La Historia de Los Corazones
Imparables
13 de octubre de 2017
por oliviaferrer
Y aunque supieran que aquello solo sería un atajo al precipicio, siguieron sintiendo.
Allí estaban los demás, los espectadores. Mientras los que interpretaban el papel principal se habían convencido de que aquello era la vida, y no una quimera, los demás veían que aquello no les llevaría a nada más que la desgracia.
Se habría el telón en una mañana de sol que comenzaba con besos en la nuca y acababa en un cálido abrazo por la noche, cuando cada uno se hundía en un sueño y se perdía.
Todo parecía perfecto, en realidad una ilusión óptica, un engaño que el corazón no percibía, pues seguía sintiendo, inexorable, sin que ninguna fórmula científica lo pudiese explicar.
Pero un día cualquiera comenzó a nevar. A granizar. Del cielo cayeron piedras, que dieron paso a las lanzas. Lanzas que se fueron clavando en ellos, sin que existiese un torniquete que pudiese parar la hemorragia, externa ya, de tanto que había crecido por dentro.
Y sin saber por qué, el corazón siguió sintiendo, persiguiendo a la razón, intentando atraparla. Porque el corazón es como ese partisano que persiste en su guerra aunque esta ya haya acabado, y haya perdido, derrotado a los pies del dictador.
Corrió demasiado ese amor, para alcanzar la felicidad, pero acabó desfalleciendo, dejando a los pulmones vacíos de reservas. Y allí se quedó tirado unos años, marchitándose, hasta que llegó otra alma a hacerle un trasplante de órganos. Le restauró las risas, le reconstruyó los besos, y le dio un cartucho de oxígeno para que sus pulmones nunca dejaran de respirar por el agujero de la esperanza.
Y así fue como se conocieron dos corazones imparables que se arreglaron mutuamente con un pegamento especial que hoy en día se desconoce.
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