido y de la camisa que le oprimía con fuerza el pecho, una dura realidad de la que no era participe; cosas más importantes le inquietaban, pues su mente ya no se preocupaba por el estado de su huésped sino que tan solo se dedicaba a repetir una y otra vez aquellos recuerdos que bien debieran ser prohibidos.
- Ven – prosiguió el joven medico -, no te aremos ningún daño. Confía en mi.
- ¡Este asesino sólo entiende los golpes! – dijo el policía irritado al otro médico.
- Vamos – continuaba el otro -, sólo queremos hablar. Vamos a ayudarte.
Por fin, Manes se aproximó hasta la puerta de su prisión acolchada y sin fiarse aun demasiado, los miró de soslayo porque desconocía las intenciones de aquellos hombres a pesar de conocerlos.
- Cuéntanos lo que paso – le pregunto el doctor en tono casi comprensivo -, haz un esfuerzo y di la verdad.
- Si tu nos ayudas, nosotros te ayudaremos – le dijo el otro médico -. Pero tienes que decirnos la verdad.
- Confiesa – dijo el policía -. Tu los mataste. ¡Confiésalo!
Manes temblaba y miraba al suelo porque no se atrevía a cruzar la mirada con aquel policía agresivo. Sólo negaba aquella acusación con la cabeza y balbuceaba entre sollozos que él no había sido.
- ¡Deja de mentir! – siguió el policía que cada vez se enfurecía más -. ¡No puedes engañarnos!¡Confiesa!
- Tranquilícese porque así nunca hablará – le dijo el joven médico.
- ¿Y cómo voy a tranquilizarme si no nos dice la verdad? – contestó frustrado -. ¡¿Crees que esto es un juego maldito lunático?! – volvió a dirigirse a Manes a la vez que golpeaba la puerta con fuerza.
El preso entretanto, incomprendido e impotente comenzaba a ponerse muy nervioso y a llorar mientras se movía de un lado para otro sin parar.
- Digo la verdad, digo la verdad, digo la verdad – decía sin parar aun sabiendo que no le creerían porque ni el mismo podía creerlo.
- Si no colaboras – le dijo el médico mayor -, no podremos ayudarte.
- Yo no fui, yo no fui – seguía de un lado para otro sin saber que hacer para que le creyeran, moviendo los brazos con violencia par intentar zafarse de la camisa que le oprimía -. Yo no lo hice. No, no, yo no. Eran mis amigos. Yo les quería – decía mientras lloraba .
- ¡Entonces fue si o no Urko! – seguía el policía.
- ¡No! ¡no! – gritaba en medio de su histeria y de su incomprensión-. El era mi amigo, no fuimos ninguno de nosotros. ¡Nosotros no fuimos! ¡Fueron aquellas cosas horribles!. ¡Créanme por favor! – gritó y suplicó entre sollozos al ponerse de rodillas en la puerta rogando comprensión -. ¡Ayúdenme, yo no fui, créanme!
El policía terminó por desesperarse, no podía soportar a aquel muchacho psicópata según él. El médico mayor permanecía impasible, buscando una explicación a aquel comportamiento. Sin embargo, el médico más joven se apiadaba y sentía una enorme compasión por su paciente. Cada frase y cada echo narrado por Manes lo estudiaba y analizaba profundamente para después hacer sus propias cábalas.
- De acuerdo – sentenció el policía -. Abran la habitación - dijo a los médicos -, de una manera u otra acabará ablando, aunque sea a golpes.
Al joven médico aquélla idea no le gustó nada pero aun así tubo que aceptarla porque su mentor así se lo pidió diciéndole que no se preocupara.
Cuando Manes oyó girar la cerradura un escalofrío recorrió su nuca. Rápidamente se acurrucó en el rincón opuesto a la entrada, rogando que aquel momento pasara lo más rápido posible porque la furiosa e inquisidora mirada de aquel policía le asustaba demasiado.
- ¡Habla maldito embustero!- dijo el policía mientras se le aproximaba.
Manes, tembloroso; apenas podía articular palabra porque sabia que entonces aquel corpulento hombre se enfadaría cada vez más.
- ¡Contesta! – golpeó con el puño contra la pared, al lado del rostro de Manes para intimidarlo. ¡Confiesa de una vez! – le grito al agacharse casi asta su altura.
Ambos médicos se mantenían al margen.
- ¡No fui, de verdad! – decía Manes indefenso y asustado -. No puedo decir otra cosa. ¡No fui!
- ¡Me dirás la verdad cueste lo que cueste! - Le gritó el policía pegándose a su cara -. ¡Ponte de pie! – y entonces le agarró del cuello de la camisa oprimiéndole el gaznate y con gran fuerza lo levanto del suelo y lo empujó contra la pared contra la que lo mantuvo aprisionado y ahogado hasta que confesara.
- ¡Habla maldito! ¡cuéntalo todo! – no paraba de preguntar y cada vez lo oprimía más y más.
- ¡Se lo he dicho! – gritaba como Podía Manes -. Yo no fui – y el miedo lo hacía cada vez más torpe en sus repuestas
- ¡ Y Urko! – seguía el interrogatorio si que lo soltara –, ¿erais compinches verdad?
- ¡No, no! ¡lo juro! – decía a duras penas por que aquellas manazas comenzaban a oprimirle demasiado.
- ¡Entonces también lo mataste asesino! – seguía oprimiéndole y obligándole a contestar mientras Manes se ponía cada vez más rojo, presa del miedo y la asfixia.
- ¡Nooo! – dijo en un grito ahogado.
- ¡Mentiroso! – el policía no mostraba compasión y cada vez se ponía más nervioso. Una enorme vena de su cuello se hinchaba por la furia que lo dominaba.
- ¡Ya vasta! – le grito el joven médico que indignado no podía soportar más aquella situación -. ¡Suéltelo inmediatamente! – casi le ordenó mientras lo agarraba por la espalda y le obligaba a soltar al pobre Manes que cayó al suelo mareado en cuanto fue liberado.
- ¡¿Qué hace estúpido?! – se enfadó el policía -, ¡no se meta!.
- ¡Claro que me meto! – replicó el médico que no estaba dispuesto a callarse -. ¡Esto es una clínica no una cárcel!
- ¿Vas a decirme como tengo que hacer mi trabajo? – seguía el policía muy alterado.
- Si quieres que hable nunca lo conseguirás asustándole – seguía diciendo el joven médico.
- Es cierto - intervino por fin el otro médico -, no se acalore – le dijo al policía poniéndole una mano sobre el hombro -. Así no conseguiremos nada, está muy asustado – concluyó mirando a Manes que permanecía en el suelo, encogido y con la cabeza gacha sin levantarla porque temía mirar a otra parte que no fuera el suelo.
- Esta bien, esta bien – contestó al fin el policía -, lo dejaré en paz, de acuerdo – miro al joven médico con cierto resquemor-. De todas formas no necesito que confiese, hay demasiadas pruebas. Nada de lo que diga puede cambiar los hechos.
- Pues ya está, no hay que ponerse nerviosos – siguió diciendo el médico más mayor -. Nada sacamos con esto.
- Larguémonos de aquí – dijo el policía -. Qué curioso que a mi si me tengas miedo y no lo tuvieras cuando le hiciste todo aquello a tus amigos – le dijo por último a Manes antes de marcharse. No obtuvo ninguna respuesta.
- Salgamos -le dijeron los otros dos.
- Bien – le dijo el mayor de los dos médicos al otro ya en el umbral de la habitación -, encárgate tu del paciente y cierra la puerta. Yo voy con el caballero a terminar unos informes.
El joven asintió y los tres se despidieron. De nuevo, entró en aquella acolchada celda y ayudó a Manes a levantarse y a sentarse en la cama. Su paciente favorito, estaba sumido de nuevo en sus propios pensamientos y ensoñaciones y ahora a pesar que a menudo solía hablar con su médico no articulaba palabra, seguramente porque el miedo aun podía respirarlo. Aquel día nada podría hacer por él, así que salió y echó de nuevo el cerrojo.
Y allí permanecía el pobre desdichado, dado por loco y sepultado en vida. Loco por todo lo que había vivido. Atemorizado por el recuerdo. Asustado y tembloroso cuando una voz con conciencia se dirigía a él, cuando sentía que alguien le inquiría o reclamaba respuestas, entonces se sentía inferior y acorralado y una sensación similar a la de cuando estaba e aquellos túneles malditos, le recorría, sintiéndose casi a morir, vulnerable y pequeño porque le recordaba a aquellas voces, a aquellas malditas plegarias susurradas desde el interior de las tumbas, a aquellos insultos y advertencias que tarde pudo entender. Los lamentos de los otros locos no le importaban, sus llantos no le conmovían y ni siquiera sus demencias le estremecían. Porque él verdaderamente había experimentado el horror y había sufrido mucho más de lo que aquellos hombres podrían imaginar, más que todos los pacientes y mucho más que todos los cuerdos que por allí rondaban, en el vano esfuerzo de atenderles.

Mientras que sus dos acompañantes ya se alejaban, el joven médico permaneció inmóvil durante largos minutos, observando al paciente a través de la ventanilla de su celda, meditaba muchas cosas a la vez que examinaba con detenimiento y compasión el crispado rostro del joven demente que se entretenía en cazar con la boca una pequeña mosca que revoloteaba a su alrededor.

- Te inspira lástima, ¿verdad? – una enfermera se acercó a él, interrumpiendo sus pensamientos.
El medico asintió sin dejar de observar a su paciente.
- Pero es un asesino – continuó la enfermera.
- Lo sé. Aunque a veces... – se rió levemente.
- ¿Qué? – le increpó la enfermera.
- A veces siento que su historia es verdad. Todo lo explica de manera tan real que...
- Tonterías – la enfermera le interrumpió asombrada -. ¿No creerá en los fantasmas?
- No, pero en ocasiones a él si quiero creerlo.
- Pues no debería, o le meterá en la cabeza falsas ideas – concluyó su compañera antes de marcharse porque alguien la reclamaba.
- Se que algo hay de cierto en lo que cuentas – le dijo en voz baja a su paciente sin que este se percatase.
Acerco la cara todavía más a la ventana de la habitación y en un tono aun más bajo le dijo:
- Yo te creo y algún día yo mismo iré a ese lugar para demostrarlo – sentenció antes de marcharse.

De nuevo, la celda se quedó sola con su preso dentro, con los ojos embriagados y ausentes de todo. Oyó unos pasos que se alejaban pero esto ni siquiera le inquietaba. Ahora se concentraba en hacerse una especie de bola para protegerse aunque aquella camisa hacía mucho más complicada su tarea. Ahora comenzaba a estremecerse y a gritar porque la noche se cernía, su habitación se oscurecía paulatinamente y en la pequeña ventana del techo podía apreciar las rutilantes estrellas que iban apareciendo para observarle y hostigarle como diablos. Entonces, sus fantasmas volvían como cada noche y la historia que nadie creía se repetía una y otra vez en su mente.









Quien sabe si algún día volvería a ser libre, si tal vez pasado el tiempo consiguiera olvidar todo lo ocurrido. Tal vez alguien incluso demostraría que todo lo que contó era cierto. Quien podría aventurar que algún día volvería a ser Manes, simplemente Manes. Solo el tiempo podría contestarle.
Morenilla21 de octubre de 2008

2 Comentarios

  • Morenilla

    pues aqui ya concluye la historia.
    Al final era muy larga, pero bueno, espero que tengais paciencia para leerla. y ojal? q os guste.
    personalmente mi parte preferida es el ep?logo.
    saludos!!

    21/10/08 09:10

  • Abyssos

    Por fin logre leermelo todo... el final deja mucho que pensar, todo lo vivido por parte de aquellos curiosos que se adentraron al mismo infierno... el cual era peor que el que todos describen.

    Una historia fascinante, llena de lugubres detalles que angustian hasta imaginar que es uno el que recorre aquellas camaras y pasillos que no llevan a ninguna parte mas que a la muerte segura, ya nada es igual cuando ves al Diablo a los ojos, las sombras te persiguen hasta que de la misma locura sacas fuerzas para darle un final a tu historia.

    Me gusto mucho, me gusto la fomr a en la que lo narraste... que decir de tu imaginacion, creatividad... etc. Todo esta perfecto, comentabas que quiza el lecor se pierde entre tanto detalle, bueno, quiza, pero yo agradezco que los hayas puesto, porque todo eso le da realismo al relato, le da una consistencia unica.

    Que decirte, felicidades... escribes realmente bien, este relato es extenso pero creeme que vale la pena.

    Un enorme saludo y de nuevo una felicitacion por este talento que posees.

    15/11/08 11:11

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