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La Cabaña Del Bosque

Marc Devlin estaba sentado en el sillón con el nieto de su difunto hermano. habían pasado la tarde juntos y ahora tocaba noche de historias, la de aquel día prometía ser muy especial.

- ¿De qué va a tratar hoy, abuelo? -Para el pequeño ya era costumbre llamarlo así.

- Hoy terminaré de contarte la historia de mis días felices, en los que vivía en un cuento de hadas. La historia de Ariadna.

Al captar su atención comenzó a relatar el pasado, acordándose como si aún estuviera allí...

>> Era una soleada mañana de marzo, yo estaba sentado en el porche de nuestra cabaña. La esperaba mirando los árboles, la brisa los mecía y el polen llenaba el aire de un color amarillento que contrastaba con el verde de las copas de las encinas, los alcornoques y las hayas.

De repente la vi. Estaba radiante como cada día. Apareció sonriente entre los árboles, acariciando la rugosa corteza de aquellos centenarios seres. Era ella... Ariadna, mi esposa. Había traído algunas frambuesas y otras bayas, yo apenas me fijaba, solo podía estar pendiente de su sonrisa y el alegre vuelo de su vestido.

Se acercó lentamente, disfrutando del roce de la hierba en sus tobillos. Aquel día no teníamos prisa. Al llegar me dio un dulce beso de buenos días en los labios. Nos dispusimos a entrar en casa y le preparé un desayuno a base de leche y tostadas.

Cuando hubimos dado buena cuenta de aquella comida, nos pusimos a hablar sobre lo que ella había visto en el bosque: los nuevos brotes primaverales, los animales saliendo de sus madrigueras para estrenar un nuevo día, y un sinfín de cosas tan hermosas que solo un alma pura podría apreciarlas en su plenitud.

Aquel día empezó a toser sangre, sin yo saberlo el fin se acercaba rápida e inexorablemente. Desde aquel momento fue empeorando, descubrimos que tenía tuberculosis. Yo me quedaba cada día con ella, la cuidaba y sentía que el tiempo se nos escapaba de las manos. Pasado un mes exhaló su último aliento en otra mañana de primavera. Me llamó y dijo: "Marc, te amo y te amaré siempre. Nunca lo olvides." Sonrió y cerró los ojos, preparada para el sueño eterno.

Lloré como jamás lo había hecho, pero pasado el tiempo comprendí que si ella fue capaz de sonreír yo también podría hacerlo. La sigo amando, pero ahora tendré que esperar para volver con ella.

- Abuelo... ¿estás bien?

- Sí pequeño, tranquilo. Te he contado esto porque quiero que veas que siempre tenemos que ser capaces de sonreír.

Con esta historia se acabó la noche de cuentos. Marc se quedó pensando en la vida con su amada, y su nieto pensó que algún día amaría a alguien como lo hizo su abuelo. Los dos se fueron a dormir pensando en Ariadna y su historia.
Nanita02 de enero de 2011

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