Miles de voces erráticas como altavoces en los poros,
De esos que se oyen en el murmuro de las escaleras
O en el exhalar de las entreabiertas cosas,
Mural y autopsia,
También en el sentido cerrado de los claustrofóbicos,
En vitrales que tiemblan como vómito cristalino
O tras el confabular de orígenes sin sangre y ruido.

Repartiendo su idioma de tinta ciega a la pluma
Es que el circuito se vuelve trompeta de cabeza morada,
Cuerdas entregadas al crujir de poseídos y
Pesado corazón tejido con escarcha
Acertijos, diarios y papel de vinagre, aludir de muertos,
Estaciones como andenes abandonados de días, proporción que hace de sobra;
Traslado: Pavimento que danza como cortejo fúnebre de mar,
En sargazos como cadáveres elásticos.

Carteros con su bolso y cartas de esqueleto
Ferroviarios hacia destinos de carbón oloroso ha fluir de arbustos
Trasatlánticos con el mensaje en la lengua de proa,
Juntos todos como un solo ser,
Alma y flecha que hincha un pecho de cielo,
Sin embargo el recorrido cuelga como higo reseco
Y prefieren desatar sus piernas múltiples a lugares distintos.

Entonces una partitura cae como oreja de ensueño
Ajenos nunca estos ruidos, santuario a lo profano, hallar de fugitivo,
Cae, tronando en alaridos de luz crónica
Despedazando la retina con su saliva,
Y despierta la fiebre del delirio sobre mi cuerpo,
Avalancha,
Nieve de hornos escondidos en los volcanes de hielo.

Escucho los altavoces en la carne estruendosa,
Mientras descifro en el pellejo sus palabras
Las entrañas se han vuelto del color tuerto de sus ojos,
Como entre blanco pálido y negro dormido,
Espanto de acuarela, paisaje de traje enlutecido.

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