Podrán nuestras olas sucumbir
Ante la suprema marea del Fin,
Podrán los ídolos desdoblarse
Sobre las exangües rodillas,
Podrá el Señor encomendarnos
Su voluntad funesta
Y nosotros sin chistar
Bajar los brazos.
Pero hoy,
En la calidez del roce momentáneo
Del errante con su recuerdo
Estamos.
Vivimos en aquel abrazo esporádico
De magia simple.
Qué poema tan divino.
La grandeza siempre está en la sencillez.