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Recuerdos

-En cierta ocasión leí que un estudiante, después de un grave traumatismo craneal, sólo sabía expresarse torpemente en latín, pues su idioma nativo se perdió con el golpe y su mente accedía a los últimos datos que había recibido. Desde unos meses antes preparaba un examen para ingresar en la facultad de teología. Leyenda urbana o realidad supongo que las enciclopedias médicas están llenas de anécdotas o curiosidades semejantes que, desde la lejanía, nos resultan maravillosas, increíbles y hasta jocosas- Coleman inició la charla, después de un breve saludo de bienvenida. Se situó detrás del haz de luz que emitía una vieja lámpara de pantalla de manera que apenas se distinguía su silueta difuminada con la cortina parda que le quedaba detrás. Hansen le escuchaba sentado, sin recostarse, en un sofá de orejas, único lugar disponible en la sala que ofrecía algo de comodidad.
-La imprudencia de aquel borracho pudo costarme la vida. Si bien logré salvar el pellejo, las secuelas físicas del accidente perdurarán largo tiempo y las psíquicas para siempre. Pero como dicen hasta de lo peor hay que extraer consecuencias positivas. La mía es afrontar esta nueva etapa desde una óptica distinta. De ahí que me haya permitido convocarte a horas tan intempestivas amigo Hansen. No ha sido considerado por mi parte, pero hay cierto lema que dice que lo que no está prohibido es obligatorio. Y conforme avance en mi relato verás con nitidez que era obligatorio que estuvieras aquí y ahora- recalcó las tres últimas palabras mientras salía de la semioscuridad en que se hallaba.
-Una vez más voy a abusar de la paciencia de las que has hecho gala conmigo desde que nos conocemos, y confiarte los recuerdos que permanecían ocultos en mi inconsciente. Supongo que el brutal golpe en la cabeza ha despertado alguna parte dormida del cerebro. De esta manera, al igual que le pasó al desafortunado joven, he sufrido un extraño desequilibrio cognitivo que guarda lejanos paralelismos con el suyo. Coleman permaneció de pié mientras hablaba. Los intentos por aparentar tranquilidad eran inútiles por completo. Con pasos cortos e incesantes recorría el poco iluminado salón una y otra vez desde la puerta hasta la ventana que daba a la calle.
Hansen, incómodo con aquella muestra de agitación de su amigo, trató de mejorar el ambiente justificando el extraño comportamiento de Coleman.
-Por descontado, me consta que tendrás poderosos motivos para hacerme venir del otro lado de la ciudad sin demora. Acabas de salir, por fortuna, de una situación extrema y ninguna mejor ocasión que esta para apoyarte en cuanto esté en mi mano.
Hansen temió durante todo el trayecto recibir una noticia terrible relacionada con la salud de Coleman. Estuvo desde el principio al corriente de la gravedad del percance que sufrió su amigo. Incluso le acompañó muchas horas en la tétrica habitación del hospital el tiempo que duró la convalecencia hasta que los médicos le dieron de alta con secuelas. Sin duda un empeoramiento repentino era el motivo de esa cita inusual. Imaginaba una escena en la que, ante un evidente desenlace funesto, le sería encargado algún último deseo, una misión que cumplir, o alguna tarea que terminar. A nadie se le cita con esa premura en plena madrugada. La idea de convertirse en un improvisado notario no le agradaba en absoluto, aunque tenía asumido que, en lo posible, no le quedaba otra que tratar de cumplir lo que Coleman le encomendase. Le debía algún que otro favor del pasado y si era llegado el momento de recibir la factura tenía que pagarla. Pero la introducción con la que comenzó le desconcertaba. ¿Adonde pretendía llegar con toda esa verborrea?
-Hansen soy un asesino. He cometido un crimen a sangre fría.
Coleman cortó brutalmente los pensamientos de Hansen. Lo dijo con una frialdad diabólica, sin esperar reacción por parte de su interlocutor.
-Nos conocemos cinco años –continuó-, sin embargo hay hechos de mi vida de los que nunca te he hablado. Tampoco podía hacerlo. He tenido que superar un coma profundo de dos meses para estar en condiciones de narrarte el insólito devenir de los acontecimientos de los que soy protagonista.
-El asesinato no quedó impune. Yo mismo, después de cometerlo, descolgué el teléfono y conté a la policía con la mayor naturalidad lo ocurrido. Fui detenido, por supuesto, y condenado a 25 años de prisión. Luego, gracias a mi buen comportamiento y la eficacia del abogado que contraté, estuve en la cárcel sólo 13. Quedé en libertad y aún me quedó tiempo para rehacer en lo posible mi vida.
Hansen desde que escuchó la palabra crimen tensó todos sus músculos, hecho que no supo disimular. La inquietud inicial causada por el temor a un encargo indeseable se transformó en un segundo en una especie de desasosiego espiritual. Creía conocer a Coleman lo suficiente para distinguir cuando hablaba en serio y cuando no, pero en este momento no sabría inclinarse por ninguna de las dos opciones. La actitud excitada y su semblante desencajado inducían a creer que decía la verdad; incluso un homicidio semejaba demasiado grave para frivolizar, si bien no veía a su amigo capaz de matar a nadie. Ahora Coleman guardó silencio por unos instantes mientras clavó una mirada inquisitorial en Hansen. Éste sintió como iba perdiendo terreno en aquel falso diálogo y consideró conveniente imponer un poco de personalidad.
-Reconozco que estoy desconcertado e ignoro el propósito de esta confesión, caso de ser cierta. No creo que quieras gastarme ninguna broma macabra. Tampoco alcanzo a entender si pretendes limpiar tu conciencia o tu historia tiene un fin último que, por el momento, escapa a mi comprensión. Sería interesante me dijeras los motivos que tenías para matar a esa persona, eso caso que te importe mi opinión- dijo con sequedad.
Coleman adoptó una postura un tanto histriónica y le dio la espalda. Su figura, corta de estatura y excedida de peso, tenía algo de grotesca. Vestía un batín enorme que escondía sus pies, el cual iba arrastrando en su caminar. Sin duda había tenía un dueño anterior de mayor altura. Él y su maldita costumbre de comprar ropa de usada.
-Creerás que estoy loco, pero actué obedeciendo un “designio”.- alzó su mano izquierda e hizo un leve gesto con el dedo índice señalando el cielo.
-No, ninguna voz me ordenó que lo matara, tampoco estaba poseído por algún ente, ni sufrí un ataque de locura transitoria. En todo momento supe lo que hacía. Y para mi mayor deshonra, no tenía motivo alguno. Incluso aquel individuo me caía bien. Me limité a seguir el curso natural de las cosas- de nuevo, en su particular ir y venir, estaba de frente, esta vez con la mirada perdida.
-El juicio fue un modelo de brevedad. Para el jurado una ganga procesal. Sin móvil que investigar y con la declaración completa de culpabilidad del acusado. Hasta la defensa apenas arguyó tímidamente un aplazamiento de la vista para clarificar mejor los hechos, lo que denegó el juez en buena lógica. Acepté mi suerte con la mayor resignación- una extraña mueca se dibujaba en la boca de Coleman, a mitad camino entre la carcajada y la burla.
-Quitar la vida a una persona no me parece nada natural, no creo que la Naturaleza busque terminar voluntariamente con la vida de nadie- la voz de Hansen sonaba con desprecio. Le repugnaba el tono cínico de Coleman en el que veía ya ciertos toques de vanidad. Como si se sintiera orgulloso de ser un asesino. Empezó a calarle la idea de que todo era cierto y se recreaba en lo que él debía considerar una hazaña. El sentido común le aconsejaba abandonar de inmediato la ya molesta compañía del que fuera su amigo. Sin embargo una curiosidad malsana se lo impedía. Indignado y sin preocuparle perder la amistad, intentó llevar la iniciativa dialéctica.
-Espero que pases a explicarme sin más demora la relación, caso de haberla, entre el accidente que te llevó al estado de coma, el asesinato y la necesidad que te ha surgido de hacerme partícipe de hechos tan desagradables. Espero no ofenderte si te digo que es imposible que esos recuerdos hayan aflorado a causa de la colisión con el borracho. Nadie olvida de un plumazo un montón de años de su vida por desagradable que resulte rememorarlos. Tu relato es incoherente a más no poder. Lo tendrás que hilvanar mejor para que te crea- dijo con sequedad.
-La experiencia en prisión –Coleman continuó hablando sin responder a las preguntas que le planteaba Hansen- fue muy dura. Pero si algo sobra allí es tiempo libre para pensar y entender cosas. Cosas que se muestran a nuestros ojos con brillo, y sin embargo, somos incapaces de ver. Tras muchas horas de meditar y leer cuantos libros cayeron en mis manos, comprendí lo suficiente para saber que la libertad no existe. Hice lo que hice porque no era libre para matar o no matar a aquel hombre.
-Sólo faltaba un discurso místico para enredar más la cuestión- la actitud de Hansen rozaba ya la violencia. No estoy dispuesto a escuchar tus delirios, ni voy a servirte de audiencia. Por lo visto los psicópatas necesitáis de un público que engrandezca vuestras hazañas. Realmente el accidente te ha cambiado por no decir trastornado. Creo oportuno irme, por lo que veo no voy a sacar nada en claro. Si tienes problemas entiendo que corresponde escucharlos al estamento médico más que a mí. De poco o nada te puedo servir- con la última frase se incorporó.
Coleman, ahora calmado, le empujó el pecho con fuerza para que regresara a la posición anterior.
Hansen, Hansen –dijo suspirando profundamente- veo que sigues tan ignorante como antes de cruzar el umbral de mi casa. Te creía más inteligente. Desde el día fatídico que me llevó al coma, no tengo ningún recuerdo de mi pasado. Lo poco que sé lo he tenido que aprender de nuevo a través de estudiar documentos, escuchar conversaciones de las personas de mi círculo y hasta indagando en mi propia vivienda. Una cortina negra, impenetrable, me separa de lo que fui.
-Hansen –repitió el nombre con emotividad- es maravilloso. Cuando recuperé la conciencia estuve varios días muy turbado. Pero no por esta peculiar amnesia. Nunca he dejado de saber quién soy. Sino por el giro de mi memoria. Se ha invertido por completo. Desde el accidente sólo recuerdo el futuro. El futuro Hansen. Lo veo tan cristalino como puedes recordar tú lo que has cenado esta noche. Sé lo que diremos dentro de un minuto sin saber lo que hablamos hace medio. Mis recuerdos llegan hasta que tendré ochenta años creo. Así que estimo que la muerte me sobrevendrá a los ochenta y tres u ochenta y cuatro años. Al igual que las primeras nociones que tiene cualquiera se remontan a un tiempo después del nacimiento, las mías se acercan al fin. Más allá no recuerdo nada.
-Jamás tuve una opinión formada sobre las visiones, profecías o lo que sean. Si bien creo que encajan mejor en la literatura y el cine que en la realidad. Creo que el ser humano sigue fascinado por lo maravilloso, por cuanto le resulta inexplicable, tal como debieron hacer nuestros ancestros en las cavernas. Lamento no sentir ningún interés por esos temas.- mintió Hansen. Su preocupación había cambiado de causa. Ya no se enfrentaba solo a un supuesto homicida, sino también a un lunático. Sin embargo, una incipiente inquietud empezó a anidar en su interior sin saber a qué atribuirla.
-Tu cara de asombro es divertida. Ahora me crees un loco. ¡No! ¡No! y ¡No! Te he dicho que tengo recuerdos, no sueños proféticos. ¿Sabes? Cuando alcancé a entender este fenómeno o como lo queramos calificar, hice varios intentos por variar los recuerdos de mil maneras siempre infructuosas. Son tan inaprensibles como los de la otra clase, no hay posibilidad de acceder a ellos ni cambiarlos. Ni podemos cambiar el pasado ni hacer lo propio con el futuro. Un día intenté comer en un restaurante diferente al que recordaba haberlo hecho unos días después. Estaba cerrado. No cesé en mi empeño y me dirigí a otro. De camino me abordó un conocido para ofrecerme mi trabajo actual. Concretamos los detalles del contrato laboral en el restaurante que recordaba, dado que mi amigo me invitó allí, y por motivos obvios, no podía contradecirle. Te podría contar otros ejemplos, pero no lo veo necesario. En la antigüedad se decía que el hombre encuentra su destino en los caminos que toma para evitarlo. Es una máxima tan demoledora como cierta- Coleman parecía algo abatido en este punto. Por primera vez en la toda la noche, Hansen se compadeció de él, las palabras emergían de su boca con una sinceridad absoluta.
-Si es fácil. Enormemente simple. Todo el mundo tiene asumido que cualquier hecho, suceso o circunstancia está contenida en el espacio. Nada puede haber más allá. Y que pocos llegan a comprender que, asimismo, todo está contenido en el tiempo, que no deja de ser otra vertiente del espacio. Cualquier cosa que tenga que suceder ya ha sucedido y su ahora esta coincidiendo con el ahora de multitud de seres si los hay, en otros mundos, o con cuerpos celestes que se mueven por el Universo. Nuestra mente, en general, enfoca en un sentido, hacia atrás. Mira hacia una dirección, si bien nada impide que mire en la contraria como demuestra mi accidente. Pasado presente y futuro no son otra cosa que una ilusión, dicen los físicos. A cierta velocidad, o mejor dicho con cualquier clase de movimiento, el presente coincide con el presente de un ser pasado o futuro, según nos acerquemos o alejemos de él, dado que nuestro corte espacio temporal es distinto de los que se encuentran en reposo y los sucesos que vivimos son simultáneos con cosas o seres que para el resto son pasado o futuro. Eso está demostrado ¿no? Las ecuaciones de Einstein así lo predicen y la ciencia con posterioridad lo ha comprobado en mil experimentos. Algo que creemos indeterminado porque para nuestra óptica está por suceder ya existe para quien coincida en su mismo corte espaciotemporal. Nada tiene de particular entonces que yo recuerde algo que a nivel universal ya ha sucedido.
-Cúmplase nuestro destino Hansen- y con igual destreza que ferocidad, Coleman hundió un enorme cuchillo, que guardaba escondido, en el corazón de Hansen. Con la mano ensangrentada hurgó en el bolsillo derecho de su pijama, sacó el móvil y marcó el número de la policía.


FIN



Parzenon6008 de julio de 2015

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