Paula recordaba aquel día de la feria de abril. Tenía atado a su mano un globo rojo, mientras con la otra sostenía el algodón de azúcar que iba comiendo encantada, dando saltitos, de derecha a izquierda. Tenía la ilusión en las mejillas y la inquietud en los talones. Sus trenzas negras estaban arqueadas, como las de aquella muchacha pelirroja y chiflada a quien tanto le gustaba ver en la televisión. Arqueadas como la curva de sus labios. Sonreía, con brillo en los diminutos ojitos y sonrojados sus hoyuelos. Se quedó embobada viendo el subibaja de los caballitos dorados y polícromos del centro de la plaza. Siempre le habían gustado los tiovivos. Parecían que trajeran la alegría con en el rechinar de sus piezas de madera, y que agitando los cuerpecitos de los pequeños podían arrancarles de cuajo la tristeza. Para Paula eso era una verdadera fantasía.
Dudó un momento. Ya había gastado la mitad de sus ahorros en aquel globo en forma de corazón, y ahora no sabía dónde dejarlo. Finalmente ató su globo a una barandilla y gastó los pocos cuartos que le quedaron en subir a la atracción. Rio como una loca y lo pasó estupendamente. El vaivén de los caballitos le hacían sentirse como una princesa en un cuento inacabable. Pero aquello era una atracción, y acababa. Bajó risueña del potrillo de madera pintada. Siguió andando, complacida, vagando entre las nubes blanquecinas de su infancia.
Pronto volvió a bajar a la tierra. Había olvidado su globo en la barandilla. Corrió hacia él, pero en cuanto quiso desatarlo, el objeto salió volando por los aires y la niña se quedó haciendo pucheros.
Jamás entendió por qué, pero aquel día, su niñez se fue volando con en el globo.
Ya era hora de verte por aquí de nuevo! :-)
De pequeños con tan poco cosa lo felices que somos. Ojalá ahora fuera igual.
Un beso!