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El Principio Del Fin I

“Y una vez susurrado un tímido “te quiero” los labios se unieron por ultima vez, dando paso a las tantas emociones acalladas con suspiros efímeros. Sabían que jamás se volverían a ver, pero fingían aquel teatrillo de no saberlo, para hacer menos complicada tan complicada despedida.
Damián abordo el tren, mientras Helli permanecía de pie en el andén, mirando sin mirar el reflejo del sol en el cristal de la ventana que ocultaba sus hermosas facciones. Allí permaneció de pie con la vista fija en un punto mas allá de este plano tangible mientras el tren se alejaba con su único amor adentro”

Tres meses antes…

El corazón en la boca, el sudor frio y pegajoso empapando su rostro y el delirio de persecución que le hacía creer que su pesadilla se había transportado al mundo real. Habían transcurrido dos semanas desde aquel asalto al restaurante donde trabajaba.

Helli Virtanen aun no conseguía liberarse de la tensión y de las pesadillas.

No podía olvidarse del arma que en todo momento apuntaba a su sien, y el tipo brusco que gritaba en su oído, temblando como hoja al viento e instándola a ser más rápida para embutir el dinero de las cajas dentro de una bolsa de basura.

-Por favor, no me dispares-suplicaba ella con voz quebrada y el autocontrol en alguna parte del fondo de su cerebro, oculto como un cobarde-Lo hago, lo estoy haciendo…

Todo fue en perspectiva de 360º, como si en ese momento su alma hubiera dado un paso atrás y dos a la izquierda para ver el momento en que el ladrón, con botín en mano le disparaba, presa del nerviosismo y el afán por huir sin ser atrapado. No era como una versión en cámara lenta del asunto, mientras tenias tiempo de recordar las cosas buenas y las no tanto de tu vida, preparándote sicológicamente para morir en paz. No, todo fue demasiado rápido: La detonación del proyectil, el grito de la audiencia impotente y la caída pesada del cuerpo de Helli, con un orificio del tamaño de una moneda en su hombro derecho. El dolor agudo irradiaba todo su tórax, y sentía la calidez de su propia sangre manchar su pulcro uniforme blanco. Sin apartar la vista del cielo raso, no se molesto en enfocar el rostro de aquellos que obstaculizaban su campo de visión. Hombres y mujeres en estado de shock, gritando por ambulancias y usando sus móviles para convocar a las mismas… Todo al mismo tiempo.

Volvió en si, sacudiendo la cabeza. Sus cabellos dorados y algo disparejos abofetearon sus mejillas y ello le concedió la tranquilidad para recorrer con la mirada su `pequeño apartamento. No había rastro del restaurante francés. Solo paredes blancas, agrietadas e invadidas por la humedad. Su viejo televisor, la nevera junto al fregadero, y este junto a la estufa. Nadie mas salvo ella y su hermosa gata negra, Atenea, quien al percibirla en sus cinco sentidos en un sentido parcial, se apresuró a subir a su cama y a frotarse contra su brazo, maullando suavemente como demanda de comida. El reloj sobre la mesita de noche indicaba que eran las 3 pm y que hace dos horas debió de haber llegado a su trabajo… Si solo lo hubiera conservado.
Sin embargo cuando estuvo fuera del hospital se encontró con un enorme ramo de petunias y una carta formal de despedida con mucha pleitesía. ¿Por qué? ¿Por haber recibido un disparo o por haber vaciado las cajas registradoras? Apostaba su cabellera a que era por lo segundo, dada la ferviente avaricia del dueño del restaurante el Sr Françoise Legrand. Como fuese, ya su liquidación no le alcanzaría para vivir tan holgado, dentro de una semana mas tendría que pagar alquiler, facturas, comida… Se había estado escondiendo, pero ya era obvio que tenía que salir de donde estaba.

Así que se estiro, tratando de no mover el hombro para no reanimar el dolor, y salto de la cama tratando de sonreír con amplitud y repetir hasta el cansancio el mantra “Hoy va a ser un genial día”. Con un pesado suspiro se enfrento al agua fría de su ducha inservible, después el champú de cereza y de nuevo el agua fría para el enjuague. Desde la sala/habitación/cocina un diminuto reproductor de música la hacía sacudirse levemente al compas de “Run the world”.
Beyonce la hacía sentirse una amazona de cabellos rubios y piel blanca.

Era finlandesa al 100%, aunque su padre fuera un insípido británico y su madre una latina "Caliente" como se definía así misma. Uno de esos peligros remixes que a veces podían ser tan atractivos como Angelina Jolie o un autentico desastre como ella. Su cabello rubio apenas llegaba a sus hombros, trazando suaves e irregulares ondas de oro puro, en contraste sus ojos eran casi negros como el azabache y su estatura era un poco más baja que la de una mujer promedio. Sin embargo era de contextura gruesa y consistente, y con una prominente delantera que con frecuencia le acarreaba demasiados problemas como para sentirse orgullosa por ella. Ahora tenía 25, pero cuando había cumplido 17 su cuerpo había dejado de crecer en altura, para hacerlo en volumen en determinadas áreas y por ello, sumado al heredado cabello de su padre, era familiarizada con esas modelos huecas y tetonas de la televisión con el IQ de una roca y la gracia de un mono para bailar Ballet.

Y no es que Helli poseyera gracia alguna, además de la de tener la boca tan sucia como la de un albañil y el carácter de una adolescente en muchos sentidos. Era ingenua, disparatada, enamoradiza y melosa… A veces infantil, con poco sentido común y en otras ocasiones caprichosa y algo estúpida. Casi haciendo honor a caer en el patrón establecido por el cabello rubio y los grandes pechos. Pero, otras veces era todo lo contrario: Calculadora, distante, apreciativa. Muy observadora y si así se presentaba la ocasión era comprensible e incondicional, y una buena consejera. De esas del tipo que da tan buenos consejos, que es incapaz de aplicarlos así mismo. Había conseguido buenos amigos gracias a eso, y curiosamente con la misma facilidad les había perdido.

-Ya voy, Gatita… Más paciencia, por favor.

La felina, pacientemente agazapada en la entrada del baño había recurrido a los escandalosos maullidos para sacarla de sus cavilaciones. No estaba bajo la comodidad de ensueño del agua tibia, pero sus propios pensamientos la habían absorbido lo suficiente como para ignorar el entumecimiento de sus músculos gracias al azote del agua fría. Una ultima salpicada, a la altura del hombro y cerro la llave envolviéndose en la toalla negra mientras su cabello goteaba chorros helados a sus pantorrillas.

Tratando de no caer por las zancadillas de su gata, camino con rapidez a la cocina, para sacar del refrigerador un envase de yogur de frutas y una lata de esa comida asquerosa que adoraba la minina. Con cuidado la abrió en un tazón de cereales y desayuno con ella y en silencio, preguntándose en que momento la había cagado de modo tan monumental que había terminado en compañía de un animal para animar sus deprimentes desayunos.

"Tal vez cuando abandono la universidad y su carrera como periodista…" Contesto una vocecita dentro de ella a la que llamaban conciencia.

De forma repentina e imprevisible su teléfono móvil vibro escandalosamente contra la madera de la mesa de noche. Le falto poco para gritar histéricamente y ocultarse bajo el fregadero, sin embargo camino hacía la cama y se lanzo con gracia sobre este, con el fin de crear un atajo y tomar el teléfono antes de que se perdiera la llamada.

-¿Si?

Dio media vuelta sobre el colchón, el cielo raso tenia salpicados de pintura negra. Suspiro profundo y cerro los ojos.

-¿Helli?-Reconocía esa voz, era una de sus compañeras del restaurante, Henna.- ¿Cómo estas?

Le extrañaba la llamada, dado que ambas jamás habían sido muy amigas, ni siquiera cercanas. De hecho nadie se había acercado al hospital mientras estaba internada.

-Bien, considerando el desenlace de mi trágica historia-¿Había usado el sarcasmo involuntariamente? Se rio con suavidad cubriendo el altavoz-¿Cómo van las cosas en el restaurante?

-Bien, supongo. Tu remplazo no es ni la mitad de lo que eras…-Por un momento la esperanza se acuartelo en su pecho ¿y si reconsideraban contratarla?- Pero Françoise insiste en conservarla… Comienzo a detestarla.

También otra risa incomoda del otro lado de la línea. No había opción de trabajo. ¿Entonces porque se molestaba en llamarla? No quería ser descortés pero no le encontraba sentido a charlar con alguien a quien apenas conocía.

-No me sorprende…

Una pausa, no se escucho nada excepto el sonido de la gatita al lamer el tazón hasta hacerlo caer de la encimera.

-Escucha, tengo una petición que hacerte.

-Dinero no tengo, Henna… Y creo que nada que pueda servirte.
Otro silencio incomodo, Helli estaba siendo innecesariamente grosera. Pero no le gustaba jugar a aquello especialmente cuando le urgía levantar su traserito blanco de aquella cama para conseguir un trabajo.

-No era eso… Pero, te gustara lo se.-Hizo otra pausa, parecía revolver algo en el fondo- Damián Johnson, un viejo amigo esta la ciudad.

Necesita un buen guía turístico, así como un intérprete. Tiene serios problemas con el lenguaje y le sugerí tu ayuda. ¿Crees que podrías?
Henna al parecer no olvidaba, que una vez Helli había pertenecido al imperio hotelero y turístico de Helsinki.

-Mira… No creo que yo sea…

-Paga bien-insistió Henna- 120 dólares por día, en efectivo.

Cha-Chin! La economía de Helli parecía tener un chance, al menos mientras encontraba algo que hacer.

-¿Cuándo llega?-Una sutil forma de decir “Por dinero baila el perro”-¿Y cuanto se quedara?

-De echo esta aquí a mi lado. Quiere saber si tienes tiempo ahora, para conversar la agenda y los horarios. Y en cuanto a la estadía puede ser un poco larga, hablamos de meses. ¿Eso es un si?

Suspiro pesado, mordiendo su dedo índice y levantando la vista para ver a la gatita arrastrar a lametazos el tazón aun por el suelo.

-Si, es un si. Dile que estaré como mucho en media hora.

Sin más que decir, aparte de la despedida, la llamada se corto con una sonrisa tan amplia en el rostro de Helli, que hacía que sus mejillas dolieran. Se quedo tendida en la cama por unos minutos sin ganas de levantarse, hasta que Atenea volvió al ataque, restregándose contra su pierna, como si de un modo u otro fuera consiente de que su buena dieta dependía de la economía de su ama, y que si ella se resignaba a aplastar su trasero contra el colchón tooodo el día, se vería forzada a cazar ratas y cucarachas, abundantes por demás en este edificio. La acaricio sonriendo ante su sutil ronroneo y se puso en marcha, ahorrándose el ritual del maquillaje y el peinado, para enfundarse unos pantalones de jean negros y cubrir su torso con una blusa de tirantes, más similar a un corsé, de un intenso rojo carmesí. Un atuendo por demás escandaloso, pero propicio para andar por la calurosa ciudad, dada la estación del año.

Se despidió de su gata con un beso en el cráneo y salió de su departamento rumbo al restaurante, ignorando por descontado las miradas lascivas que ella misma provocaba con su atuendo, y respondiendo con innombrables insultos a quien se atrevía a ir más allá de una mirada. 15 minutos después de la media hora que había sugerido, entro en el restaurante. Atrayendo miradas sorprendidas y desaprobadoras, de parte de quienes solían ser sus compañeros de trabajo y también de algunos comensales. Al fondo, en las mesas ubicadas cerca a la mini fuente de Trevi, Henna conversaba con alguien de espaldas a Helli. En cuanto la vio, levanto la mano agitándola al aire y golpeando a su acompañante con fingida suavidad para que tuviera la cortesía de volverse y recibir a su intérprete. Con suma lentitud se puso de pie y se dio la vuelta, con evidente expresión de fastidio en el rostro. No hizo ademan de sonreír por cortesía y tampoco la de reparar en su interprete, por descontado le dio una ojeada y se volvió a sentar esperando a que ella tomara su lugar en la mesa.

-Bienvenida, Helli-Henna llevaba su uniforme de Chef, ósea que estaba en una pausa-él, este idiota es Damián, Damián ella es Helli. Tu intérprete.

Extendió su mano izquierda dada la incapacidad de la derecha y sonrió susurrando el habitual “mucho gusto”. Damián hizo lo mismo, con una reacción completamente opuesta a la que mostro poco menos de un segundo antes. Esbozo una sonrisa amplia y consecuentemente hermosa, de ese tipo de sonrisas Colgate que ves en las vayas publicitarias. Tenía el atuendo de un empresario serio, con su traje de corte diplomática y su portafolio negro. Sin embargo estaba imagen se veía levemente distorsionada por el largo cabello liso que caía por su espalda, apenas atado a la altura de la nuca con una tira de cuero, y el piercing que adornaba su ceja derecha. No detallo mucho su altura, pero sin duda sería mucho más alto que ella. Y no es que se estuviera fijando mucho en su contextura, pero había notado que no era un portento musculoso en exceso, ni un chico con gorditos ocultos. Era como el… equilibrio perfecto.

-¿Helli, esta de acuerdo?

Sacudía la cabeza, avergonzada por haber sido sorprendida observando con demasiado interés a Damián. Y asintió, aunque no hubiera escuchado absolutamente nada de lo que le habían dicho.

-Firme entonces aquí, por favor.

El sujeto le extendió un papel, con mucho texto por delante. Pero firmo sin siquiera leer que su nombre y apellido estuviesen bien escritos. Se sorprendió por la suavidad de su voz, que en realidad parecía impropia dado su aspecto. Era como una barra de testosterona envuelta en un delicado traje ejecutivo. Presto atención, Henna y él conversaban de algo antes de marcharse. De pronto se sintió como la protagonista de alguna novela romanticona de drama, donde en el primer encuentro con el protagonista (Que casi siempre se mostraba frio y cruel) se enamoraba perdidamente y entonces ambos caían en una espiral de pasión incontenible… Bla, bla, bla. Salvo que esto no era una historia, y ella no era protagonista ni de su propia vida. Era demasiado escéptica y racionalista como para creer en cosas de ese tipo. Especialmente después de que habían arrancado el corazón de su pecho, aunque por supuesto solo fuera una cruel metáfora.

-¿Nos vamos?

Los tres se levantaron, Henna se despidió de Damián con un beso en la mejilla y estrecho la mano de Helli. Luego se perdió tras la puerta de la cocina mientras él señalaba la salida. De nuevo volvían las miradas de comensales y trabajadores y le hacía preguntarse si acaso él le estaba mirando el trasero. Estuvo tentada a mirar por encima del hombro, pero no lo hizo hasta estar afuera, en el abrazador sol de la tarde.

-Me parece que su atuendo, Señorita Virtanen, causo revuelo allí dentro.

Burla y jocosidad. Dos cosas mezcladas en una sola frase mientras esperaban afuera por un auto previamente alquilado y con chofer incluido. Mantenía una media sonrisa en el rostro y aquello lo hacía ver mucho más atractivo. Y algo egocéntrico y petulante. Helli se encogió de hombros y reacomodo la venda, que inmovilizaba su brazo izquierdo.

-O tal vez se trata por lo del asunto de la bala.

Señalo su hombro, y espero que no lo supiera. Esperaba las preguntas habituales, que no denotaran tanto interés. Sin embargo, el tipo de actitud arrogante miro por encima de su cabeza rubia.

-Discrepo-Dijo en voz baja, casi con tono profesional. Tendría que saberlo, tal vez Henna se lo hubiera dicho-nadie entra a un restaurante como ese, vistiendo un corsé y… un jean tan ceñido.

El ceño fruncido en la frente de Helli apareció, y se hizo mas pronunciado mientras él continuaba con su discurso. Le pareció captar cierto aire de desaprobación en su voz, y por unos instantes se cuestiono acerca de la sexualidad de Damián.

-Es solo ropa.-puntualizo Helli, analizando su postura por primera vez sin abstraerse porque en efecto era muy atractivo-Si les molesta es muy su problema.

-Discrepo de nuevo-Dijo él, para entonces el auto negro se había detenido frente al restaurante-Pediré que para nuestros próximos encuentros vistas algo menos… llamativo.

Abrió la puerta para dejar entrar a Helli y aquella última palabra la dijo al tiempo que recorría su pequeño cuerpo de arriba hacía abajo un par de veces. Confundida, tal vez un poco molesta por el tono usado, Helli permitió que su cuerpo se perdiera dentro del Mercedes negro, con asientos de cuero negro y vidrios tintados… de un color similar al negro. Tenía apariencia de un coche fúnebre y sintió que un escalofrió le recorría la espina dorsal.

En lo que permanecieron dentro del coche fúnebre, adaptado como transporte, ambos permanecieron en silencio, dándose miradas furtivas que denotaban simple curiosidad por el otro.

-Que esto acabe pronto.

Susurro Helli, incomoda por demás, ante el constante escrutinio de su nuevo jefe.
Nattyka10 de agosto de 2012

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