Llovizna suavemente y se mojan los
cristales. Nadie se inmuta. Todos se mueven apurados. Cada uno, en sus
asuntos, ha dejado de notar el agua que cae a todos por igual. El agua,
por su parte, salpica sobre ellos sin tocarlos. Golpea el cristal, en un
gesto inequívoco de reproche, y, al no traspasarlo, se contenta con el
deslizamiento sosegado. Chorros que forman hilos transparentes ante las
caras impasibles de las personas que siguen su camino.
Lo que más me entristece es que no se dan cuenta de las cajas que
han creado y decorado. Cajas de cristal que los rodean y encierran
consigo mismos. Los aíslan de todo aquello que sucede afuera. De los
sentimientos y pensamientos ajenos. Los protegen del dolor y esfuerzo
mental que requiere ver la imagen completa, que se desarrolla más allá
de ellos. Lástima.
Ahora uno ha volteado y me ha
mirado a la cara. Sucedió en un segundo, y un escalofrío recorrió mi
cuerpo. Estaba yo al otro lado de la pista, y ese hombre de dentro de la
caja me ha mirado a mí. Mis ojos se posaron en sus ojos y ellos
sostuvieron mi mirada. A través de las gotas que se deslizaban frente a
él, sus ojos inquisidores me observaban como escrutándome.
Era como si de repente su caja pudiera estallar en mil pedazos,
como si él ya hubiese salido y estuviera a mi costado y yo le contara
mis cosas. Le suplicaba con los ojos que se dé cuenta de la llovizna, y
de la caja, y que me vea como ejemplo de alguien libre. Quería que él se
libre y me felicite. Yo le enseñaría a ver. Mis ojos se empañaron, pero
él giró la cabeza y siguió su camino. Nunca antes había visto una caja
tan gruesa y engañosa. Jamás había notado tanta fragilidad, por una
mirada, ¡una simple mirada!
Las miradas normalmente
son algo efímero. Las personas mirándose de caja a caja, lejanas y
desinteresadas. Las conversaciones también se hacen de caja a caja. Caja
frente a caja y cada caja canta lo suyo. Son muy pocas las veces en que
la persona de dentro de la caja se interesa. Es un interés volátil y
también efímero, pero lo es. En esos momentos pareciera que la caja se
fuese a romper. Enflaquece, se agrieta; pero pronto crece en volumen
para meter dentro a la otra persona. Una caja de dos, alguna vez es de
tres, pero cada vez menos.
Personas extraordinarias,
casi nadie, tuvieron algo en su vida que hizo ensanchar esas cajas de
manera asombrosa. Loable labor, la de mantener dentro a cientos, miles
de personas. Naciones, comunidades, familias enteras dentro de las cajas
de estos grandes hombres. Sin embargo, estos filántropos no son
libres. Tienen cajas, y dentro hay más cajas. Ya que también están
encerrados (en cajas grandes de diáfano cristal), no son capaces de
abrir las cajas de sus próximos. Es una libertad, aparente; no como la
mía que es verdadera.
No les contaré lo que me
sucedió es algo personal, pero hizo que mi caja se desvanezca. En
algún momento de mi juventud, a diferencia de los demás desdichados, fui
capaz de observar mi caja. Es algo increíble, no recuerdo cómo: la noté
y llegué a despreciar cada centímetro de esa cápsula. Esa cápsula me
hacía tan despreciable como las demás personas encerradas. Ellas no
saben verlas. Yo lo supe y la hice desaparecer.
Ahora, cada noche, me siento afortunada de ser superior a esas
almas encerradas en cajas, engañándose a sí mismos, incapaces de hacer
como yo. Incapaces de lo que yo. Aunque me entristece que no sepan
reconocer lo que yo hice. ¡Ingenuos!, creen que soy como ellos. Pero soy
diferente. Soy distinta. Yo me libré, no como ellos.
[Os dejo este último texto antes de
irme, espero que os guste.
Chao0o0]
Myta bueno, profundo, fr?o y distante.
Me ha gustado, una pena que te vayas.