A ti todo te suena mal. Siempre con ese puto sentimiento de culpabilidad, como si hasta respirando te hiciera daño. Siempre mediando mis palabras, cada coma, añadiéndole caritas para suavizar y tildes para que entones bien y te llegue exactamente lo que quiero decirte…pero no, tú las retuerces en busca de un mínimo ápice de maldad, buscando encontrar la manera de recordarme lo mala persona que soy y lo mal que me he portado contigo. Pero yo me armo de valor y vuelvo a la carga con una tímida, corta y vulgar palabreja: Perdona. Perdona por desaparecer. Perdona por no poder olvidarme ni un segundo de tu estúpida manera de hacerme feliz y por buscar sin éxito la forma de volver a sentirme así. Perdona por pensar en ti y por pensar que te necesito. Por sentirme incompleta, incluso algo vacía. Métete las putas palabras donde te quepan. Como si no existieran. Ahora mírame a los ojos y dime si después de tanto tiempo te miran de otra forma, porque si no los ves exentos de cualquier tipo de odio, rencor o resentimiento créeme que el problema es tuyo. Porque si te fijas bien, mas o menos por la parte del iris y la pupila hay un ligero deseo de verte feliz, por encima de cualquier cosa. Cámbiale la configuración a tu mecanismo de defensa, y ponte a la defensiva con alguien que quiera hacerte daño, no conmigo.

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