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Esquelas CapÍtulo I

ESQUELAS



William Higgs ojeaba distraído el periódico matutino, sin prestarle demasiada atención, mientras engullía los últimos bocados de su desayuno. Como cada día antes de acudir al trabajo, en una oficina de seguros, se había detenido en el bar de su amigo Daniel. Al disponer de poco tiempo nunca optaba por sentarse en una mesa. Prefería la barra donde Daniel le guardaba, junto con la consumición, un ejemplar de su diario favorito. De pronto en la página 32 encontró una figura que retuvo su mirada. Un rectángulo negro, que ocupaba la mitad de la hoja, delimitado por bordes de tinta negra y gruesa, albergaba una cruz, igual de negra y gruesa, y la siguiente leyenda: William Higgs, nacido el veintitrés de Marzo de mil novecientos sesenta y fallecido el pasado martes quince de febrero de dos mil diez. Su familia y amigos agradecen las sinceras muestras de condolencia por tan inestimable pérdida. DEP.. Sorbió el resto de su zumo de naranja. Volvió a leer la esquela. Repitió la operación. Su rostro adquirió un aire de duda. Buscaba un detalle que le sacara de su perplejidad. Un signo que evidenciara la simple coincidencia. No lo encontró. Confirmó la fecha en la primera página. Era de ese mismo día. Comparó los caracteres de las letras con otras de hojas que eligió al azar y se convenció de que la que contenía la esquela pertenecía a ese mismo diario. No parecía estar insertada de forma artificial. Transcurrieron algunos minutos mientras realizó otras comprobaciones. Con disimulo intentó averiguar si alguien le observaba. No encontró ningún sospechoso. Ninguna réplica a sus miradas inquisidoras. Todo el mundo parecía muy lejano. Con la mente absorta, dejó unas monedas como pago de la cuenta e hizo ademán de marcharse. El orondo camarero y propietario del local le devolvió el cambio. Este le trataba con la familiaridad que le prestaban tres de años de puntuales desayunos.
-¿Qué te ocurre hoy Willy parece que hayas visto un fantasma? -
El agente de seguros, se detuvo un momento. Aquellas palabras parecían demasiado adecuadas. Excesivamente idóneas podría decirse.
-Nada, nada Daniel, se presenta un día complicado- contestó enigmático.
Por unos segundos dudó si debía interrogar a su amigo. Su pregunta parecía contener una doble intención, aunque parecía formulada de la manera más inocente.
-Daniel entre sus múltiples defectos no tiene el de conspirador. Es un tipo demasiado sencillo. Y una broma suya no pasaría de echar sal en un café. Ni siquiera lo veo como cooperador- Conjeturó.
Finalmente y con la seguridad que allí no encontraría ningún indicio que le pudiera dar alguna luz, decidió continuar su marcha y salió del establecimiento. Ya en la calle, no cesaba de pensar en el incidente. Camino de su trabajo iba eliminando posibles candidatos perpetradores de aquella broma macabra. Le asaltó una idea que le pareció genial. Digna de su inteligencia infravalorada por todos. La puso en práctica de inmediato. Entró en la primera tienda donde vendían periódicos. Escogió un ejemplar de entre medias del montón que se apilaba junto a otros diarios y revistas. Con las manos nerviosas buscó el número de la página. Allí se mostraba la misma necrológica.
-El idiota que ha urdido esta farsa no ha reparado en medios. pensó. Le habrá costado un buen pico ocupar tanto espacio en el periódico de mayor tirada de la ciudad.
Y continuó su trayecto, a paso lento, hasta la oficina donde se ocupaba de gestionar los siniestros. En su interior sentía una mezcla de inquietud y curiosidad. Algo le estaba diciendo que su vida anodina y rutinaria llegaba a su fin.
Convencido de que el tétrico anuncio respondía a una especie de juego, trató de utilizar un sentido lógico para llegar al fondo del mismo. Aplicando criterios coherentes y razonables llegaría pronto hasta el autor o autores sin necesidad siquiera de interrogar a nadie. Por primera vez en mucho tiempo acudía a la oficina rebosante de ánimo.
En su ordenador confeccionó una lista exhaustiva de amigos, conocidos, clientes y familiares. Incluyó cuantas personas le vinieron a la memoria con los cuales recordaba haber tenido alguna relación por tenue que fuera. Buscaba la forma de ser metódico en extremo. Al lado de cada nombre fue abriendo campos con comentarios. Posible motivo, carácter del personaje y hasta el lapso temporal transcurrido desde el último contacto mantenido. Durante varias jornadas, y dado que por ninguna otra vía afloraba información relevante del tema que le ocupaba, fue desarrollando un monstruoso e intrincado crucigrama. Su particular rompecabezas adquirió un tamaño enorme hasta el punto que le fue imposible dominarlo. A cada momento se le ocurría un nuevo concepto para clasificar o una nueva persona en quien no había reparado. Ya no se trataba que una pieza no encajara, más bien no pertenecía ninguna al mismo juego que su contigua. Ni las conexiones entre las personas guardaban relación con los motivos, ni éstos tenían sentido con el resto de factores empleados. Descorazonado, guardaba cada tarde el archivo con un nombre ficticio. Aquellos días su rendimiento laboral fue una oda al absentismo.




Parzenon6003 de agosto de 2016

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