Las palabras nacieron de la boca de los dioses,
o fueron puestas sobre los labios de soñadores de vidas.
¡No lo sé! Discurro, entre verso y verso,
si alcance una sola palabra para expresarlo todo.
¡Lo ignoro! Pero mantengo mi silencio frente al ritmo abierto,
la prosa comprimida, o la exposición que se desdice.
Escribir fue...hoy, sigue siendo, un encuentro con la palabra.
Del modo en que seamos capaces, seamos, digamos o escribamos,
es tan grato al corazón que sólo pide caricias fonéticas,
o ritmos métricos, o desdichas de amor.
En ese regresar a la constancia del origen,
no debemos ser ni cautos ni temerosos, porque la palabra
se esconde tras un recuerdo, un perfume o el texto sobre la mesilla.
Si en alguna ocasión me apoderé de algún adjetivo,
fue a causa de una urgencia, la necesidad de ser adjetivo ese día.
Hoy gritan en las calles muchas voces que emiten palabras;
es la ola de amargura que sintoniza el verbo con su conjugación precisa.
Y en este acto, de marejada, quedan suspendidas de los árboles
razones/palabra o discursos de la razón,
frutos que desvanece el tiempo y consume el silencio de los poderosos.
Nunca quiso, el ser humano, diferenciarse por su acumulación de palabras;
ocurrió, y sigue ocurriendo.
Quizá, nos sorprenda la muerte de hermosos frutos fonéticos,
palabras cargadas de historia o fundamentos para seguir soñando.
La debilidad de cuanto nos supone un don, se debilita con el tiempo
y es preciso que renazcan en la imaginación de nuevos vividores
de experiencias, de incipientes navegantes, de autores de sus relatos.
La palabra vertebrada configura un horizonte.
Permanecemos en él, o nos desplazamos,
pero siempre, se empieza por dudar antes de escribir la primera letra.
¡Que hermoso escrito! Ese homenaje a las dichas compañeras de un escritor: las palabras, esta plasmado de una forma tan armoniosa y profunda. Mis más grandes respetos.